DJANGO CON LA SOGA AL CUELLO

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Para quienes entienden que, aún en los más oscuros rincones de la depresión, la felicidad es posible.

DJANGO CON LA SOGA AL CUELLO

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
Fotografías: Cortesía de la Producción

“Django es una marioneta y eres tú el que controla los hilos.”

Hoy es el último día de vida de Django, pues así lo ha decidido. Ni la música que sale de su guitarra, el exquisito sabor de un salami con salsa, o el hermoso bosque que lo rodea podrán disuadirlo de sui tan extrema elección. Una silla, una soga al cuello y la rama de un árbol es todo lo que necesita. Sin embargo, Django no entiende que no es mas que una marioneta del destino en manos de un dramaturgo lidiando con sus propios demonios. Bajo tan complejas circunstancias, quizás lo mejor sea escuchar a lo que tiene que decir un buitre movido por hilos, cuidar de un perro que tiene todo lo necesario para generar una sonrisa.

“Eso que quieres hacer… no lo hagas.”

En la recamara de un departamento de Nueva York, sobre un escritorio de vidrio, la historia de Django comienza. Inspirada por la profunda depresión que el dramaturgo y director Antonio Vega confiesa haber sufrido a manera de prólogo, misma que fuera acentuada por el aislamiento provocado por la pandemia, la obra “Django con la Soga al Cuello” es un exorcismo a los demonios que acechan a un artista, es un montaje de títeres de mesa videograbado con un teléfono celular de una manufactura impecable capaz de aterrar y encantar, es un esperanzador mensaje de vida y felicidad hacia aquellos que se han adentrado en la oscuridad de sus propias mentes.




“El mundo huele a carne podrida, ¿para qué negarlo?”

A segundos de lanzarse al vacío, un perro callejero orina sobre Django, provocando que el suicida posponga por un día su cometido. Más adelante, el ataque de un lobo detona un sentido de propósito en la vida del deprimido hombre, misma que podría llevarlo hacia la felicidad si no fuera porque el peso de la soga pesa demasiado sobre su mente. En el momento en que pareciera que todo se ha perdido, un narrador de rapiña y un dramaturgo frente a su propia pantalla se debaten sobre el final de todas las cosas. Más allá de una historia que lidia con el suicidio y la depresión de manera visualmente arrebatadora, “Django con la Soga al Cuello” es una reflexión sobre la manera en que un escritor lidia con su propia realidad a través de su escritura. Es en esta meta-teatralidad que Antonio Vega se confiesa ante los espectadores, sana sus propias heridas, todo ello reflejado en las aventuras que vive el títere Django y su sencillamente encantador perro Tripi. Es en esta doble historia, la de un hombre y su perro, la de un escritor escuchando a un buitre mientras escribe, que la pluma de Vega cobra verdadera potencia, es capaz de provocar al espectador hacia la reflexión profunda, conmueve y vulnera en un camino que culmina con lágrimas en los ojos, producto de haber sido conmovido hasta el alma.

“Finalmente escribiste un par de páginas felices.”

Tras un terrible incidente, Django lleva a Tripi a su casa para cuidarlo. Le limpia la sangre con un trapito, lo alimenta con caldo de carne con una cuchara, luego le ofrece un pedazo de pizza. Todo esto sucede en la recamara de Django, donde se puede ver un archivero, un teléfono, una cama con un sarape encima, y un calendario de pared en el que el paso del tiempo se marca a medida que sus hojas caen. Todos estos elementos son miniaturas meticulosamente creadas con un alto nivel de detalle. A nivel escenificación, “Django con la Soga al Cuello” es un trabajo artesanal que hace uso únicamente de elementos reciclados que estaban en el interior de la vivienda de Antonio Vega y Ana Graham. Con estos elementos fabricaron títeres de mesa, se plantean escenas desarrolladas con diversas técnicas como son el teatro de sombras, y el teatro de objetos, crean un universo profundamente teatral que es traducido exitosamente a la pantalla gracias a la fotografía y edición de Graham. A estos elementos, se suma el trabajo de musicalización de Cristobal MarYán, quien compuso igualmente a la distancia y desde el aislamiento. Este filme de casi 60 minutos, creado como parte del programa 59E59 Theatres Plays in Place, y gracias al apoyo de The Elysabeth Kleinhas Foundation, provoca y confronta tanto en su premisa dramatúrgica como en su realización, una que es capaz de poner una calavera girando en una lavadora, presentar un musical donde toda una serie de vecinos se niega a extender una mano amiga, o maravillar con las sombras que conforman a la gran manzana.




“No puedo escribir un final feliz, no lo merezco.”

A los 12 años, tras la muerte de mi papá, comencé a dormir más y más hasta sumar 20 horas al día. Poco a poco dejé de comer hasta que se me tuvo que alimentar de manera intravenosa, al tiempo que perdí la fuerza para caminar. Conozco la depresión de primera mano, nunca podría olvidar esa neblina negra que me rodeaba de forma perenne dándole instrucciones a mi cuerpo de morir pues mi mente no podía lidiar con la realidad. Yo fui Django, fui el dramaturgo, conozco el poder sanador del Dr. Brook y, por supuesto, la capacidad transformadora del teatro. En un mundo que pareciera darnos todas las razones para darnos por vencidos, “Django con la Soga al Cuello” es un grito de esperanza disfrazado de pipí de perro, de la voz de un sabio buitre que nos invita a recordar que sonreía puede transformar al mundo.

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: “Django con la Soga al Cuello”

DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: Antonio Vega

INTERPRETACIÓN: Antonio Vega y Ana Graham

FOTOGRAFÍA Y EDICIÓN: Ana Graham

MUSICALIZACIÓN: Cristobal MarYán

DURACIÓN: 55 minutos.

DÓNDE: Transmisiones en vivo del 17 al 31 de octubre a través del canal de YouTube y Facebook de Teatro UNAM.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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