
NOSOTROS ÍBAMOS A CAMBIAR EL MUNDO
Para quienes desean emprender un viaje por el tiempo y la ciencia ficción para salvar al planeta o a uno mismo.
NOSOTROS ÍBAMOS A CAMBIAR EL MUNDO
“Pienso en ti y en el tiempo que nos queda.”
Luis Eduardo Yee, no el actor sino el personaje, se mira al espejo. María se ha ido y se ha llevado consigo lo mejor que él tenía en su vida. En tratar de recuperarla, de olvidar una insulsa discusión alrededor de un pato con o sin sal, Luis Eduardo se encontrará frente a frente con una misión para salvar al mundo, cambiar la historia misma, crear un mejor futuro para la humanidad desde el pasado destruyendo cierta agencia estadounidense escrita con zeta. Una pintora modernista amiga de Frida Kahlo, planes para colonizar un planeta, una taza de café que se ha roto una y otra vez, todo ellos es parte de un tren que no deja de moverse en un círculo infinito que simboliza el tiempo en el que nada se detiene y dos versiones de uno mismo jamás habrán de cohabitar.
“Creo que las personas mediocres podemos cometer actos extraordinarios.”
La acción se desarrolla en un futuro no tan lejano. Uno donde los Estados Unidos tienen presencia militar indefinida en México, en el que los viajes por el tiempo son posible, como se puede demostrar a partir de las pinturas de la artista modernista Georgia O’Keeffe, y donde un plan macabro de acabar con la humanidad a partir de poblar un nuevo planeta se está fraguando por la agencia ZIA (está bien escrito). Todo esto es parte del unipersonal Nosotros íbamos a cambiar el mundo del dramaturgo José Emilio Hernández. A partir del colapso de una pareja, un acto ordinario entre dos personas comunes y corrientes, el autor abre una ingeniosa narrativa de ciencia ficción que, aun cuando de entrada se presenta como inmensa en su pretensión por salvar a todo el planeta Tierra, en verdad se revela como un íntimo relato donde dos seres humanos se deben enfrentar entre ellos y a sí mismos para poder habitar en paz en el tiempo que les ha tocado existir, independientemente de en qué década, o incluso siglo, se encuentren.
“Los tratos que uno hace con el diablo, o en este caso con sus colaboradores, nunca terminan.”
Luis Eduardo se enfrenta a Gabriela, una agente secreto que es capaz de arrancarle la vida a un mesero por no traerle su refresco a la temperatura adecuada. Mientras tanto, Gabriela ha sido envidada a Bucarest para que entre en contacto con O’Keeffe, quien guarda una de las claves para que el plan de la ZIA, El Vuelo del Águila, fracase. Entre sumergirse en el océano para recuperar una piedra gris común y corriente pero con un fulgor verde en los extremos, y el deseo de reencontrarse con la familia en los años sesenta, ambos examantes deberán decidir si salvar al mundo es en verdad lo que desean. Transitando entre un humor que a momentos raya en el absurdo de la mejor manera, y desarrollar una línea argumental que en ocasiones eleva el nivel de intelectualidad del discurso hacia terrenos que podrían obscurecer la trama, Nosotros íbamos a cambiar el mundo ofrece múltiples aristas de lectura, dependiendo de qué tan profundo desee sumergirse el espectador en la travesía propuesta. Cargada de metáforas, entre una historia de espías y un discurso filosófico sobre el tiempo y nuestra injerencia en él, y creando ciencia ficción que se siente profundamente mexicana, sobre todo por el tipo de humor que despliega, la dramaturgia es fluida y entretenida, retadora y profunda también, es un caleidoscopio de una realidad que, a pesar de no existir, se siente cercana, y es capaz de tocar fibras emocionales en quien se permite emprender tan complejo viaje.
“¿Por qué tú y el planeta entero merecen mi ayuda?”
En el interior de un refrigerador, etiquetado con el número 18, se encuentra una escafandra para bucear; sobre el piso se encentra una caja grande rectangular de acrílico llena de soldaditos de juguete; a su lado hay una pista de tren, incluyendo un túnel en la alfombra, y a su alrededor se pueden descubrir una multitud de objetos, entre ellos una pirámide de naipes o una serie de latas de Pepsi apiladas. Cuando Luis Eduardo se dispone a viajar en el tiempo, específicamente a la década de los sesenta en el siglo XX, una luz verdosa inunda el escenario mientras que el personaje, no el actor, pone a dormir un yo-yo. Aprovechando cada espacio disponible en el teatro para crear este universo ficcional y lúdico, gracias al diseño escénico de Fernanda García, inspirando atmósferas sónicas electrónicas que no dejan de sentirse mexicanas, fantasía creada por la música original a cargo de Joaquín Martínez Terrón y Emiliano López, la dirección de David Jiménez Sánchez es capaz de dar vida al universo propuesto por la dramaturgia de una manera que captura la atención del espectador al generar tensión dramática con una persecución en coche, con una aventura submarina donde un resorte y un plástico arrugado crean la ilusión de las profundidades, o el mero uso de un trompo para representar el incansable flujo del tiempo. Aun cuando algunos elementos resultan oscuros en su significado, particularmente los números en cada elemento escenográfico, situación que genera una expectativa no cumplida, o que el ritmo puede decaer en la última parte de la obra, poco antes de la resolución, el trabajo de dirección es admirable, más aun ante el complejo reto que implica la escenificación de tan compleja literatura.
“El plan es que las dos misiones se encuentren en un punto.”
La obra se cuenta principalmente en dos voces, la de Luis Eduardo Yee, el personaje, y la de María. Ambos son interpretados por Yee, el actor, sin grandes cambios en su manejo corporal o en su voz, decisión que no afecta en lo más mínimo el entender quién está hablando en qué momento una vez que la convención ha sido establecida. Al momento de interpretar a los personajes secundarios, desde la pintora Georgia O’Keffee o la agente Gabriela, hasta algunos seres mucho más pintorescos y humorísticos, Yee imprime cierta coloratura a cada uno de ellos ya sea para diferenciar, profundizar o desplegar su capacidad para la comedia desde la más absoluta seriedad. Con una lágrima sincera en los ojos puede leer una carta, o evidentemente divirtiéndose mucho en escena, maneja la fachada de un auto a toda velocidad. El reto que implica darle vida a las palabras del autor en Nosotros íbamos a cambiar el mundo no es poca cosa y Luis Eduardo Yee lo aborda desde un lugar de contención emocional, más no por ello menos honesto. Ya sea mostrando que domina el trompo o el yo-yo, como una versión ficcionada de sí mismo o como su expareja María, o imprimiendo todo su dolor a beber una taza de café, Yee despliega todas sus herramientas actorales y las pone al servicio de tan compleja y asombrosa faena.
“Yo creo que nuestra línea temporal ya se hizo cagada.”
Viajar en el tiempo y sólo cumplir una misión por salvar la tierra, sin tratar de tener un encuentro con mi padre antes de que muriera… no sé si podría. Son grandes los amores que he vivido, es grande el amor que vivo hoy en día con mi marido, uno que espero nunca se agote a pesar de que le ponga sal a su crema de zanahoria. Todo esto es parte de mi historia, de mi ficción, de mi línea temporal que nunca se habrá de volver a cruzar con esa que se pueda crear en otro multi-verso, no importa cuántas tazas de café se estrellen en el suelo. ¿Suena complejo? Lo es. Así es la ciencia ficción, así somos los seres humanos y el amor, así es mi vida… y está bien.

DATOS GENERALES
(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)
OBRA: Nosotros Íbamos a Cambiar el Mundo
DRAMATURGIA: José Emilio Hernández
DIRECCIÓN: David Jiménez Sánchez
ELENCO: Luis Eduardo Yee
DÓNDE: Teatro Santa Catarina
DIRECCIÓN: Jardín Santa Catarina 10, Plaza de Santa Catarina, Coyoacán.
CUÁNDO: Jueves y Viernes 20:00, Sábado 19:00 y Domingo 18:00 hrs. Hasta el 8 de Junio 2025.
Suspende funciones 1, 10 y 15 de Mayo.
COSTO: $150. Boletos en taquilla. Aplican descuentos.
DURACIÓN: 90 minutos sin intermedio
DATOS DEL TEATRO: No cuenta con estacionamiento o valet parking.