Mensajeros: El duelo y el espacio público

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Fernando Martín Velazco

Es noche de sábado en el Centro Histórico del Puerto de La Paz, BCS. En el atrio de la Catedral se congregan los asistentes a una boda. El Jardín Velasco despliega su tránsito habitual de fin de semana: coches buscan aparcamiento con corridos a todo volumen, un contingente de motociclistas hace rugir sus motores, niños corren sobre las baldosas y varias parejas conversan. De pronto, un joven nos invita acercarnos a la esquina de Madero e Independencia. Está por iniciar Mensajeros, experiencia escénica de La Gorgona Teatro, que forma parte de la 44 Muestra Nacional de Teatro en Baja California Sur.

Al sonar de las campanas de la Catedral emergen de una carpa nueve intérpretes ataviados con túnicas, un sutil tocado de flores, una esfera de luz cálida en la mano izquierda y una pequeña, tintineante campana en la mano derecha. El conjunto forma una composición que de inmediato atrae al público convocado y a ocasionales transeúntes. El elenco se dirige al centro de la plaza y comienza un pasacalle que detiene el tráfico frente al Museo de Arte de Baja California Sur. Luego de rodear el edificio, el grupo atraviesa el cuerpo de luminarias a sus espaldas.

Intérpretes, asistentes y curiosos descienden por Independencia con rumbo al Malecón. Desde un puesto de comida callejera un vendedor de ‘jates’ exclama: ahí viene atrás un extraterrestre, en referencia al dron que sigue de cerca al contingente. Están llamando a los espíritus extraterrestres.

Mensajeros, experiencia escénica conceptualizada y dirigida por José Uriel García Solís, se propone como un acto para desdibujar la distancia entre público y creadores en una práctica de participación colectiva. Como tal y en su implementación en la capital sudcaliforniana, se ha traducido en un trayecto colectivo que concluye con una intervención escénica al pie de playa. Para ello, el contingente formado por público y creadores termina por irrumpir en el tránsito festivo habitual del Malecón paceño de los sábados por la noche. Una vez en el sitio indicado —señalizado por la escucha de la melodía Valtari de Sigur Rós— se ejecuta una nueva coreografía que congrega a más paseantes y detiene actividades contiguas. Entonces se sugieren dos instrucciones: Piensa en alguien que ya no está y acércate, hay un mensaje para ti.

De inmediato los presentes responden a la invitación. La pieza parte de la premisa: ¿Qué pasaría si tuvieras la oportunidad de escuchar un mensaje de un ser querido que ya no está junto a ti? Si te dieran la posibilidad de llevar un mensaje tuyo hasta donde se encuentra, ¿qué le dirías? Las personas que han seguido el pasacalle durante más de media hora se agolpan entusiasmadas para acercarse a las intérpretes, pero entonces el equipo técnico aclara con tono estricto: Uno a la vez. Se forman filas de más de diez minutos de espera, que se van alargando con nuevos transeúntes atraídos por la curiosidad, sin haber escuchado las indicaciones originales. Durante la espera, el público especula sobre lo que le dirán. Mientras tanto, se despliega un extraño dispositivo de vigilancia y registro con varias cámaras, un dron y espectadores que velan para que una sola persona tenga un momento de diálogo íntimo con cada intérprete a la vez.

El intercambio de palabras y sus efectos son variados. Escuchamos el tránsito de un ánima, la anécdota de los gustos de un difunto. Después hay breves oportunidades para que los espectadores hablen de sus propias ausencias. Se pone en juego la idea de consultar un mensaje de un difunto cercano y, a su vez, enviar otro de vuelta. En algunos casos, un miembro del público termina el breve diálogo conmovido, en lágrimas y consolado por alguno de sus acompañantes hasta el final de la obra. Hay también quienes se alejan confundidos por la imposibilidad de que su duelo conviva con la teatralidad propuesta.

Mensajeros busca propiciar espacios de intimidad y, desde la ternura, abrir el diálogo y liberar emociones. El dispositivo funciona en apelar a la memoria y al duelo, así como generar afectación en algunos de los acompañantes en medio del habitual barullo nocturno de un fin de semana en el Malecón de La Paz. ¿Es este espacio público el sitio adecuado para desarrollar los alcances de Mensajeros? ¿Qué tipo de espacio escénico lo sería? ¿Es el espacio público un contexto seguro para transitar una experiencia de duelo?

La obra surge como una de las muchas respuestas generadas por los hacedores teatrales frente a la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, en 2020. Ante la imposibilidad originada por las restricciones sanitarias de celebrar rituales de duelo, La Gorgona Teatro propone un encuentro efímero entre dos almas como acontecimiento que compense esa ausencia de ritos funerarios. A más de año y medio de finalizada oficialmente la emergencia sanitaria, resulta evidente que los efectos de la misma siguen presentes. En ese sentido es encomiable la misión que la obra se propone, de evocar los duelos irresueltos que subyacen y poner el acento en rescatar el rito como una demanda necesaria de nuestro espacio público. Sin embargo, resulta desconcertante que luego de algunos años de la cuarentena, el proyecto no haya replanteado sus alcances y procedimientos.

El pasacalle como rito funerario es un dispositivo profundamente arraigado en diferentes manifestaciones de la cultura popular en nuestro país, desde expresiones festivas como el baile a los difuntos del Xantolo en la Huasteca, hasta festividades de un tono más sórdido como la Procesión del Silencio en el Bajío. De forma directa o indirecta, Mensajeros apela a esta tradición desde lo que fue una necesidad latente ante la suspensión súbita de las celebraciones multitudinarias. Pero, a diferencia de estos referentes, que tienen un trasfondo religioso que permite a sus participantes la codificación comunitaria de los símbolos que la identifican, esta intervención apela a los procesos de duelo personal desde una perspectiva ambigua, que termina —a diferencia de los referentes mencionados— sin un momento de liberación colectiva de la violencia mimética acumulada por la pérdida.

La obra —en su versión presentada en La Paz durante esta MNT— demanda del espectador poner en el centro de la pieza sus propias pérdidas, sin brindar un espacio y un tiempo que respete las implicaciones psicológicas implicadas en esa apertura emocional. Al hacer esto, lo expone a un espacio público que, al no ser controlado por completo, no ha terminado por transformarse en un lugar propicio para el duelo personal. Esto después de demandarle un seguimiento por varias cuadras en busca de apreciar entre la multitud los elementos estéticos que componen la propuesta —y que capturaron inicialmente su atención— para luego hacerle esperar su turno para escuchar el mensaje prometido.

La obra pide del espectador un esfuerzo sostenido —físico y emocional— con una promesa que no siempre acaba por cumplirse. Esto sucede en la vía pública, lo que implica un esfuerzo y un compromiso de las instituciones acompañantes —de organización del tránsito vehicular y de personas— para que la escaleta se cumpla a cabalidad. Resulta pertinente preguntarse si ese esfuerzo se realiza en función de los alcances de la obra o de su registro foto y videográfico, un indisociable producto final.

Recuerdo aquella reflexión incómoda soltada por Lázaro Rodríguez en septiembre de 2020, que advertía contra algunas ideas apresuradas que insinuaban que el teatro compensaría la falta de infraestructura médica y tratamientos psicológicos durante la pandemia. Me pregunto cuántos deseos y necesidades de esa época persisten en la práctica teatral de nuestros días, de forma acrítica, sobre la responsabilidad de apelar al duelo personal en el espacio público y sobre la experiencia teatral preocupada quizá más por su registro que por la integridad de la audiencia invitada a participar.

Me pregunto si el público como gran protagonista, premisa de esta Muestra, es un espectador llorando a sus difuntos en la playa mientras se le fotografía.

Ficha técnica

Compañía: La Gorgona Teatro

Concepto escénico y dirección: José Uriel García Solis

Elenco: Lilié Khavez, Nadia Ulloa, Carolina Madrid, Alondra Mina, Georgina Tapia, Crystal Valenzuela, Ivonne Orcazas, Karina Meneses y Anuar Harim

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