Luis Alberto Alvarado fue miembro activo de la primera generación del Consejo Estudiantil Universitario de la UNAM. Junto con sus compañeros, consiguió en los ochenta mantener la gratuidad de la Universidad Autónoma de México. También fue esposo, hijo, tío, figura inspiradora en su familia. Luis Alberto, Beto, fue igualmente víctima de sus propios fantasmas y pesadillas, de sus inseguridades y dudas, de preguntas sin responder que lo llevaron a quitarse su propia vida.

El escenario del teatro Isauro Martínez está vacío salvo por una mesa con café en el extremo derecho y un espacio blanco con dos sillas, una mesa y un pequeño baúl de madera. En este níveo espacio la coreógrafa Bárbara Alvarado, sobrina de Luis Alberto y cocreadora de Relato junto con el dramaturgo Juan Carlos Franco, pasa la gran mayoría del tiempo de la representación inmóvil. Su figura es un símbolo siempre presente de la pérdida, un grito silente en contra de la depresión que aquejó a su tío, y que padecen tantos y tantos en el presente, es un dolor que aún punza y que se expresa a través de la danza.

Por el escenario entero deambulan 5 hombres vestidos en ropa de calle mientras calientan los músculos. Ellos son Luis Galaviz, Diego Martínez Villa, Paulina Medina, Vera Rivas y Antonio Soria, bailarines y actores. Entre tazas de café, personificarán diferentes personajes importantes en la vida de Beto, sus familiares, amigos y esposa, en algunos momentos a Luis Alberto mismo. Más allá de la palabra hablada, el lenguaje que usan es el de la danza.

Comienzan al borde del abismo, específicamente el frente del escenario, un paso entre el acantilado y una vida entera. La historia de Luis Alberto se entremezcla con el mito de Orfeo. Este punto de partida da pie a números coreografiados con precisión que expresan toda una gama de emociones desde la ira ante una fatídica noticia hasta el enfrentar la masculinidad, sentimientos que culminan con un poderoso discurso dancístico sobre uno de los males silentes más destructivos en la actualidad: la depresión. Entre carreras a toda velocidad con los ojos vendados, bailar con largas faldas, o jugar un poco de fútbol, la coreografía diseñada por Bárbara Alvarado explora múltiples facetas de la vida de su tío, un tema de enorme cercanía a la creadora que se refleja en el largo alcance de la puesta en escena.

Todo lo que Beto dijo y lo que no en largos silencios; explicar su aportación a la educación libre que se disfruta hoy en día en la UNAM; crear metáforas como el abismo que se encierra en una taza de café, hablar del miedo, factor vital que llevo a un hombre de escasos 31 años a jalar un gatillo contra su cabeza. La dramaturgia de Juan Carlos Franco está al servicio de la danza, busca acentuarla y adentrarla terrenos más teatrales. A pesar de que en la función del 15 de noviembre hubieron ciertos problemas con el audio que impidieron apreciar la narrativa de lleno, la manufactura de Franco para poder tocar tan delicados temas con poeticidad y crudeza es evidente y aplaudida.