CIUDAD DE TRES ESPEJOS

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CIUDAD DE TRES ESPEJOS

El canto del arrayán

Por Carlos Urani Montiel
Fotografías: Cortesía de la MNT

¿Puede una bala perdida provocar cotidianidad? ¿Qué sobrevive de un hogar enterrado bajo el polvo? La dramaturgia de Saúl Enríquez, escritor y director de “Ciudad de Tres Espejos”,  propone una mezcla de fragmentos narrativos resueltos con una tensa acción dramática a partir del tejido más íntimo de ciertas comunidades. En el 2017, después de una residencia con los integrantes de la emblemática compañía, TATUAS, surgió la puesta en escena arriba mencionada que explora el apogeo de la violencia en un espacio tan lastimado como Sinaloa.

La obra comienza con seis actores entrando a escena (en este caso el mismo tablado del teatro Benito Juárez), dispuesta a manera de arena cuadrangular, en donde cuatro mesas llenas de arena ocupan el centro de las miradas. Los histriones platican, festejan, ríen y se enorgullecen de ser “culichis”. Enríquez señaló, durante una conferencia previa al estreno en el Festival Cultural del estado, que el drama “se fue creando entre todos. Por ello, hay un gran riesgo por parte de los actores quienes hablan de su propio dolor y de sus propias alegrías”. Aunque el sufrimiento prima en el montaje, la realidad sinaloense –y la de muchas otras zonas del país– no puede comprenderse sin esbozos de alegría y esperanza, por mínimos que sean. “Ciudad de Tres Espejos” gira en torno a esas historias. La memoria e imaginación resultan necesarias.




“¿Por qué buscamos en el pasado?”, pregunta uno de los personajes: “Las historias son de todos. Nuestra mirada del mundo se forma a partir de lo que las personas dicen. Siempre hay huecos que la imaginación llena. Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe, de la cual intentamos salir lo mejor posible.” La superposición de narrativas, metáforas, tiempos e identidades construyen situaciones latentes que pueden ocurrir en cualquier momento.

La puesta en escena recrea tres momentos, tres formas de una misma metrópoli, unidas por una tragedia que alude a la indagación e incertidumbre de todo sinaloense ante su realidad. No es gratuito que una de las melodías más famosas y representativas de la región se titule “El niño perdido”, ni que sea la referencia inmediata a la trama que une toda la pieza: la desaparición de Julián. Originalmente la canción no tenía letra y su composición se concentraba en una mezcla de ritmos tristes que después se remata con un alegre final. Esto coincide con la propuesta de “Ciudad de Tres Espejos”. No obstante, en la obra se incluye la letra adjudicada a David Aguilar. Los versos entonados por el hijo del contador de historias aumentan la tensión dramática: “Ay… mi pobre niño / ¿por dónde estás? / ¿Qué viento te llevo? / Tras las calles sin luz”.




Una tenue luminosidad rojiza acompaña el canto del viejo árbol, presagio y símbolo del miedo. “Siempre que canta el arrayán sabemos que alguien ha muerto.” Cuando se escucha ese ruido, sin importar el tiempo en el que deambulan las parejas de personajes (los viejos, los hermanos y los diseñadores de historias), sus miradas se fijan en un punto externo a la escena. El arrayán se transforma entonces en un referente para recordar o imaginar a quienes han logrado sobrevivir a pesar del miedo y el peligro.

La iluminación opta por crear una atmósfera sombría, que se ilumina en momentos específicos, ya sea para jugar con el reflejo de pequeños espejos que simulan el trayecto de una bala sobre una manta en lo alto del escenario, o para que los espectadores, de pie y entrelazados, nos reconozcamos el uno en el otro. La arena, por su parte, cubre las patas y superficie de las mesas, simbolizando aquello que ha hundido impasiblemente a todo un pueblo. La paleta ocre del vestuario reafirma a este elemento como parte orgánica, porque incluso invade el olfato, en el desarrollo del drama. La cuadrícula que delimita el escenario encierra la “infinita catástrofe” a la que todos somos propensos –de ahí que el trazo escénico incluya el espacio de los espectadores con quienes se mantiene un roce físico constante–. El conjunto dramático resulta sólido, las actuaciones de Genaro Sahagún, Zeira Montes, Marichú Romero, Rodolfo Arriaga (director de la compañía), Enrique Rivera y Andrés Víza, son acordes con los momentos de desesperanza y regocijo. No obstante, la energía y entonación del cuadro actoral no se sostiene a lo largo del montaje y la propuesta tiende al melodrama exacerbado, como cuando aparece el zapato de Julián.

Representando al estado de Sinaloa, «Ciudad de Tres Espejos» se presentó en el Teatro Benito Juárez de la Ciudad de México en la 39 Muestra Nacional de Teatro. Fue parte de la línea curatorial de Teatro poético que dialoga con su contexto, por lo que reflexiona en torno a una cotidianidad violentada que finalmente da una respuesta contundente: “Aquí solo se quedan las personas de alma grande”.

Créditos de fotografías: José Jorge Carreón, Raúl Kigra y Sebastián Kunold.




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Contacto Carlos Urani Montiel: www.norteatro.com
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