RICARDO III
Para quienes quieren entender hasta qué punto Shakespeare puede ser un verdadero matadero.
RICARDO III
La fealdad en un rostro, las deformaciones impuestas sobre un cuerpo maltrecho, la dificultad en un caminar cojeante, nada, absolutamente nada de esto es comparable a la podredumbre que puede llegar a habitar dentro de un alma absolutamente corrompida por el odio, la sed de venganza, la obsesión con el poder. Cada gota de sangre que se acumula hasta convertirse en un verdadero río carmín es derramada sin el más mínimo arrepentimiento, sobre todo cuando ha sido vertida en aras de sentir el peso de una corona negra sobre la testa, con la delicia de poderse ver en el espejo y ver reflejada la mirada de un rey. Los cuerpos amortajados pendiendo de ganchos se acumulan, se convierten en un lastre imposible de dejar en el pasado, convirtiéndose en peso muerto sobre la cabeza de un monarca que no merece ni siquiera la piedad mínima necesaria para obtener un caballo. La joroba que lleva Ricardo de Gloster guarda toda la carga de sus crímenes y nadie más la cargará por él.
El recuento del camino que recorre el abominable Duque de York hasta convertirse en rey de Inglaterra, a través de cuanto engaño, traición y asesinato está a su alcance, es posiblemente una de las obras históricas más representativas e interesantes dentro de la dramaturgia de William Shakespeare. Las clásicas intrigas familiares en la nobleza, así como toda una serie de estrategias políticas propias de las tragedias del bardo de Inglaterra, toman tintes de mucho mayor oscuridad al presentar en el personaje titular de “Ricardo III” a una de sus creaciones más complejas, atractivas y maquiavélicas, condierada como uno de los antihéroes por antonomasia de la literatura.
¿Hasta qué punto puede un hombre mancharse las manos de sangre con tal de obtener su más preciado deseo? Uno de los retos siempre presentes a la hora de montar una obra del más grande dramaturgo de la historia radica en poder transmitir la profundidad detrás de cada palabra, de cada verso escrito, de manera que no resulte intimidante para quien no se ha dedicado al estudio de las artes escénicas. La adaptación de “Ricardo III” a manos del también director de la puesta en escena, Mauricio García Lozano, y del traductor Alfredo Michel Modenessi, es atractiva al conseguir balancear de manera eficiente la belleza y poder de las palabras de Shakespeare, con un lenguaje libre de pretensiones y que no resulta ajeno o incomprensible para el espectador casual.
Sin lugar a dudas, la mayor razón para ver y aplaudir este nuevo montaje de “Ricardo III” recae en la dirección de García Lozano, quien consigue atrapar al público asistente con una propuesta visual que constantemente asombra, hipnotiza y a momentos verdaderamente aterra. Con una cuenta de 12 muertos a lo largo de toda la obra, Mauricio García Lozano entiende que lo que Shakespeare escribió es una verdadera carnicería, y es justamente eso lo que le encomendó crear al extraordinario escenógrafo Jorge Ballina, con quien vuelve a unir esfuerzos tras el hermoso trabajo realizado en “La Ilusión” (crítica en www.entretenia.com). Un juego constante de telones hechos con cortinas de plástico semi-transparentes, aquellas comúnmente utilizadas en los mataderos, muestra en todo su esplendor el nivel tan sanguinario que alcanzan los actos del Duque de York, con sangre literalmente volando por el escenario, y una serie de cuerpos colgando por el lugar, como si fueran reses listas para ser destazadas. Esto, sumado a un escenario en tres niveles con paneles movibles y trampas en el suelo, consigue que “Ricardo III” sea un escalofriante éxito rotundo a nivel escénico-visual.
La diferencia entre un villano y un antihéroe radica en que mientras el primero debe de provocar rechazo y repudio en el espectador, el segundo produce una cierta atracción y fascinación. Ricardo de Gloster es un monstruo deforme, tanto físicamente como en su alma, pero con un carisma tan poderoso que es capaz de seducir a la viuda de aquel que murió bajo su propio mandato. ¡Qué mejor ejemplo de lo que es un antihéroe! Carlos Aragón es el encargado de dar vida a dicho personaje y se entrega de lleno a él, con resultados ciertamente admirables. Sin embargo, su interpretación cae mucho más en el ámbito del villano, lo cual resta profundidad a la lectura de tan complejo personaje. Una vez dicho esto, la labor actoral de Aragón sigue siendo enorme y merece nuestro respeto y aplausos.
El elenco en “Ricardo III” es sólido en su mayoría, sobre todo en los roles femeninos. Encuentro el trabajo de Paloma Woolrich como la Duquesa de York, madre de Ricardo, esplendoroso, mostrándose regia en su nobleza, así como destrozada como mujer que lo ha perdido todo a manos de su propio vástago. Sophie Alexander-Katz es igualmente maravillosa como la Reina Isabel, proyectando tanto su rabia y asco contra Ricardo como la desesperación de saberse arrinconada. El resto de los actores consigue muy buenos resultados en escena, especialmente Leonardo Ortizgris, Haydée Boetto y Daniel Haddad, aun cuando se podrían mejorar exponencialmente las interpretaciones si se evitara el tono “shakesperiano” en los diálogos y se entregaran de manera mucho más natural.
Mauricio García Lozano es un verdadero autor, con una poderosa voz dentro de la escena de nuestro país a quien se le debe de prestar atención. Su montaje de “Ricardo III” es un excelente ejemplo de como una velada de tres horas con Shakespeare puede pasar volando en un suspiro que deja fascinados a los asistentes tanto por la belleza escénica como por el horror de la sangre derramada.
“Tus penas son retazos, las mías son absolutas.”En el último año he tenido la fortuna de presenciar diferentes montajes y propuestas de “Ricardo III”, incluyendo la que se presenta actualmente en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, y con cada nueva propuesta me enamoro más y más de tan detestable personaje, posiblemente a partir de aceptar que todos albergamos en nuestro interior un ser deforme y retorcido. Seamos honestos, si diéramos rienda suelta a nuestras más bajas pasiones, no existirían ganchos suficientes para colgar todos los cuerpos que penderían de ellos, no habría contenedor suficientemente grande para toda la sangre que se habría de derramar. Todos tenemos algo de Ricardo de Gloster en nuestra esencia, todos tenemos sangre en las manos.
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