CHARLOTTE Y LA LÍNEA DEL TIEMPO
Para quienes quieren emprender un camino por los recuerdos que llevan a la paz.
CHARLOTTE Y LA LÍNEA DEL TIEMPO
Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
El timbre suena. Son los invitados que ya llegaron para la fiesta. Todo está saliendo de acuerdo a lo calculado salvo por un ligerísimo detalle. La gente se presenta, toma asiento en algun lugar del departamento y comienza a platicar entre sí, en espera de Charlotte. Alberto puede sentir cómo su corazón palpita a toda velocidad ante esta situación inesperada ya que constantemente olvida que cuando se trata de lidiar con los demás, el caos es la regla. Una moneda no para de girar. La razón por la que todos están reunidos se ha encerrado en la recámara y Alberto no para de analizar diferentes resoluciones a tan complejo problema. No hay alternativa, es hora de sacar el estambre, los post-its y los recuerdos guardados en lo más profundo de un baúl. Es hora de superar el pasado y alcanzar la paz, cueste lo que cueste, no importa las consecuencias.
Luego de una exitosa temporada dentro del Movimiento de Teatro Íntimo para Departamentos, el bello y agridulce melodrama «Charlotte y la Línea del Tiempo», del joven y talentoso dramaturgo y director Jonathan Huesca, evoluciona y cobra nueva vida ahora como una obra de cámara dentro de los confines de un escenario definido. Tras darse cuenta de que ha olvidado el aniversario luctuoso de su padre, Charlotte entra en una profunda crisis que lleva a su pareja, Alberto, a crear una línea del tiempo para ella en un esfuerzo por entender a nivel científico las razones de tal olvido. El resultado de este aparentemente inofensivo experimento es un viaje hacia los recuerdos de Charlotte e inevitablemente hacia los de uno mismo, en un recorrido que posiblemente nublará la vista de muchos espectadores, algunos con un pequeño resquebrajo en su corazón, la mayoría con una tierna sonrisa en la boca.
“En los detalles vamos a encontrar la razón de tu olvido.”Una de las características presente dentro de la dramaturgia de Huesca, quien me hiciera llorar profundamente el año pasado con «Fragmentos» (crítica en www.entretenia.com), es su habilidad para llevar de la mano al espectador exactamente hacia donde él lo desea, para poder mover las fibras más sensibles dentro de cada uno. “Charlotte y la Línea del Tiempo” lo hace maravillosamente a partir de una serie de caricias en el alma, un inevitable recorrido por los recuerdos y una buena dosis de humor. La construcción precisa de dos personajes complejos en caminos emocionales diametralmente opuestos, uno hacia la paz y otro hacia el máximo sacrificio posible por amor, conducen al espectador a que éste se dé permiso de encariñarse casi de inmediato con el muy neurótico Alberto a la vez que acompaña a Charlotte en su viaje por el tiempo. Diálogos cargados de verdad y honestidad, un buen entendimiento del cómo funciona la mente humana, una dosis de ciencia y otra parte de ingenio y simpatía hacen de “Charlotte y la Línea del Tiempo” un montaje entrañable enmarcado por un reloj de pulsera, una colección de discos y una casetera que encierra un hermoso mensaje de adiós.
La dirección que el mismo Huesca aporta a su obra es bien ejecutada, sobre todo a partir de una propuesta que lleva al público a ser testigos de una representación visual de la forma en que funcionan las mentes de ambos personajes. Aprovechando y maximizando el espacio disponible, Huesca recrea el interior del cerebro de Alberto a partir de ángulos y líneas esparcidas por todo el lugar con la misma destreza con la que lo va llenando de los contenidos de un viejo baúl que guarda preciadas memorias de la vida de Charlotte. Esta concepción espacial para “Charlotte y la Línea del Tiempo”, que incluye un momento verdaderamente poético a partir del uso de arena, se une a un ritmo bien logrado y a un preciso manejo del tono melodramático inherente en el texto para dar como resultado un producto lleno de emotividad y sentimiento.
El camino que cada uno de los personajes recorre a lo largo de los sesenta minutos que dura “Charlotte y la Línea del Tiempo” debe ser plasmado en escena con absoluto compromiso actoral, y desde un lugar emocional honesto para así conseguir el efecto total deseado desde la dramaturgia y dirección. El amor que Alberto siente por Charlotte, su proceso mental analítico y científico, así como todas las consecuencias emocionales que conlleva la enorme confesión que realiza a la mitad de la obra son llevadas a cabo por Víctor Galván con una fuerza similar a la que Montsé Simó utiliza para mostrar en Charlotte su fragilidad inicial y su recorrido a través de dulces y amargos recuerdos de su padre si es que ha de conseguir la tan anhelada paz mental. Ambos actores muestran su talento y capacidad, así como un sólido crecimiento en su entendimiento de los personajes desde que viera la obra por primera vez el año pasado.
Mi padre murió hace veintiocho años… creo. Sé que fue en julio pero ya no sé ni el año ni el día exactos. Ya no recuerdo su voz, a veces no es fácil traer su cara a mi memoria, pero recuerdo perfectamente la manera en que los domingos en la mañana solía saltar en mi cama para llenarme de besos mientras declaraba que era la hora del amor, su horrenda camisa hawaiana con la que le gustaba cocinar en el jardín y la felicidad con la que me llevaba al teatro desde muy chiquito. Recuerdo también lo devastadora que fue su muerte repentina para cada uno de los miembros de esta familia, lo difícil que ha sido recuperarnos desde su partida. Nunca lo he olvidado, siempre lo llevo a mi lado, pero ya no es una carga o un lastre que arrastro como un peso sobro mis hombros. Mi papá es mi guía, mi fuerza espiritual, mi compañero invisible que me acaricia cuando hago bien las cosas y así es como siempre vive en mi corazón.
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