ALGODÓN DE AZÚCAR

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Para quienes se atreven a adentrarse en un macabro parque de diversiones donde lo más aterrador es el propio ser humano.

ALGODÓN DE AZUCAR

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
Fotografías: Ricardo Castillo Cuevas (RiAlCastillo)

“¿Recuerdas tu cumpleaños número diez?”

Pastel en mano, y criatura misteriosa a su lado, Magenta está perdido en camino a celebrar el aniversario de sus papás. Tratando de llegar a una reunión familiar que no le interesa en lo más mínimo, pero desorientado por el humo que la bestia constantemente le lanza a la cara, Magenta de pronto se encuentra cara a cara con tres payasos que parecieran tener las más negras de las intenciones. En realidad lo que estos seres de cara blanca, sonrisa maníaca y grandes pelucas buscan es que Magenta acepte el ticket que le ofrecen a cambio de un rotundo sí, se atreva a subirse en los juegos de feria que lo conducirán a su pasado, y así, enfrente al verdadero lobo que en su niñez lo encantó de la más perversa manera.

“En el fondo nunca dejamos de ser niños.”

Un evento por demás traumático es enterrado en lo más profundo del subconsciente de un hombre. Para traerlo de vuelta a la superficie, y así ser capaz de enfrentarlo, este adulto invoca una feria y los payasos que la habitan, seres que bien podría haber salido de la mente de Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, o más recientemente de Stephen King. Sobre esta premisa es que la dramaturga y directora Gabriela Ochoa construye la obra “Algodón de Azúcar”. Dantesca y onírica en su premisa, perturbadora más por las conclusiones que provoca que por todo aquello que acecha el macabro universo propuesto por su creadora, y potente en la forma en que la tensión dramática se construye, la obra es una travesía por los recuerdos de un hombre adulto, por una serie de eventos que lo marcaron e hirieron a edad muy temprana, es un grotesco retrato del cómo las disfunciones familiares permiten que el mal se encone y pudra todo a su alrededor protegido por el silencio, el miedo y los secretos.




“Este juego no se dice.”

Cuando los tres espeluznantes payasos aparecen frente a Magenta, y se le revela un parque de diversiones al que él iba de niño, comienza una surreal negociación para que Magenta pueda seguir con su camino. La única condición: que diga que sí. ¿Qué es a lo que está aceptando el muy perdido hombre? ¿A subirse a los juegos mecánicos? ¿A divertirse un poco y relajarse en la rueda de la fortuna? ¿O quizás a darse permiso de adentrarse en su propia mente para desenterrar los esqueletos que lo han atormentado por años? “Algodón de Azúcar” está construida a partir de una serie de viñetas, disfrazadas de juegos de feria, que presentan momentos clave en la infancia del protagonista. Una poco exitosa fiesta infantil de cumpleaños a principios de los ochenta en la que un pastel embarrado le roba la cara a una madre, un funeral donde unos globos con helio dan pie a un poco de caos, una reunión familiar donde una ronda infantil cobra tintes aterradores, todo ello es parte de la pesadilla que la dramaturgia construye antes de revelar el grotesco significado detrás de un humo de puro, de una manipuladora ronda infantil, de un ataque del cual no se sana jamás. No cabe duda que Gabriela Ochoa ha desarrollado en su obra una singular manera de representar la violencia a temprana edad, un parque de diversiones en el que los payasos más lúgubres son cosa de risa cuando se comparan con la crudeza del mundo real.

“A tu edad ya deberías saber que todo tiene consecuencias.”

Una estructura a base de cuatro andamios, con focos a lo largo de sus columnas, simbolizan la feria abandonada a donde llega Magenta; una máquina para hacer algodones de azúcar crea mágicas nubes que encierran agridulces recuerdos; tras toda una travesía entre la penumbra, un gran rayo de luz blanca cae sobre Magenta justo antes de tener que enfrentar a sus papás con la más dura de las verdades. Desde el uso de máscaras propias de la comedia del arte, hasta un cuidadoso vestuario que claramente ubica la acción, y a los payasos, a finales de los setenta, la dirección de Gabriela Ochoa orquesta cada uno de los elementos que conforman “Algodón de Azúcar” para crear una sólida puesta en escena, congruente en cada una de sus piezas. La escenografía a cargo de Félix Arroyo, el diseño de iluminación de Ángel Ancona, el vestuario de Giselle Sandiel, las máscaras de Felipe Lara, y un gran número más de creativos se conjuntan bajo la batuta de Ochoa para fortalecer el texto a niveles delectables de teatralidad. La manera en que las personalidades de algunos adultos se cubre con redes en la cara, la grotesca faz que se crea en los personajes que habitan la memoria de Magenta a partir de la máscara, la música de acordeón que aporta tintes lúgubres, hasta la forma en que cuatro personajes se sientan en una banca para asentir en forma sincronizada, cada elemento que conforma el montaje suma de manera precisa y clara hasta dar como resultado una obra de teatro admirable en cada una de sus oscuras y circenses aristas.




“Uno no sabe que es feliz hasta que ya no estás ahí.”

Una payasa de anaranjada y desaliñada cabellera se transforma con una máscara en una muy llorona tía enviudada o en una clásica madre que desborda fingida alegría; un payaso con un gran afro y pantalones acampanados se vuelve en un segundo un niño de diez años muy malcriado o un padre castrante; el tercer ser de cara blanca es también una inocente chica que podría deleitarse con una golosina de feria. Entremezclando exitosamente elementos de la farsa, la sátira y el clown, Romina Coccio, Carolina Garibay y Miguel Romero personifican a los tres macabros payasos, y a una amplia gama de personajes satélites a Magenta, con delicioso humor negro y haciendo gala de sus habilidades corporales para la creación de muy particulares criaturas del subconsciente del protagonista. En directo contraste, Alejandro Morales asume el rol principal desde la absoluta seriedad, aportando el gravitas necesario de un hombre enfrentando las peores pesadillas de su pasado. Sin embargo, al momento en que debe asumirse en diferentes momentos de su infancia, Morales se une al carnaval y se deja llevar por completo por la surreal narrativa ya sea devorando pastel sin usar las manos o jugando ávidamente con un atari 64. El elenco lo completa Francisco Mena como la sombra que acompaña a Magenta, figura lúgubre que representa un mundo de pesadillas.

“Jugaremos en el bosque mientras el lobo no está.”

Siempre se ha dicho que la realidad supera a la ficción, declaración que por supuesto también aplica para cualquier cuento de terror. Por más sangre que pueda chupar un vampiro, por más profundo que pueda ser el aullido de un hombre lobo, no importa cuán escalofriante pueda ser el ver a un payaso en una cloaca sosteniendo un globo rojo… nada, absolutamente nada puede ser más abominable o aterrador que el ser humano. “Algodón de Azúcar” adentra a los espectadores en uno de los más macabros universos posibles y, no, no es el de unos payasos del averno, es el que un hombre adulto fue capaz de crear en la frágil psique de un niño jugando a los encantados.

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: Algodón de Azúcar

DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: Gabriela Ochoa

ACTUAN: Alejandro Morales, Romina Coccio, Carolina Garibay, Miguel Romero y Francisco Mena.

DÓNDE: Foro Sor Juana Inés de la Cruz

DIRECCIÓN: Centro Cultural Universitario, Insurgentes Sur 3000.

CUÁNDO: Jueves y Viernes 20:00, Sábado 19:00 y Domingo 18:00 horas. Hasta el 14 de Mayo 2023.

COSTO: $150, aplican descuentos. Boletos en taquilla y Boletos | Algodon de azucar | Universidad Nacional Autónoma de México (unam.mx)

DURACIÓN: 85 minutos sin intermedio

DATOS DEL TEATRO: Cuenta con estacionamiento.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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