La curiosidad mató al gato… pero se enteró de muchas cosas
Mauro Marines
Es de noche y Magenta está perdido. Salió a comprar un pastel para una reunión familiar. Camino de regreso a casa de sus padres, en medio de una tormenta abrumadora, queda atrapado en las nubes del olvido. No reconoce las calles de su infancia. Aparecen tres payasos que lo llevan a un abandonado parque de atracciones, donde encontrará luz entre sus sombras.
Algodón de Azúcar, dirigida y escrita por Gabriela Ochoa, llegó a la 44 Muestra Nacional de Teatro con una propuesta de clown y máscaras para abordar, desde la farsa, lo grotesco y lo siniestro, un tema complejo que ha llevado a su protagonista a distanciarse de su familia y ser acosado por una figura que lo hunde en súbitos olvidos.
Las penumbras y la incertidumbre dominan los primeros minutos del montaje. De forma sutil se establece que el parque y sus habitantes están en la imaginación del protagonista, quien antes de llegar a su destino necesita recuperar un recuerdo crucial. La historia se desarrolla como Un cuento de navidad de Charles Dickens. Por medio de escenas tejidas en diferentes tiempos, Magenta descubrirá la identidad de esa figura que lo acosa con la desmemoria.
Desde el inicio destaca el trabajo corporal de los cuatro personajes más inquietantes. La sombra, interpretada por Francisco Mena, acecha como si fuese un lobo o una serpiente. Con soltura y plena impunidad se acerca una y otra vez a Magenta, lo toca y le escupe a la cara el humo del olvido. Romina Coccio, Carolina Garibay y Miguel Romero encarnan a los payasos que cuando dan risa es por lo negro de su humor. Son rudos, imponentes y autoritarios, lo que sacude al dubitativo protagonista, pero se intuye que su intención no es dañarle.
Disfruté en particular la energía de Coccio, pero el carisma de todos no disminuye ni cuando cambian el mobiliario, porque cada escena se construye frente al público. Mientras mantienen el rigor de la coreografía nos conducen por el mundo interior de Magenta, que se materializa en escena entre las vitrinas-andamio, donde el personaje se sumerge en un juego que se vuelve una pesadilla, de la que no podrá salir hasta recordar el profundo trauma que padeció en la niñez, un cambio tonal que lleva al público del entretenimiento a la tensión, para concluir con un dulce alivio.
Con el uso de medias máscaras, el trío de payasos también encarna a distintas figuras del pasado. Un trabajo muy pulido que da vida a símbolos que permiten un abordaje respetuoso, agudo, de un tema delicado, que queda claro sin enunciarse con crudeza. El hecho de que la dramaturga sea también la directora de la puesta no conduce a que el montaje sobre explique la trama. Es notable la equilibrada integración de los elementos.
La escenografía de Félix Arroyo es imponente. Su verticalidad construye un espacio espectacular. Las pasarelas, umbrales y pasadizos de la estructura son aprovechados para generar la sensación de un laberinto. Desde el trazo escénico se ve el empeño de que ningún lugar sea descuidado o explotado de más. No obstante, hubo un momento en que un ataúd obstruyó la vista de quienes estábamos en las primeras filas.
La música y el diseño sonoro de Genaro Ochoa acompañan a la acción y ayudan a establecer un ambiente oscuro y onírico, detonador, entre otras emociones, de incertidumbre y nostalgia. Misha Marks se suma con un acordeón como músico en escena y actor en personajes terciarios. Su instrumento se vuelve una presencia amenazadora, que aunado a otros leitmotifs nos conduce a identificar circunstancias y personajes.
El trabajo de iluminación de Ángel Ancona —ganador del Premio de la ACPT correspondiente— se integra con maestría. La luz apoya los cambios de escena, facilita la identificación del pasado, el futuro y el presente, y le da vida a la escenografía. El videomapping anima el espacio con proyecciones de juegos mecánicos en movimiento. Cuando cesa, percibimos el óxido y la decadencia del lugar.
La 44 MNT nos acostumbró de tal manera a intervenir como público en las obras, que cuando salieron los payasos las risas casi se convirtieron en otro juego con la escena. No obstante, Algodón de Azúcar dejó en claro muy pronto que estaba ahí para contar una ficción desde atrás de la cuarta pared, con una contundencia y belleza que de inmediato volvimos a la convención para atender, admirar y callar hasta la ovación final.
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: Gabriela Ochoa
Elenco: Alejandro Morales, Romina Coccio, Carolina Garibay, Miguel Romero y Francisco Mena
Músico en escena: Misha Marks
Diseño de escenografía: Félix Arroyo
Diseño de iluminación: Ángel Ancona
Música original y diseño sonoro: Genaro Ochoa
Diseño de vestuario: Giselle Sandiel
Diseño de máscaras: Felipe Lara
Diseño de maquillaje: Maricela Estrada
Asesoría coreográfica: Iván Ontiveros
Diseño de imagen gráfica: Paco Argumosa
Diseño de video: Azael Sáenz
Asistencia de dirección e iluminación: Adriana Hohman
Asistencia de producción: Cecille Zepol
Asistencia de video: Cristian Josafat
Dirección técnica: Gilberto Soberanes
Coordinación de producción: Raúl Morquecho S.