Luisa Huertas. La Medalla Xavier Villaurrutia para una voz que dicta cátedra

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Enrique Saveedra

Son tres mujeres distintas en espacio y tiempo. Es impensable que pudieran conocerse. Una es una vieja bruja y prostituta que utiliza sus artes para favorecer el romance entre dos amantes del Siglo de Oro. La otra es una mujer rarámuri que vive un infierno al cruzar la frontera y ser encarcelada y encerrada en un hospital psiquiátrico víctima de más de una forma de discriminación. Y la tercera es una filóloga, lexicóloga, archivista y bibliotecaria española, la mujer más importante de la lingüística hispana del siglo XX. Tres mujeres totalmente distintas que sin embargo comparten, al menos en el teatro mexicano, los rasgos y las pasiones de la actriz que las ha dotado de vida sobre el escenario: Luisa Huertas, quien a su amplia variedad de reconocimientos recibidos desde 2019, cuando fue nombrada Patrimonio Cultural Vivo de la Ciudad de México, se une la entrega de la Medalla Xavier Villaurrutia en el marco de la inauguración de la 44 Muestra Nacional de Teatro.

Nacida en 1951 en El Salvador —posteriormente naturalizada mexicana—, Luisa Huertas inició su camino teatral desde 1963, cuando fue miembro del Taller de Teatro Infantil del INBA. Pocos años después ingresó a la Escuela de Arte Teatral, en donde tuvo como maestro, entre otras grandes figuras, a Héctor Mendoza quien la dirigió en su examen profesional —una obra del Siglo de Oro español— y después la invitó al montaje profesional del espectáculo Tolerancia del Universo con textos de Santa Teresa de Ávila, junto a Ana Ofelia Murguía.

Siempre inquieta, quiso perfeccionar su oficio y entró nuevamente a estudiar, invitada por Mendoza, al Centro Universitario de Teatro de la UNAM, aunque para entonces —finales de la década de los setenta—-ya había ganado la atención del público y la crítica gracias a montajes como Romeo y Julieta en dirección de Germán Castillo, El pelícano de Strindberg bajo la dirección de José Caballero y, muy especialmente, El efecto de los rayos gamma sobre las caléndulas de Paul Zindel dirigida por Nancy Cárdenas y guiada en escena por la legendaria Carmen Montejo, una de las actrices que más han influido en su trayectoria.

Para completar el ciclo de aprendizaje, a mitad de la década de los ochenta se inició en la docencia. Ha dado clases en el CUT, en el extinto Foro Teatro Contemporáneo, en CasAzul y, por supuesto, en el Centro de Estudios para el Uso de la Voz, CEUVOZ, escuela especializada que ella misma cofundó a mitad de la primera década del siglo XXI junto a la cantante y docente Margie Bermejo. De hecho, su trayectoria como maestra fue reconocida este mismo año durante el Festival Internacional de Teatro Universitario con el Premio Luisa Josefina Hernández a la docencia teatral. Por si no bastara, en 2020 le fue concedida la Medalla Bellas Artes, en 2021 la Medalla de la Cátedra Ingmar Bergman de la UNAM y en 2022 la Medalla al Mérito Artístico del Congreso de la Ciudad de México.

Pero, a decir de la actriz, la Medalla Villaurrutia le significa algo muy especial: Esta es una medalla teatrera en su esencia. Para una mujer que ha dedicado poco más de 55 años de su vida al teatro, recibirla es una culminación que me da ánimo y fuerza para continuar. Es una culminación teatral y, al mismo tiempo, es una enorme responsabilidad de seguir viviendo, seguir creciendo, seguir siendo congruente con lo que he pensado toda mi vida que es la actuación. Para mí actuar es tan importante como respirar, pero para ser actor se requiere una serie de condiciones y hay que vivir como actor. Y yo he sido actriz toda mi vida: fui hija, hermana, madre, amiga y amante siendo actriz.

A sus 73 años, Luisa Huertas es una de las presencias más constantes del teatro, del cine y la televisión. Esto sucede precisamente por la congruencia de la que hablo. Yo me formé en la ENAT y en el CUT y en ambas escuelas me inculcaron una mística, un rigor, una autodisciplina: no una disciplina impuesta sino una conciencia de la necesidad de ser una actriz con una disciplina propia, voluntaria. Y creo que por eso, con mi edad y tras este tiempo de práctica actoral, estoy en buenas condiciones, porque implica trabajar el cuerpo, la voz, cuidarte, ser responsable de tu salud: todo eso implica vivir como actriz.

Lo anterior se ha nutrido de todas y cada una de las puestas en escena en las que ha participado lo mismo como protagonista que como parte del ensamble actoral, logrando obras tan valoradas como Del día que murió el señor Bernal dejándonos desamparados de Héctor Mendoza, Camino rojo a Sabaiba de Oscar Liera, Me enseñaste a querer de Adam Guevara, Ante varias esfinges y El viaje superficial de Jorge Ibargüengoitia, Tiempo de fiesta de Harold Pinter, El caballero de Olmedo de Lope de Vega, Antígona en Nueva York de Janusz Glowacki y Malinche de Víctor Hugo Rascón Banda, siendo dirigida por figuras como Mendoza, Guevara, Ludwik Margules y Luis de Tavira. Empero, son tres los personajes con los que Luisa Huertas logra una consagración definitiva justo en el cambio de milenios y que ella reconoce como fundamentales en su vida profesional y personal: La Celestina de Fernando de Rojas bajo la dirección de Claudia Ríos, un proyecto al cual se integró cuando ya el proceso de ensayos estaba avanzado y que tuvo una exitosa y larga temporada en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM.

La mujer que cayó del cielo de Víctor Hugo Rascón Banda en dos diferentes montajes —uno dirigido por Bruno Bert y después por Barclay Goldsmith—, le dio la oportunidad de adentrarse a profundidad en el universo rarámuri con Rita, un personaje de la vida real, para luego interpretar a la guerrillera rarámuri Amanda Campos en uno de los tres espléndidos monólogos que componen DeSazón, obra que estrenó junto a Julieta Egurrola y Angelina Peláez en 2003 bajo la dirección de José Caballero y que, veintiún años después, se sigue presentando en distintas ocasiones.

A la par de su labor como docente y directora del CEUVOZ, en 2008 ingresó al elenco de la Compañía Nacional de Teatro, en donde ha participado en los montajes de Soles en la sombra de Estela Leñero, El ruido de los huesos que crujen de Suzanne Lebeau, Latir de Bárbara Colio, Olvida todo de Ximena Escalante y Hamlet de Shakespeare, en donde gracias a la dirección de José Caballero fue posible disfrutarla interpretando al líder de la compañía de actores que contrata el Príncipe de Dinamarca, logrando una escena entrañable en homenaje a su oficio. Allí, realizó la pieza que, hasta hoy, es su más reciente éxito teatral y, ¿por qué no decirlo?, su más reciente obra maestra como actriz y mujer de teatro.

Tras leer el libreto que le compartió la actriz Inés Morales —su hermana teatral—, Luisa Huertas corrió a proponerle a Luis de Tavira, director artístico de la CNT, la escenificación de El diccionario del dramaturgo hispano Manuel Calzada, texto que revive la etapa en la que la lingüista española María Moliner realizó la obra mítica de consulta de la lengua española, a contracorriente de la obra oficial, a cargo de la Real Academia Española. Hija de padre exiliado español, Luisa Huertas interpretó a María Moliner en una actuación que le mereció el Premio Metropolitano de Teatro y el Premio de la APT a la Mejor Actriz, amén del reconocimiento generalizado de una comunidad que la reconoce, la aprecia y la busca para obtener un consejo, un apapacho, un secreto y ella se los da, porque si algo le ayuda a mantenerse activa y enérgica, dentro y fuera de las tablas, es ese cariño que se ha visto representado en los reconocimientos mencionados.

Ella considera que, más que merecer la Medalla Villaurrutia, se la debe al ojo del otro, de los otros: Lo que yo me pregunto es ¿en qué momento el otro te pone su atención? Cuando pasa eso es muy satisfactorio, porque a lo mejor yo pienso que estuve muy bien en tal obra y quizá nadie se dio cuenta, confiesa entre risas con la confianza de saber que ella siempre está bien sobre el escenario y, mejor aún, el público lo sabe y acude a presenciar su trabajo y a escuchar su voz, una voz que, como lo dijo el poeta al que alude la medalla, es una voz que madura. Una voz más que madura. Una voz que dicta cátedra.

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