Para quienes quieren descubrir un thriller psicológico disfrazado de tarea escolar.

EL CHICO DE LA ÚLTIMA FILA

Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)

Hacer una composición sobre lo que hicieron el fin de semana. Lo que el profesor de Literatura pidió a sus alumnos de preparatoria era un simple ejercicio de redacción, nada más. Lo que el hombre de letras jamás imaginó era que lo que encontraría, entre un ir y venir de reprobados, sería el inicio de una posible novela fascinante y perturbadora, un perverso confesionario a manos de un joven voyeur que decidió irrumpir en la vida de una familia clase mediera con intenciones aún más oscuras de las aparentes. Inocente docente que jamás dimensionó lo turbulentas que serían las aguas en las que se estaba metiendo al simplemente apoyar a su alumno. Nada es lo que aparenta ser.

A partir de la creación de dos personajes fascinantes, un adolescente con grandes dotes para la escritura y para infiltrarse en casas ajenas y un profesor de preparatoria con un interés mórbido en la creación literaria sin importar sus consecuencias, el renombrado dramaturgo madrileño Juan Mayorga se aventura dentro del muy delicado terreno teatral del thriller psicológico con la obra “El Chico de la Última Fila”. Junto con una familia de clase media, aparentemente feliz en su profunda simpleza, y una frustrada esposa dedicada al arte, estos personajes logran conjuntar una historia que pareciera sencilla de entrada, pero que poco a poco se va desmadejando para revelar un misterio que sorprende cómo espanta al mismo tiempo que atrapa al espectador.

Al entremezclar la realidad con la fantasía que existe dentro de la mente de Claudio, el narrador de la historia, y cruzando libremente entre dos espacios paralelos, la casa de la familia de los Rafas y la de Germán, el profesor de literatura de Claudio, “El Chico de la Última Fila” logra contar una historia de gran interés gracias a la inteligencia con que Mayorga hila el suspenso de la anécdota con una lección sobre cómo se debe de construir una novela. A medida que el espectador va juntando las piezas del rompecabezas, se sorprende con la manera en que se van revelando los secretos de la trama y va entendiendo el juego macabro detrás de todo, su interés se intensifica hasta llegar a un final donde se puede sentir la emoción del público en el aire.

El director José María Mantilla se encarga del montaje de “El Chico de la Última Fila” con una propuesta limpia y directa que permite el lucimiento tanto del texto como de los actores, misión nada fácil considerando que el thriller psicológico es un género sumamente delicado de lograr exitosamente. El trabajo de escenografía a cargo de Carolina Jiménez, la iluminación de Francisco Álvarez y el diseño de vestuario de Lissete Barrios apoyan su trabajo, consiguiendo un producto visualmente atractivo que logra enganchar al asistente desde un inicio, aun cuando la parte media del montaje podría fortalecerse con un mejor ritmo. También es admirable el trabajo que logra Mancilla en cuestiones de tono, al transitar libremente entre la seriedad necesaria para crear un aura de suspenso y lo cómico de lo irreal que resulta toda la situación, sobre todo dentro del análisis del mundo de la clase media. El ligero toque fársico que se imprime en ciertos momentos de la obra es apreciado y agradecido, sin duda.

No cabe duda de que el verdadero atractivo de “El Chico de la Último Fila” se encuentra en un elenco verdaderamente maravilloso. Empezando con Jorge Caballero en el papel de Claudio, el personaje titular de la obra, quien provoca escalofríos y risas en su papel de perturbado adolescente y Luis Miguel Lombana quien se apodera del papel del profesor de Literatura y cómplice de Claudio, hasta las maravillosas actuaciones tanto de Paloma Woolrich como la excéntrica esposa de Germán o Anna Ciocchetti como la muy aburrida ama de casa Ester, cada uno de los integrantes en esta puesta en escena, que incluyen a Carlos Corona y a Mauro Sánchez Navarro, se encuentran en el punto exacto interpretativo, sin que ninguno sobresalga o se quede por debajo de las expectativas. En otras palabras, un verdadero trabajo de ensamble.

Hay historias que contar por todos lados. Una pelea entre dos amantes puede convertirse en una obra de teatro, una conversación telefónica en un poema o la muerte de un ser querido en una exitosa novela. Observar a una familia cualquiera, con sus dinámicas, sus costumbres, disfunciones y rutinas puede ser el detonador que una mente creativa necesita para escribir una obra maestra. Sin duda mi familia, incluyendo a mi muchacha y sus cuatro hijos, mi madre obsesiva, mi muy estresada pareja y mis dos maravillosos y neuróticos hermanos sería fuente de inspiración de casi una enciclopedia.

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DATOS GENERALES

(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)

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