TÁRTARO

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Para quienes desean adentrarse en el infierno de vida de un sicario.

TÁRTARO

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
Fotografías: Ricardo Castillo Cuevas (RiAlCastillo)

“Crecer es la angustia de una corteza que no explota.”

Desde el momento en que fue arrancado del vientre materno conoció el dolor y la miseria. Su infancia, plagada de abusos, carencias y muerte, fue terreno fértil para que una sombra se le acercara y, con la promesa de mil pesos a la semana, lo adentrara en un infierno del que no hay vuelta atrás. Ahora, acorralado por sus enemigos, condenado por la sangre que derrama de sus manos, pero engalanado por las botas y la hebilla que tanto deseó, la más detestable escoria humana se enfrentará a su creador o a su más grande verdugo.

“Miro al sol y le pido que me termine de secar.”

Desde el momento de su nacimiento hasta su último respiro en la Tierra, la vida de un sicario es retratada de forma tanto cruda como poética en “Tártaro”, un monólogo escrito por Sergio López Vigueras, responsable de potentes dramaturgias como La Bala y Damiana y Carola. La muerte de una madre a causa de un sistema de salud fallido, abusos a mano de un familiar, la desaparición de su único verdadero amor, la tentación de ganar dinero fácil y el atractivo de una vida que pareciera glamorosa, son tan solo algunos de los temas que se presentan dentro de la muy compleja, detestable, cínica y lamentable vida de este asesino. Lejos de ser una escandalosa apología o una melodramática denuncia, el texto de López Vigueras es un escalofriante retrato de toda una serie de circunstancias que suceden a diario en este país que desembocan en la violencia, en la delincuencia, en una existencia dedicada a ganarse por completo el mitológico inframundo al que hace referencia el título de la obra.




“Yo soy la sombra que nace de la sombra.”

Entre referencias a un árbol en llamas y variantes definiciones de lo que es el sol, el futuro sicario describe el dolor que le produce desprenderse del cordón umbilical al nacer; tras la desaparición de su hermana Águeda, el aún inocente hombre explica el glosario que utiliza el averno al que pronto pertenecerá para describir las diferentes formas en que se puede desechar de un cadáver; en lo que podría describirse como una ópera del terror, el asesino dirige un karaoke en el que se describen los horrores de los que son capaces él y todos los que están bajo las órdenes de la “Sombra”. A lo largo de los distintos cuadros que conforman “Tártaro”, López Vigueras disecciona el proceso de deshumanización que llevan a un hombre a convertirse en demonio. El resultado es ágil, amargamente cómico a momentos, amargo en cuán real y cercano se encuentra esta realidad a nosotros, todo esto gracias a la creación de un personaje verdadero, libre de clichés, caricaturizaciones o estereotipos, un ser que paso a paso de su camino va dejando la palabra humano en el olvido.

“¿Cuánta sangre ha corrido debajo de este puente?”

Entre humo y la incesante presencia de música sacra, el sicario toma el vestido de una niña en sus manos. La felicidad que provocan unos chicharrones, limones y salsa se ven paralizados con la llegada de unas botas malintencionadas, su sonido marcado por el actor en escena. En la pared trasera, se proyecta un columpio vacío que se mueve lentamente en un parque abandonado, todo esto iluminado entre tonos rojizos que lejos de ser cálidos, resultan secos y ásperos. En cuanto el más terrible de los actos es cometido, el vestido surca por el escenario hacia arriba desapareciendo para siempre, como lo ha hecho su portadora. Es su concepción escénica, “Tártaro” es un asalto a los sentidos orquestado por el director David Psalmon, responsable de montajes anteriores como Vórtice, Universo Paralelo para Tres Aeroplanos y Last Man Standing. El universo caótico en el que habita el protagonista, tanto en su mente como en el plano terrenal, se traduce en escena como un abigarramiento de elementos que a momentos es contundente, en otros resulta excesivo. De tal manera, una escena en la que el sicario asume su sanguinario destino entre imágenes religiosas que se contraponen con iconografías satánicas, todo envuelto por música sacra, es capaz de cimbrar al más cínico espectador, mientras que el proyectar las definiciones de palabras como entambar o pozolear mientras que el personaje las explica resulta ilustrativo, así como el proyectar la letra de una canción que entona en un momento clave de la obra. Una vez dicho esto, gracias a un potente equipo que incluye a Miriam Romero León en el dispositivo multimedia y el arte, la iluminación del mismo dramaturgo, y muy especialmente al diseño de vestuario de Mario Marín de Río que como un rompecabezas ambulante va añadiendo piezas de ropa al personaje hasta convertirlo en la viva imagen del clásico miembro del crimen organizado, Psalmon consigue una puesta en escena que trasgrede, provoca y obliga a la reflexión por parte de un público forzado a procesar la vorágine de estímulos a los que ha sido expuesto.




“La sombra reclama su cuota de lágrimas y sangre.”

La obra da inicio con el actor Bernardo Gamboa suspendido de los pies, lugar desde donde comienza su monólogo. De ahí se moverá por el escenario como si estuviera huyendo mientras que con sonidos guturales recreará el sonido de varios disparos en sucesión. Con esa misma soltura, el actor se convierte en un coyote aullando a la luz de la luna, en un chamaco jugando al futbol a quien la llegada de la sombra le inspira profundo terror, en un joven debatiéndose por matar a su primera víctima o en el más clásico de los personajes de Roberto Gómez Bolaños. El reto actoral que implica “Tártaro” es sencillamente monumental, uno que es asumido de lleno y con éxito por Gamboa, quien ya ha demostrado sus capacidades histriónicas en montajes anteriores como Yo es Eso que no Soy y Bola de Carne. Su manejo vocal convierte el acto de barrer y toser al mismo tiempo en un mantra hipnótico, su corporalidad lo convierten en una toda una multiplicidad de personajes con un mero cambio de gesto, su relación con los objetos crea de un simple balón de futbol a un mejor amigo tan podrido del alma como él. En una carrera actoral donde Gamboa ha expuesto su fractura emocional en múltiples ocasiones, en la que su exploración escénica ha sido constante, “Tártaro” se enarbola como su trabajo de mayor contundencia.

“El sol es un beso de plomo en medio de una cantina vacía.”

Sabanear, encajuelar, embolsar, entambar, pozolear. Estas son algunas de las palabras que el asesino quiere enseñar al público, pero desafortunadamente me atrevo a decir que ya todos las conocemos. Vivimos en un México corrupto, sangrante, vejado por la ambición, desamparado por un crimen organizado más poderoso que el mismo gobierno de quien se ha hecho cómplice. Es doloroso pensar que “Tártaro” no es una ficción, es meramente un espejo; es desolador darnos cuenta de que “Tártaro” muestra a un hombre que podría estar acechando en la siguiente esquina, dispuesto a aniquilarnos; es abrumador darnos cuenta de que el Tártaro no es el inframundo que describieron hace siglos los griegos, es nuestra propia Ciudad de México.

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: “Tártaro”

DRAMATURGIA: Sergio López Vigueras

DIRECCIÓN: David Psalmon

ELENCO: Bernardo Gamboa

DÓNDE: Teatro Helénico

CUÁNDO: Lunes y Martes 20:00 horas. Hasta el 1 de Junio.

COSTO: $155. Boletos en https://helenico.sistemadeboletos.com o en taquilla.

DURACIÓN: 90 minutos sin intermedio. Principio del formulario

DATOS ADICIONALES DEL TEATRO: Cuenta con servicio de valet parking.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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