LA AGUJA DEL ICEBERG

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Para quienes se atreven a adentrarse al lado más oscuro y surreal de las relaciones tóxicas.

LA AGUJA DEL ICEBERG

Por Juan Carlos Araujo
Fotografías: Ricardo Castillo Cuevas

“Esta casa apesta.”

Su jardín, siempre tan cuidado, se ha visto invadido por raíces que ella no quería; su hija, tan particular y felina, está controlada gracias a su psiquiatra húngaro, aunque rara vez contesta el teléfono; su fármaco-matrimonio podrá estar a punto de colapsarse, pero eso no es un problema ya que siempre habrá zapatos que comprar para mitigar la pena, nuevas relaciones que repitan el mismo patrón de violencia ya sea con pastillas, ideas radicales o una sierra eléctrica. Sí, las cosas no son perfectas, sus plantas podrán estar hechas de plástico, pero ella está convencida de que esto es el camino a la felicidad… o algo que se le parezca.

“¿Ustedes no se inquietarían si de repente vieran brotar raíces?”

Los patrones de violencia que se repiten una y otra vez en las personas, la incomunicación que impera en las relaciones cuando estas ya han expirado, la salud mental y el cómo lidiar con ella, así como los mecanismos de supervivencia que se activan para tratar de ahogar una horrenda realidad con superficialidades como el comprar compulsivamente zapatos son tan sólo algunos de los temas que la dramaturga mexicana Bea Carmina explora en La aguja del iceberg. De manera surreal, macabra y perturbadora a momentos, absurda e hilarante en otros, la narrativa abre una crítica mordaz hacia las relaciones humanas en todo su horror y decadencia, a partir de la construcción de una serie de personajes disfuncionales que parecieran incapacitados para lidiar de manera sana con su entorno y sociedad.




“¿Cómo es posible que el nacimiento de Agua nos haya secado?”

Roberta trata de que su marido Lope le ayude con su jardín, pero él está demasiado ocupado con su amante, ignorando toda responsabilidad hacia su hija Agua, quien claramente se encuentra en el espectro y tiene una relación codependiente con su gata Sibila, y administrándole pastillas a su esposa para calmar sus obsesiones. Una vez libre de este horrendo matrimonio, Roberta se inmiscuye con un joven español, o supuestamente español, quien revela que su fetiche por los zapatos es el menor de sus problemas. Antes de que suceda un acto de violencia indescriptible, la joven Agua confronta a un ser humano con problemas mentales mucho peores que ella, aunque el precio de esa confrontación sea que la sangre corra. Comenzando con lo que podría apreciarse como una mera crítica a la familia actual, La aguja del iceberg es un viaje en espiral hacia la faz más feral y bestial del ser humano, abre preguntas y pone el dedo en la llaga en torno a la manera en que las personas parecieran incapacitadas para vivir en el mundo actual sin la validación de alguien más, ya sea un gato o un extremista que busca que América sea great again. Es en la sutil, pero constante manera en que la dramaturgia va recorriendo el tan escabroso tema que se demuestra la inteligencia de la autora, su capacidad para tratar con complejidad la trama al mismo tiempo que la hace asequible para cualquiera.

“Hoy en la mañana, cuando me vi al espejo, me encontré con un signo de interrogación.”

Mientras que la joven Agua da vueltas por el escenario con una gran maleta en manos, su padre Lara toca el serrucho, pareciera una lúgubre música cuando en realidad se trata de los maullidos de una gata dentro del veliz. Mientras esto sucede, Roberta trata de cuidar de su jardín y pareciera estar pintando sobre un mural en la parte trasera que remite a ciertas iconografías del terror psicológico como es el cuervo de Edgar Allan Poe. Cuando la protagonista sufre un colapso mental, luego de darse cuenta del nivel de psicopatía tenía el amante con quien sustituyó a su marido, el escenario se enmarca con un telón plástico, detrás de él sucede una escena dantesca donde un médico que recuerda a Leather Face le administra un deshumanizante tratamiento, para luego ser salvada por ese elemento que da nombre a su hija en un baño de esponja sanador. Sin temor a ir a las últimas consecuencias, explotando de lleno los elementos surreales y absurdos de la dramaturgia, pero al mismo tiempo manteniendo un pie cimentado en cierta realidad, especialmente con el personaje de una cuidadora traidora, la dirección de Luis Ayhllón consigue potenciar y fortalecer la propuesta de la autora. Esto sucede a través de exacerbar aspectos narrativos para crear escenas violentas, contundentes, a momentos, igualmente divertidas e incómodas, donde se permite colgar a una actriz a punto de ser mutilada, entambar a una persona de talla baja en un disfraz de gato, lanzar caramelos como si de proyectiles se tratara, o manejar el desnudo de manera sutil y elegante. No cabe duda que esta propuesta, apoyada por el diseño de escenografía, iluminación y vestuario de Carolina Jiménez, es la más arriesgada en la trayectoria de Ayhllón, así como posiblemente la mejor lograda.




“¿Qué hace este zapato fuera de lugar?”

Luego de seducir a Roberta haciéndose pasar por europeo, el muy enfermo Oliverio se prueba unos tacones de tacón antes de sacar un taladro y un bidón de gasolina con el que dará rienda suelta a su psicopatía. Luego de salir del hospital psiquiátrico, Roberta se enreda con otro sociópata, representado por un extremista gringo pro-Trump que remite a aquel protestante que con cuernos en la cabeza arremetió contra la Casa Blanca. Encerrada en su mundo interior, Agua sigue a su gata y la imita, huye de ir a comprar zapatos con su madre, y es capaz de enfrentar a su agresor en la manera en que Roberta nunca pudo. El elenco que da vida a La aguja del iceberg está conformado por Lourdes Echevarría, Rodrigo Vázquez, Fernando Bueno, Ana María Aparicio, Gabriela Mercado y Sergio Biviano. Destacando las interpretaciones de Bueno y Aparicio, aplaudiendo el humor que aporta Biviano al rol de una mascota, y la honestidad con que Vázquez es capaz de violentar a quien interpreta a su esposa, o convertirse en un medico que podría habitar en cualquier pesadilla, cada uno de los actantes se entrega de lleno a la visión del montaje con buenos resultados aun cuando la modulación en voz sería de gran ayuda para matizar y evitar estridencias en varias de las interpretaciones.

“¿Por qué azotar una mano contra otra mano?”

Pareciera que la locura de la vida moderna se intensificó, se potencializó y se tornó mucho, muchísimo más violenta a raíz de la pandemia. Hoy en día resulta normal vivir adicto a pastillas que adormecen, a las compras compulsivas para enmascarar el dolor, a saltar de una relación tóxica a otra, o en el sentido opuesto a encerrarse por completo en casa y nunca tener que lidiar con los demás más allá de la pantalla. Ver esto, en toda su violencia surreal es la razón por la que el teatro sana, a partir de mostrar ese espejo distorsionado frente a nuestras caras para que nos podamos reflejar y reflexionar sobre cuán absurda es nuestra existencia.

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

OBRA: La Aguja del Iceberg

DRAMATURGIA: Bea Cármina

DIRECCIÓN: Luis Ayhllón

ELENCO: Lourdes Echevarría, Rodrigo Vázquez, Fernando Bueno, Ana María Aparicio, Gabriela Mercado y Sergio Biviano.

DÓNDE: Teatro El Milagro

DIRECCIÓN: Milán 24, Colonia Juárez.

CUÁNDO: Jueves y viernes 20:00 horas. Hasta el 28 de Marzo 2025.

DURACIÓN: 90 minutos sin intermedio

DATOS DEL TEATRO: No cuenta con estacionamiento o valet parking.

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Licenciado en Literatura Dramática y Teatro con experiencia de más de veinte años en crítica teatral. Miembro de la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro y Miembro de la Agrupación de Críticos y Periodistas de México.

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