La memoria florece en escena: arte, activismo y ternura política en Mi abuela cultivó un jardín

Por  |  0 Comentarios
COMPARTE!

La memoria florece en escena: arte, activismo y ternura política en Mi abuela cultivó un jardín

Edwin Sarabia

De la conciencia ambiental al territorio íntimo

En el universo poético de Ale (Velvet), la creación artística no se entiende sin el pulso de lo que duele colectivamente. Su pieza Mi abuela cultivó un jardín, se presentará en noviembre próximo dentro de la Muestra Nacional de Teatro. En entrevista, la creadora nos comparte que el escenario se vuelve territorio vivo: un espacio donde la memoria y el cuidado se entrelazan con la política y la ternura. Allí donde el olvido parece imponerse —como enfermedad o como violencia—, Ale decide sembrar resistencia.

El compromiso social no fue un pilar fundacional de nuestra compañía, fue algo que emergió del contexto. Esa afirmación resume una trayectoria que comenzó, casi sin proponérselo, en el bosque del Nixticuil en Guadalajara, cuando descubrió que la casa donde vivía se construyó sobre una zona amenazada por desarrollos inmobiliarios, comprendió que el arte podía ser una herramienta de reparación. De ese impulso nació Paisajes del Nixticuil, creada junto al Comité en Defensa del Bosque, donde la danza y el teatro se volvieron formas de denuncia y memoria ambiental.

Desde entonces, su práctica transita esa intersección donde la estética y la política no se contraponen, sino que se necesitan mutuamente: El arte no traduce los problemas sociales, los transforma. No ilustra el conflicto, lo encarna. La forma en que organizamos los cuerpos en escena o habitamos un territorio ya es una decisión política y estética.

En Mi abuela cultivó un jardín, Velvet traslada esa búsqueda al cuerpo, la pieza parte de su experiencia con el Alzheimer de su abuela, pero rápidamente se abre a una resonancia colectiva. No busca representar la enfermedad sino transfigurarla en gestos, silencios y fragmentos poéticos: Partimos de lo íntimo, pero no como una reproducción literal. Lo personal es una puerta hacia lo universal… Lo logramos partiendo de un eje poético común: la memoria, la pérdida, el jardín. Esos hilos sostienen todo.

El cuerpo como territorio político y el Alzheimer como espejo social

Velvet concibe el cuerpo como el espacio donde convergen historia y resistencia. En su práctica, el cuerpo es testimonio y trinchera. El cuerpo no solo se mueve desde la técnica sino que encarna luchas, vínculos y memorias. La creación es acción: las piezas no se quedan en el escenario, funcionan como gestos que dialogan con el público y con los territorios. Desde esa perspectiva, Mi abuela cultivó un jardín habita la experiencia del olvido sin necesidad de narrarla, a través de la percepción y la quietud explora cómo se desvanece la identidad y cómo, incluso en la pérdida, florece la ternura.

Para Velvet, visibilizar el Alzheimer va más allá de lo personal: no es solo un asunto médico, es un fenómeno social, cultural y político que afecta a familias, comunidades y sistemas de salud, una enfermedad que sigue siendo estigmatizada. Hablar del Alzheimer es hablar de la memoria, del olvido, de los vínculos que nos sostienen. Es preguntarnos quién recuerda cuando alguien olvida.

Esa reflexión se extiende hacia el terreno del género: Históricamente el rol de cuidadora recae en las mujeres, eso también hay que cuestionarlo. No porque cuidar esté mal, sino porque debe ser una responsabilidad compartida. Las políticas públicas y los apoyos institucionales no pueden seguir asumiendo que el cuidado es algo femenino por naturaleza.

El jardín como lugar de resistencia y el teatro como memoria viva

No basta con narrar el dolor, hay que encontrar su ritmo, su respiración, su silencio. Así, lo que empezó como una historia familiar se convierte en un espejo donde el público proyecta sus propias pérdidas. La memoria —esa que se marchita y florece al mismo tiempo— se vuelve experiencia compartida.

La selección de la obra en la Muestra Nacional de Teatro representa para Velvet no solo un reconocimiento, sino un espacio de diálogo entre creadoras: Es un lugar para pensar los modos de trabajo, no solo lo que hacemos en escena, sino cómo lo hacemos, afirma. Su práctica se inscribe en una generación que entiende la escena como un acto ético, político y poético a la vez. En el universo simbólico de Mi abuela cultivó un jardín, el jardín no es solo un recuerdo: es una práctica. Cuidar la memoria, cuidar el cuerpo, cuidar el entorno.

En un tiempo donde el olvido parece institucionalizado —en los bosques, en las comunidades, en la historia—, la obra de Velvet siembra una resistencia silenciosa. Cada flor que brota en escena recuerda que el arte, cuando se hace con ternura y conciencia, también puede ser una forma de justicia.

Ve la entrevista completa en: https://youtu.be/mWtigkSxkic?si=9dzsp9ZHoEH6siYX

COMPARTE!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *