Dulces y amargos sueños: teatro, raíz y resistencia

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Dulces y amargos sueños: teatro, raíz y resistencia

Edwin Sarabia

En una pequeña comunidad de los Altos de Chiapas, una mujer decidió hablar. Lo hizo primero con la voz temblorosa, después con el cuerpo entero. Así nació Dulces y amargos sueños, una obra que no solo ha recorrido escenarios de México y del mundo, sino que ha sembrado en cada paso la idea de que el teatro puede ser una forma de sanar, resistir y transformar.

Petrona de la Cruz, dramaturga, actriz y pionera del teatro indígena en México, encontró en el escenario el lugar donde su dolor podía convertirse en palabra y su historia en espejo para muchas otras. El teatro fue mi terapia —dice—. No solo para mí, sino para tantas mujeres que no pudieron estudiar, que solo hablan su lengua y que han cargado sobre sus hombros todo el peso de la vida. Yo solo soy una voz entre muchas.

Junto a ella, en la conversación, Betty y Raúl —colaboradores y cómplices en la escena comunitaria— comparten una certeza: el arte no es un lujo, sino una herramienta de supervivencia. Betty lo dice con suavidad, pero con la fuerza de quien ha visto la transformación de cerca:“Cuando vi Dulces y amargos sueños pensé en mi madre y en mi abuela zapotecas. Ellas también fueron “esa mujer”: silenciadas, fuertes, invisibles. Esta obra es un homenaje a todas.

El tejido colectivo

Petrona no escribe sola. Su dramaturgia nace de los talleres que realiza con mujeres en comunidades tzotziles, tojolabales o choles :En esos encuentros hablamos de lo que duele, de lo que callamos, pero también de lo que soñamos. Entre todas vamos construyendo la obra: cada historia, cada palabra se une a las demás hasta que el texto deja de ser de una y se vuelve de todas.

Esa forma de creación —colectiva— es la esencia del Teatro Comunitario de los Volcanes, un espacio donde la palabra deja de ser denuncia para convertirse en poesía compartida. Raúl lo explica así: Petrona abrió el camino para que el teatro fuera un lugar de encuentro. No solo se trata de mirar, sino de crear desde lo que somos. El teatro comunitario no es espectáculo, es comunidad.

Dulces y amargos sueños es, para Petrona, una de las obras más significativas de su trayectoria. La ha llevado a pueblos y ciudades, a universidades y festivales internacionales. Ha visto llorar al público en Alemania y aplaudir en Chiapas. En cada función me sorprendo —dice—. Jóvenes, mujeres, hombres, gente que no conoce mi historia me agradece porque se siente reflejada. En Europa, una muchacha me abrazó y me dijo: ‘Su historia me devolvió esperanza’. En un caracol zapatista, las compañeras con pasamontañas me abrazaron sin decir nada. En su silencio había un reconocimiento profundo.

Esa recepción confirma lo que ella siempre ha intuido: las emociones humanas no tienen frontera. El dolor de una mujer indígena en Zinacantán puede resonar en cualquier rincón del mundo.

Chiapas en la Muestra Nacional

Este noviembre, Dulces y amargos sueños llegará a Cancún, Quintana Roo, como parte de la 45 Muestra Nacional de Teatro: La gente debe saber que nuestras vidas no son solo de color y bordados, también hay dolor, cansancio, historias que no se cuentan, afirma Petrona.

Para Betty, la importancia de esta presentación es también lingüística. La obra se presenta de manera bilingüe, en tzotzil y español, es una forma de honrar a las abuelas que murieron con sus historias guardadas. Las lenguas originarias no solo se hablan, se viven. Y cuando una lengua muere, se apaga una parte del mundo.

Raúl, por su parte, celebra que Cancún —una ciudad marcada por el turismo y la globalización— escuche voces que pocas veces tienen cabida en sus escenarios. Allí donde lo maya se vuelve mercancía, Dulces y amargos sueños aparece como una verdad incómoda. Nos recuerda que detrás de los hoteles y las postales hay pueblos vivos que siguen resistiendo.

Treinta años de transformación

Petrona mira hacia atrás y sonríe con cierta incredulidad. Han pasado tres décadas desde que fundó, junto con Isabel Juárez Espinosa, el grupo  FOMMA: Fortaleza de la Mujer Maya. Queríamos que las mujeres tuvieran un lugar donde hablar, donde llorar, donde reír. Antes, la fuente de la cultura femenina estaba apagada. Hoy muchas mujeres se atreven a escribir, a actuar, a estudiar.

Y los cambios se notan. Antes —cuenta— era raro ver a una mujer tzotzil en la universidad. Hoy hay jóvenes doctoras, comunicólogas, dramaturgas. Ver eso me llena de alegría, porque sé que trabajamos con sus madres, las ayudamos a creer que sus hijas podían tener otro destino.

Betty lo confirma desde su mirada generacional: En Zinacantán ya no sólo se espera que las mujeres sean madres o esposas. Hay poetas, maestras, chicas que hablan de menstruación, de sexualidad, sin miedo. Eso era impensable antes. El teatro ayudó a abrir esas puertas.

En los talleres que Petrona y su equipo realizan, se enseña a escribir en lengua materna, a reconocer la historia propia, a respetar la palabra de los mayores. A veces usan títeres hechos con materiales reciclados; otras, el cuerpo es el único recurso, con cada taller —cuenta Betty— las mujeres se reconocen a sí mismas. Y cuando una se reconoce, ya no vuelve a ser la misma.

Raúl llama a este proceso, pedagogías otras; una que une el arte con la vida cotidiana: No somos sólo artistas —dice—, somos pedagogos, activistas, terapeutas. El teatro de foro, el diálogo después de la función, todo eso es parte del mismo tejido.

Soñar más allá del escenario

Al final de la charla, los tres coinciden en algo: el teatro comunitario no se trata sólo de representar, sino de sembrar. Petrona lo resume con una imagen que parece salida de su propia tierra: Sueño con que haya más escuelas de arte para mujeres indígenas. Que mi camino dé fruto en otras. Que cada una sea una parcela donde crezcan árboles frutales, donde florezcan nuestras lenguas y nuestras historias.

Betty asiente. Su deseo es sencillo y luminoso: seguir difundiendo el arte escénico en las comunidades, encontrar la fortaleza para no detenerse. Raúl añade, como quien lanza una semilla al viento: Sigamos sembrando teatro comunitario. Que nuestras lenguas se encuentren, que nuestras culturas se abracen. Hay que sembrar flores para que florezca la esperanza.

En Dulces y amargos sueños, el escenario no es un lugar de representación, sino de reencuentro. Es una ceremonia donde la palabra, el cuerpo y la memoria se unen para decir lo que por siglos se calló: que las mujeres indígenas no solo resisten, sino que crean, transforman y sueñan. Que su teatro, hecho de verdad y de tierra, sigue siendo una de las formas más puras de libertad.

Ver entrevista completa: https://youtu.be/L7OpAkvTgAQ?si=o2W1oyOFxUmEyf7T

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