Caminar una mirada: Procesiones, manifestaciones y horizontes en la obra de Beto Ruiz y Natasha Barhedia
Iván Gaxiola
Beto Ruiz y Natasha Barhedia nos invitan a repensar el teatro desde la periferia y el movimiento, con una obra que desacelera el tiempo y amplía la mirada.
La Paz, Baja California Sur. Entre recuerdos, silencios y algunas risas, Beto Ruiz y Natasha Barhedia revelan sus inquietudes artísticas. El teatro, para ambos, no es sólo un lugar de representación, se trata de un proceso en el que los cuerpos, los ritmos y las imágenes dialogan y crean. Lo que queríamos era recuperar el valor de estos ingredientes formales, comenta Ruiz, en referencia a los elementos que componen Significado de caminar una mirada: obra que intenta devolver a la escena la potencia de lo no dicho, de lo que no es narrado de forma explícita.
Ambos provienen de trayectorias diversas, pero convergen en una búsqueda: la de romper las formas hegemónicas del teatro occidental que han dado prioridad a la narrativa por encima de otros lenguajes escénicos. Beto Ruiz, formado como actor y bailarín en los años ochenta, se volcó a explorar el teatro físico y la danza contemporánea, influido por la escuela interdisciplinaria que emergía en ese momento. Natasha Barhedia, por su parte, inició su carrera en un colectivo de teatro en Tapalpa, Jalisco, un ambiente en el que las artes comunitarias y la creación colaborativa eran prácticas cotidianas. Nosotros no venimos de una formación centralista, dice Natasha, en alusión a su trabajo en la periferia cultural de Jalisco.
Esta descentralización es clave para entender Significado de caminar una mirada, pues la obra no sólo desafía las estructuras narrativas convencionales, también desplaza el foco hacia los márgenes, tanto en términos geográficos como simbólicos. Lo que hicimos fue traducir esa experiencia espacial, explica Beto Ruiz, al hablar del proceso de creación que implicó trabajar con artistas de distintas partes de Jalisco, ajenos al circuito cultural dominante de la capital del estado.
El espacio como protagonista: de la caja negra al horizonte
En el teatro occidental tradicional, el concepto de “caja negra” ha sido un estándar desde el siglo XX: un espacio neutral donde cualquier historia puede ser contada, un espacio que anula la geografía y el contexto. Pero para Ruiz y Barhedia, el espacio no un contenedor, sino un elemento activo de la creación. No podemos meterla en un teatro, traicionaríamos el espíritu de la pieza, sentencia Ruiz, al justificar cómo Significado de caminar una mirada se construyó en específico para entornos abiertos, donde la lejanía física puede ser experimentada por el espectador como una parte integral de la obra.
La importancia del espacio es una reivindicación de la relación del cuerpo con el entorno. En lugar de neutralizar el espacio, es integrado como un horizonte que amplía la mirada y ofrece nuevas perspectivas. El mar, los edificios, todo lo que no puedes controlar es parte de la obra, explica Ruiz, en alusión a las presentaciones en espacios abiertos como La Paz, Baja California Sur. La relación con el espacio es simbólica: La Paz, una ciudad alejada del centro cultural del país, refuerza la idea de periferia y descentralización que los creadores han buscado desde el inicio del proyecto.
En ocasiones el teatro ha tenido un papel centralizador, como lo podemos ver en los grandes teatros de Europa desde el Renacimiento o en la hegemonía de ciudades como Nueva York y Londres en la producción escénica contemporánea. Sin embargo, el trabajo de Ruiz y Barhedia desafía esta tradición, en una vinculación con prácticas como el teatro de calle o el teatro comunitario, donde el espacio real (el entorno, la ciudad, los paisajes) forma parte de la dramaturgia misma.
El ritmo y la ralentización: una narrativa construida por el espectador
No queríamos narrar algo específico, afirma Beto Ruiz. Se trata de una declaración que podría desconcertar a quienes esperan del teatro una estructura dramática tradicional, con personajes definidos y conflictos claros. No obstante, tal decisión no implica una ausencia de historia, es una subversión del proceso narrativo. La construcción de la narrativa no tiene que ser total responsabilidad de quien crea el espectáculo, explica Ruiz. Es una edición final que ocurre ante los ojos del espectador.
Esta visión del teatro conecta con las teorías de Anne Bogart y los Viewpoints, una técnica que explora cómo el espacio, el tiempo y el ritmo son herramientas narrativas en sí mismas. Los Viewpoints surgen en los años ochenta como una respuesta a la necesidad de liberar al actor y al director de las restricciones de la narrativa lineal. Bogart argumenta que el teatro debe ser capaz de contar historias no a través del texto, más bien a través de las dinámicas del cuerpo y el espacio.
La obra de Ruiz y Barhedia se inscribe en esta corriente: en lugar de imponer una historia al espectador, ofrecen un conjunto de imágenes, movimientos y sonidos que el público debe ensamblar por sí mismo. Si yo muevo esta mano lentamente y hago el mismo movimiento rápidamente, para ti, aunque no le ponga ninguna intención, ya te empieza a narrar algo, reflexiona Ruiz. Este enfoque retoma una antigua tradición teatral, donde el cuerpo de quien actúa y sus acciones eran el centro del acto escénico, como en el teatro Noh japonés o el Kathakali indio, que Ruiz ha estudiado en sus viajes a Asia.
El teatro como migración: tensiones entre centro y periferia
El concepto de migración atraviesa toda la obra, tanto literal como de forma metafórica. Para Ruiz y Barhedia, la migración no es únicamente un tema social y político; es una realidad constante en el proceso de creación artística. Somos migrantes permanentes, dice Beto Ruiz, cuando se refiere a los desplazamientos físicos y simbólicos que vivimos todas las personas en distintos niveles. La obra explora tres momentos que son comunes a la experiencia humana: la procesión, la manifestación y la celebración. Alguien salió un día con un cartel buscando un desaparecido, comenta Ruiz, para explicar la manera en que surgió el tema de la manifestación en los ensayos. Se repitió y se repitió, y los actores se contestaban. Y nos dimos cuenta de que la obra hablaba de estas cosas sin que lo planeáramos.
La migración, vista en este sentido, no es sólo el desplazamiento geográfico, sino el cruce de fronteras emocionales, culturales y artísticas. En México, la migración interna ha sido un fenómeno clave desde el siglo XX, cuando la industrialización llevó a millones de personas del campo a la ciudad, en un desplazamiento que incluyó las formas de vida y las tradiciones culturales. A un nivel más global, las crisis migratorias actuales han generado tensiones sociales y políticas que se reflejan en la obra. Hay muchos tipos de migración, señala Ruiz. Las orgánicas, como los pájaros que van al sur durante el invierno. O las forzadas, por la guerra. Y también las migraciones del amor, de la necesidad, del arte.
En este contexto, Significado de caminar una mirada se convierte en una reflexión sobre la forma en que nos movemos por el mundo, tanto física como emocionalmente. La obra misma es un proceso de migración, desde sus primeros ensayos hasta las presentaciones en distintos espacios de México. Cada presentación es una adaptación a un nuevo entorno, un diálogo con un público diferente, un cruce de fronteras escénicas y culturales.
El teatro como celebración del tiempo y la diferencia
Al final, Significado de caminar una mirada nos deja con una invitación clara: desacelerar, observar, conectarnos con el otro. Observar no tiene por qué ser solemne, dice Ruiz. Con calma podemos llegar a la fiesta, a la celebración, al gozo. Y esta celebración no es sólo una metáfora. La obra concluye con una celebración literal, un momento en el que los performers y el público se encuentran en un espacio compartido, donde las distancias se han acortado y los ritmos se han sincronizado.
En un mundo acelerado, donde el teatro muchas veces intenta seguir el ritmo frenético de la vida moderna, Significado de caminar una mirada propone lo contrario: desacelerar, mirar con calma, y encontrar en ese instante la posibilidad de un encuentro profundo con el otro. “Es una invitación a ampliar la mirada”, concluye Natasha. Y en ese acto de ver más allá, tal vez encontramos también una manera diferente de habitar el tiempo y el espacio, tanto en el teatro como en la vida.