NEVA
NEVA
Por Juan Carlos Araujo
Él ha muerto y la viuda lamenta el que ya no esté a su lado; uno de los más grandes dramaturgos en la historia ha pasado a mejor vida y la actriz, diva de la escena, ha perdido la inspiración para proyectar verdaderos sentimientos en el más sagrado de todos los recintos: el teatro. Tal vez si pudiera revivir aquel día, ese momento en que la dejó… entonces podría volver a sus glorias pasadas y actuar con absoluta credibilidad. Necesitará de la ayuda de sus compañeros, quienes saben que no pueden ir a ningún lado, están atrapados, refugiados en ese lugar hasta que la calma regrese a la ciudad. Un domingo cualquiera en San Petersburgo, donde artistas buscan desesperadamente darle sentido a sus vidas mientras que el río Neva fluye teñido de rojo, la sangre de miles de cadáveres flotando en él.
El teatro dentro del teatro mismo y la brutalidad de un gobierno hallan un punto de encuentro en la obra “Neva” de Guillermo Calderón, uno de los dramaturgos chilenos más exitosos en la actualidad. Mientras que en un teatro se encuentran refugiados tres actores, entre ellos la afamada Olga Knipper, viuda del recién fallecido padre de la dramaturgia moderna, Anton Chéjov; en las calles de la ciudad la Guardia Imperial rusa está llevando a cabo una matanza sobre manifestantes pacíficos. El muy infame 22 de Enero de 1905, mejor conocido como el “Domingo Sangriento”, sirve para entrar en toda una discusión político-social, al mismo tiempo que una diva, un talentoso zalamero y una revolucionaria exploran las diferentes formas en que el teatro sirve como una herramienta de catarsis para entender y darle sentido a la realidad y como medio de expresión para toda una sociedad.
El texto de Calderón es complejo y ambicioso al ser tanto una carta de amor al teatro como un grito de denuncia social, que aun cuando se ubique en la Rusia de hace más de cien años, sigue teniendo la misma resonancia en el México actual. Es por ello que se requiere de una dirección sólida y precisa que logre combinar y balancear ambos argumentos con armonía y fuerza. Paulina Adame dirige de manera certera la primera parte de “Neva”, la cual se centra en el pesar de Olga, el enorme vacío que ha dejado la muerte de su amado Anton y en lo que significa hacer teatro o ser una gran actriz. Constantes referencias al eminente director teatral Constantin Stanislavski, a diferentes obras del mismo Chéjov, como “Las Tres Hermanas” o “La Gaviota”, así como largas disertaciones sobre la magia que sólo se puede lograr en el escenario provocarán el deleite de los asistentes más conocedores del mundo del teatro, mientras que la relación entre los tres personajes, Aleko, Masha y Olga, así como lo ridículo y patético de cada uno de ellos, divertirá mucho al espectador casual. Adame ha conseguido imprimir un ritmo sutil, constante y conciso en esta primera parte, al claramente haber trabajado muy de cerca con sus actores para el desarrollo de cada una de sus interpretaciones.
La segunda mucho más oscura sección de “Neva”, donde la teatralidad se debe confrontar con el horror que está sucediendo en las calles, marca un notorio giro de tuerca en la dramaturgia al transformar una comedia ligera y deliciosa en una declamación de alta dramaticidad, donde las injusticias de un gobierno incapaz y violento son puestas en evidencia. Este cambio de género y tono en la obra debe de conseguirse en una transición limpia y transparente que permita al espectador aceptar con facilidad la metamorfosis. La directora asume de lleno este riesgo y lo consigue con trabajo, con la cooperación de los asistentes y, sobre todo, gracias a poderosas actuaciones sobre el escenario. Un buen ajuste al ritmo en el cierre del montaje ayudará a proporcionar mayor contundencia, en un trabajo que demuestra talento y oficio.
El verdadero deleite detrás de esta producción cae en manos de los tres actores a cargo de “Neva”. Bertha Vega muestra vena cómica y rango dramático como Olga en una interpretación que me remitió directamente a Annette Benning en la maravillosa película “Being Julia”, dándose permiso de ser graciosa a lo largo del montaje. A lado de ella, Christian Diez pareciera fungir como un patiño, pero a medida que la obra avanza, Diez crece sobre el escenario y luce por sus propios méritos como Aleko. Finalmente, Miranda Rinaldi como Masha es adorable en un principio, resulta delicioso verla actuando mal a propósito, para crecer en escena poco a poco hasta convertirse en la voz de toda una nación que sufre y que condena a toda una clase privilegiada. Una excelente triada que lleva “Neva” hasta las últimas consecuencias y que el público admira y aplaude.
El teatro es un universo que se maneja con sus propias reglas. Aquel que vive alejado de él difícilmente logra entender la enorme personalidad, el deseo de brillar, el ego inflado, el deseo de cambiar el mundo, la enorme dedicación o la pasión que se encierra en cada uno de sus participantes. De tal intensidad son todos estos sentimientos que pareciera que aquellos que han dedicado sus vidas a las artes escénicas viven aislados de todo lo que acontece más allá del proscenio. No hay mayor mentira. Cada obra que aparece en cartelera es un reflejo del sentir de una nación, de una comunidad, del mundo entero. La risa es un escapismo, el drama una catarsis necesaria; la farsa un espejo y la tragedia el sentir de cada uno; cada sentimiento que brota de la mente de un dramaturgo, visión de un director e inspiración en el actor lleva la carga emocional de toda una sociedad que busca ser entendida. El río Neva se llenó de cadáveres hace más de un siglo, los telones guardan esa memoria y hacen la firme promesa de nunca dejarnos olvidar.
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