OTRA ELECTRA

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Para quienes desean enfrentar la tragedia detrás de la co-dependencia familiar y la violencia de la cotidianidad.

OTRA ELECTRA

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
Fotografías: Ricardo Castillo Cuevas (RiAlCastillo)

“Yo puedo sola.”

María Teresa ha regresado a su departamento tras la cirugía. Asistida por su hija Electra y con los ojos vendados, en medio de cuadros de Jesucristo y carpetitas de crochet, la anciana en recuperación da órdenes, encuentra fallas en cada acto que realiza su involuntaria pero fiel cuidadora, está convencida de la presencia de ratones imaginarios y espera con ansía la visita de su hijo perfecto, Horacio. Mientras tanto, Electra, durmiendo en un incómodo sillón en la recamara contigua a su mamita, es asediada, no sólo por su castrante progenitora, sino también por pesadillas que la invitan a cometer actos innombrables. Esto, lejos de ser una tragedia griega, es la vida diaria de dos mujeres atrapadas por su propia violencia.

“Qué fácil se te hace juzgarme.”

La codependencia familiar y la violencia que ello puede llegar a generar son dos problemáticas que la escritora Edith Ibarra aborda en “Otra Electra”. A partir de la cotidianidad, en el simple hecho de servir una taza de café, hacer la limpieza, o en el hablar de los ausentes como si se trataran de verdaderos héroes épicos cuando la verdad dista mucho de ello, Ibarra retrata niveles de violencia profundos e hirientes en la relación de una madre y su hija, dos mujeres que claramente se aman, pero que no pueden romper el círculo tóxico en el que se encuentran.




“No es fácil darle la mano a alguien para que te ayude.”

Tras haberse tropezado con algo en el piso al entrar a su departamento, María Teresa está convencida de que hay un ratón en su casa y le ordena a Electra a buscar pruebas de ello. Su hija, exasperada ante la insistencia de su madre, inventa que el accidente sucedió con un vaso. El resultado de la mentira es que ahora la anciana enferma está convencida de que alguien entró a su departamento en su ausencia. Esta escena, ridícula y exasperante al mismo tiempo, incomodando y provocando carcajadas por igual entre las butacas, demuestra la complejidad de la dramaturgia de “Otra Electra” ya que revela profundo patetismo como humor negro. A esto se suman fantasmas que rondan en la mente de una mujer atormentada por las cadenas familiares, un tercer personaje ausente pero muy presente en el imaginario de ambas mujeres, un cordón umbilical capaz de asfixiar, cada elemento sumando a una historia de absoluto terror que, sin embargo, no deja de ser una comedia perversa.

“Eres muy torpe para ser un monstruo.”

El escenario del Teatro La Capilla se ha convertido en una salita de estar y la recamara del departamento de María Teresa. La cama, un sillón, una mesita de noche, cada elemento ha sido cuidadosamente decorado con iconografías religiosas, carpetitas bordadas, o papel tapiz floral para dar un aire de decadencia de épocas pasadas. Es en este espacio, magníficamente diseñado por Erika Gómez, que las conversaciones entre María Teresa y Electra rara vez suben de volumen, todo se mantiene dentro de los niveles de la civilidad. No obstante, la agresividad es brutal y el humor exacerbado. Lejos de tomar la ruta fácil del melodrama telenovelesco, Rocío Carrillo establece una dramaturgia escénica donde la aparente paz familiar esconde una sangrienta guerra, ya sea en el desafiante acto de poner un vaso azul sobre una cómoda o en el poner una mano sobre una rebanada de pizza hawaiana. Esto establece un contraste contra el espacio onírico de las pesadillas de Electra donde figuras demoníacas aparecen en sus sueños, interpretadas por Stefanie Izquierdo y Brisei Guerrero, ambas vestidas de enfermeras en clara deformación de la figura materna. Esta duplicidad de mundos existentes en la ficción llega a un clímax estremecedor cuando Electra enfrenta a sus propios demonios con la presencia de una jarra con agua y un cordón, metáfora de lo umbilical, momento que desemboca en un acto violento a manera de ritual en el que Electra podría liberarse, o al menos así lo piensa. Es en este universo, divertido y grotesco, hilarante y horrorizante, que la dirección de Carrillo demuestra su presteza para transformar palabras en fuerza teatral pura.




“Yo no soy una guerrera mamá.”

Obediente al punto de lo desesperante, Electra entra y sale, una y otra vez, de la recámara de su madre, en busca de un imaginario ratón que nunca aparecerá. Desde su cama, María Teresa, da continuas órdenes a su hija, aderezadas por críticas y menciones amorosas de su ausente hijo. El único momento en que Electra pareciera mostrar carácter es cuando se menciona a su padre, figura que las abandonó, pero que es intocable en la mente de ella. Ya sea con la mirada al suelo y en completa sumisión, como una desquiciada maniaca en sus pesadillas, o como una silente rebelde que enarbola una escoba como una lanza o que pretende hacer una cama cuando en realidad se acuesta en ella, Ángeles Marín aborda su personaje tanto desde el realismo de su horror diario como desde la oligofrenia que habita su mente, ambas interpretaciones en clara armonía con la propuesta. El resultado es bi-direccional al funcionar como un reflejo de su patética existencia y como un elemento catártico a través de la risa que provoca su inmensa pasivo-agresividad. Por su parte, Luz María Meza, quien la mayor parte de la obra la realiza con los ojos vendados, consigue ser una figura verdaderamente monstruosa a partir de una encarnación pausada, callada, filosa en su medio tono, en una voz que es capaz de revelar su férreo carácter o la fragilidad que le causa el potencial de quedarse sola. A esto se suma un trabajo de creación de personaje a partir de una decena de pequeñas nimiedades que dan peso, forma y dimensión a la anciana. Un reacomodo de dentadura, un salivar al mencionar pan dulce, el guardar un pañuelo en la manga de su pijama o el simular el babeo sobre una almohada son pequeños detalles que revelan el cuidadoso trabajo que ha realizado Meza para encarnar a tan asfixiante mujer que pareciera imposible de experimentar felicidad. Ambas actrices demuestran sus años de experiencia sobre el escenario, los llevan a sus últimas consecuencias, siendo ganadores los asistentes que no pueden evitar quedar hipnotizados por la tan tóxica y divertida dinámica que llevan ambas mujeres atrapadas.

“Seguiré vagando en esta casa hasta que decidas liberarme.”

Tuve la fortuna de ver “Otra Electra” en su formato digital, una de las mejores propuestas de tecnovivio realizadas durante el encierro provocado por la pandemia. En ese entonces, a través de dos celulares, cada actriz operaba desde su propia casa. Ahora, en el ritual del verdadero convivio presencial que demanda el teatro, la puesta en escena de Rocío Carrillo cobra una fiereza mucho más profunda, su impacto es testimonio absoluto de que, no importa que tantas herramientas nos proporcione la tecnología, el teatro siempre será un fenómeno que se debe experimentar en vivo, frente a un escenario, en una ceremonia comunitaria que ofrece respuestas, provoca reflejos, catarsis y carcajadas a partir de dos mujeres listas para despedazarse la una a la otra.

 

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: “Otra Electra”

DRAMATURGIA: Edith Ibarra

DIRECCIÓN: Rocío Carrillo

ACTÚA: Ángeles Marín, Luz María Meza, Stefanie Izquierdo y Brisei Guerrero.

DÓNDE: Teatro La Capilla

DIRECCIÓN: Madrid 13, Colonia del Carmen Coyoacán.

CUÁNDO: Lunes 20:00 horas hasta el 13 de diciembre.

COSTO: $300 Boletos en taquilla o en Otra Electra (Presencial) – Boletópolis (boletopolis.com)

DURACIÓN: 60 minutos sin intermedio. Principio del formulario

DATOS ADICIONALES DEL TEATRO: No cuenta con estacionamiento o valet parking.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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