FOTOGRAFÍAS: RAÚL KIGRA CORTESÍA DEL INBAL
El teatro nos da regalos: Machetes
El teatro nos da regalos: Machetes
Karla Deyanir Sarmiento Aguilar
Salí del teatro con un nudo en la garganta, con el alma melancólica pero reconfortada. Conocer a mi mejor amiga me salvó la vida, la familia elegida, pero ella murió y su muerte me sumergió en la desesperanza, hasta que llegó el teatro. He sostenido a lo largo de los años que mi quehacer escénico y este sentimiento de añoranza en algún momento confluirían y sucedió con Machetes de Mauricio Popoca, en el marco de la 45 MNT. El elenco lo conforman Edwin Joshua Gallegos Peixe y Sergio Figueroa Rodríguez Pelopincho, quien codirige junto a Daniela Vasch.
Moy (Peixe) y Sinta (Pelopincho) son dos amigos que en su vejez nos entregan una carta de amor en la que evocan su niñez, juventud y algunas tragedias. El escenario tiene pocos elementos: dos bancos, un huacal con revistas, un trapo rojo y dos machetes. El público ingresa al espacio mientras suenan armónicas, dos hombres están sentados sobre los bancos y sobre sus cabezas cuelga un veintenar de machetes en círculo.
Yo ya había escuchado eso que a todos nos llega el momento, enuncia Sinta mientras Moy replica sus movimientos como espejo, casi sin separarse. Las imágenes se integran para llevar al espectador a una atmósfera de complicidad, diversión y cuidados donde las acciones físicas, con pequeños elementos y el texto, se articulan develando la poética del montaje sobre la masculinidad, la amistad y la dinámica física en escena. En un momento, Sinta mata con su machete al Botas, el gato de Moy (representado por un trapo rojo) la respuesta de lxs espectadores —risas, sonidos de asombro— indica la relación dialéctica emotiva, coherente que se establece entre el hecho escénico y el público.
El lugar donde viven estos ancianos puede ser cualquier latitud mexicana. Sus recuerdos —intermitentes en Moy, delatando una demencia senil jamás nombrada— y el constructo de su masculinidad revelan que la cartografía que encarnan ha sido forjada por sus vínculos familiares y la gente del pueblo. El padre de Sinta representa violencia y opresión, mientras que el de Moy nos emociona con abrazos y humor, que buscan desarticular las inseguridades de su hijo ante el acoso escolar.
El espacio escénico, con machetes suspendidos, pone en perspectiva crítica el reduccionismo de la idea de cómo debe ser un hombre, inmerso en el símbolo falocéntrico para comprender y cuestionar cómo ellos son atravesados por las emociones, por cómo se relacionan con lxs otrxs, cómo configuran el amor, los cuidados y la amistad ceñidos a la virilidad.
Su narración avanza hasta llegar al trágico momento en que la vida de Sinta cambió, mostrada con la recreación de la danza de los machetes; una representación que en la danza folklórica se relaciona con el cortejo, la destreza y la valentía masculina. La representación es profunda y catalizadora, pues la castración del personaje pone a colación la amputación de los sentimientos que han sido reproducidos culturalmente en el sistema patriarcal. La idea del eunuco relegado es acertada, pone sobre la mesa el rol que Sinta tiene que tomar, entretejido con la violencia, mientras que Moy se consigna en la de ser esposo y padre, acompañado y cuidado por su entorno familiar.
La memoria se aviva y Moy —con ese humor filoso que aprendió para contrarrestar su tartamudez y limitación motriz— revela que el apodo de Sinta fue una atribución dolorosa impuesta por el pueblo. La tensión y el dolor envuelve el escenario y nos estoquea de manera vibrante, ese es su último momento juntos. Tras un breve desencuentro, la violencia del pueblo alcanza a Moy, un mensaje estrepitoso y directo para Sinta.
El epílogo de esta propuesta escénica es onírico y entrañable, Sinta y Moy se descifran en completa autonomía. Hablan del amor que existía entre ellos y que la importancia de habitar este pueblo radicó en lo que el otro significaba para cada uno. La idea de dos hombres queriéndose nos revela las posibilidades que tienen el amor, la ternura y la libertad para dejar de reproducir sistemas de opresión y violencia.
Esta escena repite la cercanía y los movimientos físicos del principio, un guiño a un ciclo lleno de ternura, compasión y amor en libertad. Machetes me recordó que amar y coexistir con lxs otrxs es imprescindible para la sensibilidad humana, que el amor y la amistad trascienden la vida y que muchas veces también se hace desde el teatro.
Ficha técnica
Autoría: Mauricio Popoca
Dirección: Sergio Figueroa Rodríguez (Pelopincho) y Daniela Vasch
Con: Sergio Figueroa Rodríguez (Pelopincho) y Edwin Joshua Gallegos Villalobos (Peixe)
Iluminación: Daniela Vasch
Producción: Mar Ayesha Alaniz Álvarez
Diseño de vestuario y sonorización: Diletantes Teatro en Movimiento

