EL HIJO DE MI PADRE
Para quienes quieren ver un monólogo sobre la estupidez juvenil.
EL HIJO DE MI PADRE
“Yo sabía que había visto algo muy malo.”Cuando se es niño, alguien que sólo busca jugar después de clases, pertenecer a un grupo, a una pandilla, puede ser lo más importante que exista. Los amigos de la colonia se defienden y protegen entre sí, crean alianzas, se ríen de chistes privados, inventan lenguajes propios y su lealtad es absoluta. También pueden ser feroces, crueles, agresivos e insensibles al dolor de los demás. Llevados por la emoción, el juego, la excitación y embriagados por adrenalina, los jóvenes son capaces de destruir el futuro en un cerrar y abrir de ojos.
“Me estaba cantando un tiro.”Escrita, dirigida y actuada por Adrián Vázquez, quien muchos ubicarán por su papel de Sunday en “Más Pequeños que el Guggenheim” de Alejandro Ricaño (crítica en www.entretenia.com), “El Hijo de mi Padre” nos adentra en la mente de Maximino, quien contará como fue su infancia en alguna colonia perdida de Tijuana. Un monólogo honesto, directo y a momentos crudo y aterrador, que muestra hasta dónde pueden llegar las consecuencias de la inmadurez y ceguera juvenil, con una franqueza que nos podría llevar a preguntarnos qué tanto es ficción y que tanto son recuerdos del mismo Vázquez.
“No llores cabrón, que no te estoy pegando duro.”Lo primero que uno llega a notar en “El Hijo de mi Padre” es el compromiso que Adrián tiene a su visión. Parado sobre una tabla de madera de no más de dos metros de largo por uno de ancho, el actor logra entregar su perorata de noventa minutos sin jamás salir de este espacio. Esta premisa en manos de un actor menos capaz podría resultar cansado o fastidioso, pero en manos de Adrián es interesante y atrevido. Cuando al final de la obra el espectador entiende la razón para esta decisión, un escalofrío recorre todo el cuerpo para dar cierre contundente a una anécdota que hela la sangre.
“Ellos van a ser tus futuros amigos.”El Grillo, el Jairo, Lala, Pablo Pecas, el Cátsup, Rulli, además de Maximino, narrador de la historia, y toda una plétora de personajes, jóvenes y adultos, cobran vida con ligeros cambios de ritmo, inflexiones de voz o modificaciones corporales. Adrián Vázquez tiene talento y lo luce con simples recursos como el de aumentar notablemente la velocidad de su hablar o con dejar caer los hombros para convertirse en un adolescente semi-mongoloide.
“Más allá del dolor, yo pensaba en la humillación.”La pobreza con la que se vive en algunas partes de nuestro país, donde una escuela es sinónimo de un solo salón y una sola maestra para todos los alumnos, es reflejada de forma precisa en “El Hijo de mi Padre”. Dentro de este marco es que se relatan bromas tarugas entre amigos, anécdotas de una tarde después de clases, riñas callejeras, dramas familiares y todas las aventuras que se pueden derivar de simplemente ir a comprar las tortillas. Uno no puede evitar, a la par que se escucha el monólogo, emprender un viaje personal hacia los propios recuerdos de infancia en que amigos y compañeros cometieron fechorías similares. Cuando uno es niño, probablemente el mayor pecado del que se es culpable es de inconciencia. Adrián nos invita a recordar que tan estúpidos fuimos y que tan afortunados somos de no haber llevado aquella broma del pasado hasta sus últimas consecuencias.
“Van a venir los adultos y me van a chingar.”William Golding visualizó una isla donde niños se convierten en bestias al tomar control de su mundo en “El Señor de las Moscas”. Adrián Vázquez nos muestra la barbarie sin control de un grupo de amigos que pierde la línea entre la diversión y el peligro. Las dos son ficciones pero la segunda de verdad que tiene un timbre de realidad que hasta ahora no me he podido quitar. Posiblemente en este sentimiento radica el poder de su monólogo.
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