PRODUCTO FARMACÉUTICO PARA IMBÉCILES

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Para quienes desean aplaudir de pie cuán ridículo es el arte moderno.

PRODUCTO FARMACÉUTICO PARA IMBÉCILES

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
Fotografías: Ricardo Castillo Cuevas (RiAlCastillo)

 

“Atrás de la línea blanca, por favor.”

El polvo cae lentamente sobre una rampa desde el techo. Hay un trapeador recargado contra la pared y, en un punto focal de la exhibición, una silla en miniatura. Lo que pareciera ser un guardia de seguridad es en realidad el artista de la pieza, ni más ni menos que Catalino Risperdal. Esto es arte de acuerdo con su creador, con el crítico que se encuentra anonadado ante la fuerza creativa desplegada y según la adinerada coleccionista dispuesta a pagar lo que sea con tal de poseer tal “belleza”. Ya sólo falta la opinión de todos los sentados en las butacas viendo, aburridos o fascinados, y listos para juntar sus manos en aplausos como monos entrenados.

“El museo es como un estómago donde se digiere la realidad.”

Un monólogo inicial de aproximadamente 25 minutos de longitud, dirigido directamente al público, donde el guardia de seguridad de un museo, convertido ahora en artista, explica sus orígenes y su visión de lo que es el “arte”. Su propósito: el justificar su más reciente propuesta o quizás buscar que todos nos convirtamos en parte de la pieza misma. Más adelante, el flemático crítico se burla de la exposición y del creador mismo, conminando con flagrante ironía a los presentes a que aplaudan rabiosamente, confirmando sus declaraciones. El mundo del arte moderno, en todas sus fascinantes contradicciones y absurdos, es puesto bajo la lupa con humor ácido y una fuerte crítica en “Producto Farmacéutico para Imbéciles” de la dramaturga Verónica Bujeiro. Escrita en farsa, la obra lleva al ridículo no sólo a los tres personajes que habitan el texto, sino al público mismo quien se vuelve cómplice y víctima de la puesta misma con una fina comicidad que reta al ingenio y a la inteligencia.




“Eso que está frente a la caca de perro soy yo.”

El artista, el crítico, la coleccionista y la audiencia. Cuatro puntos de vista sobre una misma pieza desplegada ante los ojos de todos para admirar o repudiar. Lo que cada quien piensa de ella es personal, indiscutible y sujeto a cambiar en cualquier segundo. “Producto Farmacéutico para Imbéciles” sorprende en el desarrollo de su arco dramático y en su capacidad de generar conflicto y tensión a partir de como se van sumando ojos al trabajo de Catalino Risperdal. En un inicio es muy posible que los asistentes tomen las palabras del guardia como dogma, sin el menor cuestionamiento. Sin embargo, a medida que el crítico aparece y pone en tela de juicio todo lo declarado con anterioridad, el público debe tomar un rol mucho más activo dentro de la narrativa, de la propuesta misma, dejando atrás por completo su rol pasivo de mero testigo. Con cada nueva confrontación entre los personajes, Bujeiro detona nuevas preguntas sobre el valor de una pieza que afuera de las paredes de un museo podría considerarse basura, provocando risas sin duda, pero también dejando al descubierto cuán ridículo puede ser el muy mercantilista negocio de lo que hoy se llama arte.

“El aburrimiento que les provoco es contundente.”

Al entrar al teatro, los espectadores recibieron unas manitas de plástico para poder aplaudir estruendosamente cuando así lo deseen durante la puesta en escena. Durante su monólogo inicial, Risperdal realiza una serie de acciones un tanto sugerentes que son recompensadas con una gran ovación provocada por una proyección en la pared del museo que le pide a la audiencia que aplauda. La dirección que Angélica Rogel propone en “Producto Farmacéutico para Imbéciles” lleva las palabras de la autora al muy divertido terreno de la farsa, un lugar donde un títere de mano de una rata no está fuera de lugar, como tampoco una pelea encarnizada con un trapeador o donde un abanico de dólares es desplegado sin pudor alguno. Lo fascinante de todo esto es que la farsa que propone Rogel es sutil, elegante casi, alejándose del común exagerado propio del género y llevándolo a una contención mucho más apropiada para el interior de un museo de arte moderno. De tal manera, una línea blanca en movimiento pone en peligro de ser regañados a los espectadores, una gorra sobre un montículo de polvo puede provocar gran angustia en los asistentes o convertir a todos en obedientes ovejas que siguen instrucciones sin darse cuenta en que se han convertido en el punto focal de la crítica que realiza la obra. Este montaje representa una nueva madurez en Rogel quien sigue demostrando su capacidad para indagar la podredumbre humana con el más delicado de los espejos distorsionados.




“Lo que yo quería y necesitaba era ser visto.”

Ataviado con un jorongo colorido, una gorra en colores pastel y un bigote cuidadosamente rizado, el crítico de arte se enfrenta a la obra. Se maravilla ante ella, la analiza, la explica, pero más adelante será capaz de destruirla con lujo de salvajismo ante una coleccionista que no le interesa más que poseerla. Ella, por su parte, una caricatura casi grotesca de lo que representa ser alguien con dinero, con ambición de pertenecer, pero carente de todo gusto o sentido de la estética. Finalmente, el artista. Un hombre casi pusilánime por quien nadie daría dos centavos, quien al encontrarse catalogado como algo más que un mero guardia de seguridad se encuentra dividido entre asumir su nuevo rol o permanecer atado a obsesiones sobre no cruzar las líneas. El elenco de “Producto Farmacéutico para Imbéciles”, conformado por Alonso Íñiguez, Romina Coccio y Mario Alberto Monroy, consiguen llevar las palabras de Bujeiro y la visión de Rogel a términos a lugares a la vez hilarantes y patéticos, ridículos y grotescos. La química discordante y repelente que se genera entre el crítico y la coleccionista, la clara relación simbiótica de amor-odio entre artista y quien juzga su labor, cada una de las interacciones entre los tres actores es en favor de la puesta y del duro mensaje que se esconde debajo de la superficie. Ciertamente resultará en beneficio del montaje una más profunda creación de personaje por parte de Monroy en su encarnación de Risperdal, una que sea más única y menos parecida a trabajos anteriores del actor. Sin embargo, el resultado global de los histriones es digna de aplaudirse y admirarse.

“¿Qué es lo que mira la gente cuando nadie los mira de vuelta?”

El día anterior a ver “Producto Farmacéutico para Imbéciles” fui al estreno y alfombra roja de un montaje de corte mucho más “comercial”. Su manufactura, en casi todos los aspectos, era pobre por decir lo menos. No obstante, al momento de caer el telón la gente se levantó de inmediato para regalar una enorme ovación de pie a una obra de teatro que francamente no lo merecía. Este hecho gira una y otra vez en mi cabeza mientras pienso en los monos amaestrados a los que hace referencia la dramaturga. Me entristece mucho a veces pensar que tenemos el “arte” que nos merecemos por ovacionar a sillas en miniatura en frente de caca.

 

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: “Producto Farmacéutico para Imbéciles”

DRAMATURGIA: Verónica Bujeiro

DIRECCIÓN: Angélica Rogel

ACTÚAN: Mario Alberto Monroy, Alonso Íñiguez, Romina Coccio y Carmen Ramos (alternando funciones).

DÓNDE: Teatro El Granero .

DIRECCIÓN: Paseo de la Reforma y Campo Marte S/N.

CUÁNDO: Jueves y Viernes 20:00, Sábado 19:00 y Domingo 18:00 hrs. Hasta el 16 de diciembre.

COSTO: $150. Boletos en taquilla y ticketmaster. Aplican descuentos.

DURACIÓN: 60 minutos sin intermedio.

DATOS DEL TEATRO: El Centro Cultural del Bosque cuenta con una extensa cartelera en sus diferentes teatros, les recomendamos revisarla. Cuentan con dos estacionamientos gratis al mostrar sus boletos para la obra. Se encuentra detrás del Auditorio Nacional.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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