El Nuevo Zoologique Mexicano y la mirada poscolonial

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Lupita Gómez

Nuevo Zoologique Mexicano de Landabur&Cía, presentada el 15 de noviembre en el Museo de Arte de Baja California Sur, durante la 44 Muestra Nacional de Teatro, ofreció una reinterpretación de los zoológicos humanos del siglo XIX, para detonar una crítica social desde la danza y la teatralidad. Consistió en un dispositivo performático, que combinó elementos de folklore y museografía, para reflexionar sobre la mirada colonial y nuestra posición de poder.

La instalación estuvo compuesta por un cubo armado por ángulos de metal provistos de tubos de luz fría, que formaron una pequeña cabina con prendas de ropa dispuestas en un soporte al fondo. A uno de los costados se encontraba una tablet y al otro un montón de folletos explicativos del origen del museo zoologique. Se escuchaba una festiva música de fondo. La acción empezó con la llegada de un policía uniformado, que portaba unas vistosas gafas oscuras, interpretado por Rolando Hernández. Un poco más tarde el bailarín Alberto Montes apareció en escena y se despojó de su camisa, pantalón y calzado para ingresar al receptáculo. El guardia activó la tableta para hacer sonar una pieza de música regional a gran volumen. Montes se puso el vestuario correspondiente a esa música y se puso a bailar. La dinámica fue simple: tanto el policía como los asistentes podiían seleccionar entre 13 melodías regionales y así disfrutar las respectivas indumentarias y danzas.

Como menciona la compañía en su dossier, este dispositivo se expone ante el ojo del curioso, del poderoso, del ingenuo, del perverso, del neófito, del experto, del ciudadano. Cada persona, en su tránsito por la obra, ha de decidir qué hacer con ella, de ahí el aviso que acompaña la performance de “permanencia voluntaria”. Canción tras canción, el bailarín dejó de ser un simple intérprete para convertirse en sujeto y objeto de escrutinio. Cuando el sudor y el cansancio aparecieron, Alberto Montes siguió bailando, porque la música permaneció activa. Cada episodio sonoro —desde el son jarocho hasta la danza del venado— se convirtieron en componentes de este Gabinete de Curiosidades, dispuesto para el aplauso por la diestra ejecución del bailarín y el colorido vestuario.

Durante los primeros minutos sólo algunos espectadorxs se percataron de la agencia que tenía el público en la performance: ver o dejar de ver a Montes nos obligó a confrontarnos. La audiencia se convirtió en curadxr y consumidxr, que recreó inconscientemente dinámicas de poder mientras, aparentemente, participaba de una fiesta. Fue en la exhibición del cuerpo del otrx y en el ejercicio de la mirada donde construimos los parámetros de lo propio y de lo exótico. Así fue como llegamos a la pregunta central: ¿cómo posamos la mirada sobre el cuerpo de Alberto?

El bailarín intercambió sus vestimentas con momentos de semidesnudez y descanso. El policía bebió de un refresco y siguió vigilando la pieza. Observar detonó preguntas en el espectador: ¿qué dijo el desgaste de Montes?, ¿acaso el teatro no es un esfuerzo como el que observamos?, ¿de dónde proviene la incomodidad? La condescendencia colonial tiene una inclinación maniquea: transforma seres humanos en proyectos. Cuando el cuerpo exhausto del bailarín se expuso, ¿qué miradas se activaron en el público?, ¿fue su agotamiento lo que inquietó o fue su piel la que despertó un impulso de rescate?

Lo anterior no habría sido posible sin un tercer elemento: la vigilancia. El «policía» fuera de la vitrina añadió otra dimensión a la estructura de poder. El guardia fungió como un símbolo del control del estado y mediador entre el observador y el observado. Después de algunos minutos, las primeras interacciones aparecieron: un hombre acercó una botella de agua y Montes la rechazó; algunos jóvenes se aproximaron y repartieron los flyers de la instalación. La compañía alcanzó el propósito de que lxs observadorxs se activaran a partir de lo leído en los folletos a un lado de la cabina:

Los zoológicos humanos fueron ferias de atracciones donde se exhibían a personas secuestradas de diversas latitudes del mundo por ser consideradas bárbaras salvajes y exóticas.

La indignación entre los Jóvenes a la Muestra emergió, mientras el policía se quedó en su papel de guardián. Una mujer del público le limpió el sudor a Alberto, pero éste revirtió la acción empapándose de nuevo. El bailarín gestionó acertadamente las participaciones: no necesitaba ser salvado de su propio performance, no había barreras que le impidieran irse, su ropa estaba a un lado lista para ser usada y abandonar el lugar.

Cuando la tensión subió, algunas personas desconectaron la luz y leyeron el flyer en voz alta. Conminaron a los presentes a abandonar el museo. Las dudas se agolparon: ¿quién decide qué ver?, ¿qué es una mirada legítima?, ¿hay formas apropiadas de observación? ¡Si no hay espectadores, no hay espectáculo! Se escuchó y, en efecto, ¿cómo sostener el arte sin una audiencia que lo contemple y abrace?, ¿qué espacios nos está permitido habitar como espectadorxs?

Además de la acción, la vitrina iluminada subrayó el espacio performativo que implicó dos dimensiones. Por un lado el diorama museográfico y por otro el escaparate comercial. La inmersión al capitalismo estuvo presente y abrió nuevas inquietudes sobre el consumo cultural. Los jóvenes se diseminaron en el museo, empezaron a investigar y llevaron su propia danza física e intelectual. La propuesta escénica no entregó respuestas, en su lugar suscitó preguntas y provocó contradicciones. Mientras tanto, Alberto se enfocó en continuar con la puntual ejecución que nadie pudo detener, que incluso finalizó con un baile colectivo alrededor del bailarín.

El trabajo de Montes y Hernández alcanzó potencia cuando lxs espectadorx revelaron sus posturas. Operaron como un caballo de Troya que catalizó una reflexión sobre nuestra propia agencia y performatividad social. Se convirtió en un espejo que hablaba, crudamente, más sobre la naturaleza del observador que la del cuerpo en escena. No solo se cuestionó quién tenía el derecho de mostrar la cultura y en qué espacios, sino quién podía consumirla y bajo qué circunstancias. ¿Qué rol mostramos?, ¿el de colonizador, el salvacionista, o el que acompaña y goza? La participación voluntaria del bailarín —a diferencia de las personas enclaustradas en el siglo XIX— añadió una capa de resistencia: exhibir y generar memoria para no repetir ni olvidar.

Si bien la mirada poscolonial fue el centro temático, Nuevo Zoologique Mexicano no sólo tocó la exposición sino que nos invitó a encarnarla y a cuestionar nuestra posición dentro de la cartografía de la cultura y el consumo.

Ficha técnica

Creación y concepto, dirección escénica, idea original e investigación: Rosa Landabur

Performance, investigación y creación: Alberto Montes

Performance y selección musical: Rolando Hernández

Diseño escénico: Aurelio Palomino

Asistencia en producción y en montaje: Alejandro Mancera

Gestión y Producción: Landabur&Cía.

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