MAI-SHO-GAKU, TRAZOS DE FUEGO
Para quienes quieren ver un espectáculo de riqueza visual inspirado por tierras orientales.
MAI-SHO-GAKU, TRAZOS DE FUEGO
“Sin una razón, no pasas tú.”En todo lo relacionado a la cultura y arte japonés siempre están presentes la belleza, el color, la elegancia y la armonía; atributos que se pueden encerrar en una sola palabra: estética. Cuando estos atributos se amalgaman mediante la danza (Mai), el delicado arte de la caligrafía (Sho) y la música (Gaku), el resultado es un círculo perfecto lleno de abstracción y elementos visuales que dejará absorto al que incluso no tenga la más mínima noción sobre cultura nipona.
Un joven monje budista, un Bonzo, vive una lucha interna para liberar a su conciencia cautiva a través del arte de la escritura de ideogramas (Shodo), al mismo tiempo que convoca a deidades o seres fantásticos que no son más que encarnaciones de sus propios sentimientos: tristeza, envidia, miedo, odio, enojo y culpa.
Escribir una reseña sobre un espectáculo como lo es “Mai-Sho-Gaku, Trazos de Fuego” resulta un proyecto ambicioso ya que el montaje contiene una gran cantidad de elementos y significados provenientes de una cultura totalmente ajena a la nuestra, lo que implica un concienzudo estudio y conocimiento de lo que se está viendo para no caer en lugares comunes o apreciaciones erróneas. Por lo anterior, me enfocaré mayormente en las emociones que me transmitió el espectáculo multidisciplinario concebido por Irene Akiko Iida, dentro del que se conjuntan con una gran fuerza color, vestuario, escenografía, maquillaje y caligrafía.
“Si usas un talismán, lo pierdes tú.”La armonía dentro del equilibrio entre la actuación, la danza y el canto en algunas piezas, así como la música que acompaña los dos actos de la obra, son resultado de una herencia por demás reconocida en el ámbito teatral del país del sol naciente: El Teatro Kabuki y el Butoh. Debo confesar que carezco de educación alguna en el idioma japonés por lo que quizá algunos sonidos guturales realizados por los actores acaso esbozaban palabras escondidas, pero esto no es limitante para vibrar con ellas; percusiones, cuerdas y vientos característicos de oriente, ejecutados por Alejandro Méndez (Fujin, deidad del Viento) y Nahoko Kobayashi (Raijin, deidad del Rayo), acompañaban cadenciosamente los movimientos corporales de Irene Akiko (Elemental del Agua) y Arturo Tames (Elemental del Fuego), mientras Berenice Contreras, el Bonzo, llevaba a cabo su misión en el escenario: realizar la caligrafía de los ideogramas japoneses.
Si bien los tradicionales kimonos son visualmente llamativos, al momento de despojarse de ellos quedé perplejo al ver las posturas que los cuerpos realizaban en perfecta sincronía, maquillados siguiendo el tradicional keshō, donde polvo de arroz es utilizado para crear la base blanca conocida como oshiroi, dibujando figuras fantasmagóricas y sorprendentemente magnéticas junto con ciertas líneas de color, negras, azules o rojas que sirven para realzar o exagerar las líneas faciales y corporales.
En el segundo acto, nuevos personajes aparecen: Sumi sufre una transmutación total mientras lo acompaña la presencia poética del Fude representando al pincel a través de Shishi, el León Dorado con su singular melena blanca. De tal modo que cuando la verdadera naturaleza de Sumi se revela de repente, se utilizan las técnicas de hikinuki y bukkaeri, estas se tratan de capas de un traje sobre otro y donde aparece un elemento icónico del teatro Kabuki, el Kuroko –hombre de negro- quién permite y facilita la transformación a Sumi para que luzca en su totalidad frente a la audiencia.
“Aún el tono aromatizante de la joven flor se habrá de marchitar”Personalmente el trabajo de Berenice Contreras, conforme avanzaba su composición visual en el lienzo, me arrebató aliento tras aliento a medida que admiraba como, lo que comenzó con unos trazos de caligrafía terminó en una verdadera composición artística al realizar, con puros trazos de pincel, un perfecto y delicado tronco de cerezo en flor. Una gran demostración tanto de la belleza de lo representado, como un total control y dominio en la capacidad y técnica para realizarlo.
“Mai-Sho-Gaku, Trazos de Fuego” tendrá sus orígenes en el Japón milenario, pero no es necesario ser un erudito para admirar y contemplar su universal belleza. La puesta en escena es una composición poética donde cuerpos humanos, instrumentos musicales, lienzos de caligrafía y simbologías míticas se fusionan para llevarnos a un viaje de riqueza, cultura, armonía y deleite, brindando la inspiración necesaria para olvidar los miedos y debilidades propias.
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