CULTUS INTERRUPTUS
CULTUS INTERRUPTUS
Imagínense un trío de músicos-actores cantando a capela «Zefiro torna e di soavi accenti» (el segundo madrigal escrito por Claudio Monteverdi en 1632). Ahora visualicen que desde que inicia este bello murmullo de voces escuchamos el bajo que introduce «Gigantic» (canción del grupo de rock alternativo Pixies, lanzada en 1988). Con un oído en lo culto y otro en lo ridículo, con una risa en los labios y otra en la mente, se les invita a acompañar a estos personajes en una irrupción de la solemnidad para llegar directamente al estruendo de una carcajada. Preparen sus oídos y guarden su aliento pues los acordes que están por escuchar junto al canto solemne serán acompañados de una muy jocosa picardía.
Ensamble-rías monta «Cultus Interruptus» con adaptaciones a ocho piezas musicales de distintos géneros y diferentes épocas, con invitados nuevos y variaciones al repertorio de canciones en cada función. Este múltiple contenido es caracterizado principalmente por el humor intelectual y las excentricidades del trío músico-actoral que trasgreden las interpretaciones de corte culto, dando como resultado un espectáculo bien equilibrado entre lo cómico y lo solemne, la risa y el asombro, lo que brinda al espectador una experiencia sumamente disfrutable.
La dirección de escena de Roam León consigue una convivencia muy grata entre el público y los actores, producido por un ambiente sencillo y personalidades carismáticas, donde cada acto fluye incluso en las canciones más difíciles o en las que se solicita la participación del espectador. Mauricio Durán, director artístico y musical de este espectáculo, realiza un gran trabajo en la coordinación de los intérpretes al establecer escenarios cómicos sin perder por ello el hilo de la música que deben tocar. Ambos directores captan la esencia del clown en un trabajo que realiza un gran homenaje al grupo cómico argentino Les Luthiers, al mismo tiempo que propone un acercamiento a autores clásicos como Verdi o John Cage.
Mauricio Durán, Leonardo Luna y Vinicio Marquina realizan un buen trabajo en los instrumentos, incluyendo una máquina de escribir, así como en sus cánticos. Además, se ganan un cálido aplauso por las caracterizaciones las cuales, aunque no intentan crear personajes complejos, proyectan un carácter serio que permite generar un contraste entre lo ridículo de las situaciones y lo serio de cada canción.
Después de varios minutos de haber empezado a escribir esta reseña me doy cuenta de que he estado escuchando una y otra vez «Zefiro torna e di soavi accenti«; también me percato de que una parte de mí no puede evitar reírse pues los recuerdos del gracioso “Cultus Interruptus” llegan a mi mente de forma espontánea, evocados al mismo tiempo por el cántico solemne que Monteverdi imprimió en dicho canto madrigal. Creo que una de las mejores cosas que el espectador puede rescatar de la puesta en escena es la música, pues en ella se puede conservar la memoria y, por qué no, también la risa.