EN LA SOLEDAD DE LOS CAMPOS DE ALGODÓN
Para quienes entienden que las relaciones humanas están infestadas de intereses no confesables.
EN LA SOLEDAD DE LOS CAMPOS DE ALGODÓN
El dramaturgo Bernard-Marie Koltès (1948-1989) impone al espectador la experiencia de lo crudo y de lo enigmático. Esto queda absolutamente patente en su obra “En la Soledad de los Campos de Algodón”, que ha sido distinguida por la crítica especializada como clave de la dramaturgia francesa de final del siglo XX. El encuentro entre dos personas que cumplen dos funciones distintas pero complementarias: un dealer y un cliente. El conflicto es que a pesar de haber una simbiosis entre ambos roles, pareciera que están dispuestos a evitarla o no llevarla a cabo: mientras el dealer ofrece un producto que no muestra, el cliente niega la búsqueda de algo.
“El deseo de un comprador es lo más melancólico que existe, algo que se contempla como un secreto que sólo pide ser penetrado.”Nora Manneck, con toda la trayectoria y experiencia teatral que le precede, desarrolla y dirige una creación escénica respetando la esencia que caracterizó a Koltès al no construir una intriga compleja sino conservando el desarrollo lineal del tiempo de principio a fin. El tráfico, la relación comercial bajo penumbra de clandestinidad, es el marco en el que las palabras de la transacción conforman el peso de la acción dramática misma.
“Lo que yo pudiera desear seguramente usted no lo tendría. Mi deseo, si lo hubiera, quemaría su rostro al expresárselo”Los actores Fernando Bueno y Daniel Bretón, cliente y dealer respectivamente, rompen el silencio en soliloquios compartidos acerca de la soledad, el deseo, el miedo, la atracción que ejercen el amor y el odio, con una evidente carga homoerótica para aquellos que así quieran encontrarla. Ambos actores utilizan la palabra como instrumento fundamental, el único medio del que disponen y del que se sirven hasta las últimas consecuencias. No hay soluciones convencionales, no hay oscuros, ni saltos de tiempo y mucho menos cambios arbitrarios de decorado. Solo un cajón, luces que enfatizan el diálogo, permitiendo que las palabras sean las protagonistas de la transacción que hemos sido invitados a atestiguar, con el propósito de evitar los riesgos de traición y estafa que implica dicha operación.
“En la Soledad de los Campos de Algodón” nos permite adentrarnos en nuestros más recónditos deseos y temores, caminar por la noche esperando encontrar lo que uno no busca: un intercambio, una caricia, un artefacto o una charla. Es una mirada hacia las relaciones humanas infestadas de intereses no confesables, un diálogo entre acomodados y excluidos, un transitar hacia quien sabe dónde, por un camino lleno de violencia, sordidez y fealdad pero, por más extraño que parezca, colmado de esa rara belleza que es la realidad. Tal como Koltès escribió “El cine y la novela viajan, el teatro, en cambio, mantiene los pies sobre el suelo”… ese suelo que es tangible “En la Soledad de los Campos de Algodón”.
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