ADIÓS QUERIDO CUCO
ADIÓS QUERIDO CUCO
Por Juan Carlos Araujo
Su colita que antes se agitaba con tanto vigor cada vez es más lenta, al igual que su andar. Sus brincos son un poquito menos altos y su ladrido es cada día más débil, más cansado. La pequeña Pola lo sigue amando con la misma fuerza de siempre, pero esa fuerza ya no está presente en los huesos de Cuco, quien ahora duerme mucho más profundamente, esperando por fin descansar. No es que esté malito, para nada, es sólo que su tiempo en este lugar está a punto de terminar. Lo único que es absolutamente ineludible en esta vida es el hecho de que se tiene que acabar, y aunque no queramos, aunque duela, esa ley también aplica para los perritos.
El tema de la muerte, el proceso de aceptación de una pérdida, ya sea de algún familiar, amigo o incluso de una mascota, siempre resulta delicado de tratar, muchísimo más cuando hay niños involucrados en el asunto. Tristemente, por más que uno quiera protegerlos, encerrarse en una burbuja de cristal donde la tristeza no existe, tanto niños como adultos tenemos que aprender y aceptar que la muerte es un proceso natural e inescapable, final natural al viaje tan maravilloso que conocemos como vida. A partir de la muerte de su propio perro Dodo, la muy reconocida dramaturga Berta Hiriart decidió transformar su pena en palabra, escribiendo la obra ganadora del Premio Nacional de Teatro Para Niños 2004, “Adiós Querido Cuco”. Una vez más el teatro funcionando como catalizador de todo sentimiento humano.
Negación, pasmo, rabia, angustia, tristeza, culpa y aceptación son las siete etapas de la pérdida por las que tiene que transitar la joven Pola, con ayuda de su abuela Titina, en vías de poder encontrar la paz tras la muerte del amado perrito Cuco. Sin el más mínimo miedo a decir la verdad, completamente libre de condescendencia, Hiriart le habla directamente al corazón de los niños, les toca su alma e increíblemente también los hace reír con una historia profundamente hermosa y triste a la vez. A partir de tres pajarracos que sirven como narradores, Hiriart llevará a los niños de la mano de esta conmovedora historia, con toda la intención de acercarlos a tan escabroso tema de manera que la puedan entender, apreciar y, sobre todo, aprender de ella, eso sí, dejándoles un bello mensaje final que garantiza que salgan con un buen sabor de boca de tan amarga experiencia. Cuidado papás, les advierto que a medida que sus hijos rían con trucos de magia, como sacar una serie interminable de pañuelos de un bolsillo, ustedes no podrán contener un profundo nudo en su garganta, ni el que sus vistas se nublen, recordando las caras de aquellos a quienes se les ha tenido que decir adiós.
La dirección de “Adiós Querido Cuco” a cargo de Edgar Uscanga es sencilla, directa, pulcra, sin mayores pretensiones que el permitir que el texto brille con todo la fuerza de su mensaje. Aprovechando al máximo el espacio que tiene a su disposición, Uscanga hace uso de tan sólo un puñado de elementos escénicos en un intento de aligerar tan duro tema, haciendo reír a los niños mientras que los papás secan sus lágrimas de manera discreta. Con la presencia de música en vivo, pinturas muy vistosas hechas a mano, un vestuario y maquillaje sumamente llamativo, y llamando a los niños por sus propios nombres, Uscanga consigue eficientemente transitar por cada etapa de la obra con calidad y oficio, promesa de trabajos futuros que sin duda habrá que ver.
“Adiós Querido Cuco” no es un divertimento superficial para pasar una mañana de domingo, sino una verdadera obra de teatro de enorme valentía y coraje con una profunda lección de vida que todo ser humano debe de experimentar. No hay manera de lidiar con este tema de manera fácil, no se puede envolver con caramelo y nubes rosas o asegurar que no existe o que es de poca importancia. Los niños tienen derecho a saber lo que es la muerte, deben entenderlo lo antes posible, de lo contrario, el día menos esperado (en mi caso particular durante unas vacaciones en Guanajuato cuando tenía doce años) ella puede aparecer sin ningún tipo de piedad y tomarlos por sorpresa, arrancándoles lo que más quieren sin la menor capacidad de entender qué es lo que acaba de suceder.
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