FOTOGRAFÍAS: RAÚL KIGRA CORTESÍA DEL INBAL
Violencia, mito y presente: una mirada centralizada
Violencia, mito y presente: una mirada centralizada
Edwin Sarabia
Agamenón, de Esquilo, es la primera de las obras que conforman la Orestíada. Narra el regreso del rey de Micenas tras la Guerra de Troya, una victoria que ocurre luego del sacrificio brutal de su hija Ifigenia, ofrecida a la diosa Artemisa para obtener vientos favorables. Al volver a su palacio con la concubina Casandra, Agamenón encuentra la muerte en manos de su esposa Clitemnestra, quien actúa desde una preparación larga, marcada por la pérdida de su hija y por el deshonor del adulterio.
El Proyecto Espiral, impulsado por la Compañía Nacional de Teatro, estructura una exploración del ciclo de los aqueos, a través de cuatro montajes. Tres de las obras son versiones sintéticas de las originales de los trágicos griegos. Solo una es adaptación libre. La propuesta de este conjunto de escenificaciones está apoyada en la continuidad del elenco, una escenografía unificada y cuatro miradas de dirección. En entrevista para la Muestra Crítica, Aurora Cano, directora artística de la Compañía, explica que el conjunto funciona como una serie dividida en cuatro capítulos. Cada entrega ocupa cerca de una hora y despliega una dramaturgia diferente.
Así, Más vale morir se anuncia como una relectura contemporánea del Agamenón de Esquilo, realizada por Jorge Volpi y Amaranta Osorio, y adaptada a la escena por Richard Viqueira, con la intención de vincular la tragedia clásica con la narcoviolencia del norte de México. Aquí griegos y troyanos se convierten en una disputa de cárteles, el del Golfo y el de Sinaloa.
El enfrentamiento ocurrió en Victroya por una morra, la Helen. Con tal de ganar una plaza, la hija de Don Aga fue incluso sacrificada, así de brava se puso la cosa. La muerta —una tal Ifigenia— se suma al friego de cadáveres que se han juntado por doquier y cuyas almas ahora deambulan por estas tierras del norte. Pero la Patrona no se va a quedar calladita así nomás. Ni madres. Esta hembra va a tomar al toro por los cuernos, va a soltar a toda una jauría de espinadas bestias para que se haga justicia y ni la Santa Muerte podrá salvar a Agamenón ni a su meretriz gabacha, quesque le dicen la Casandra.
La dramaturgia de Osorio y Volpi se queda en un tratamiento superficial y distante de los códigos culturales del norte, sin la densidad que exige un conflicto trágico. El resultado forma un pastiche donde lo grotesco convive con un tosco lenguaje corporal, incapaz de generar una viva y singular poética para el universo que se propone mostrarnos. La escritura se sostiene en pocos recursos y, hacia el final, acelera la actualización de Agamenón sin una estructura clara.
El riesgo se transforma en un estereotipo escénico sostenido por clichés, acentos rígidos y lugares comunes, con una mirada sobre el norte construida, quizás, desde el desconocimiento o el prejuicio. En ese punto aparece una pregunta inevitable: ¿qué lectura habrían propuesto autores como Carlos Velázquez o Élmer Mendoza, cuyas obras narran el norte con precisión, ritmo interno y experiencia territorial, lejos de los círculos intelectuales y académicos de la Ciudad de México? Su narrativa comprende el humor, los matices, las violencias y los modos de habitar la región.
En la puesta en escena, el narcocorrido entra como un recurso llamativo que, desde mi punto de vista, funciona como otro estereotipo de lo norteño: no norteños hasta el tope, como diría el Piporro. Aquí no se parte de una indagación, del contacto con el pulso vivo de la región, su lenguaje y problemáticas, sino desde las narrativas efectistas que aparecen en la nota roja de nuestro país, sin reconocer la diversidad ni las tensiones culturales que acompañan a este género musical.
El símil con Yucatán, de donde provengo, sería el intento de representar el ámbito de nuestra cultura a partir de intercalar en los parlamentos las típicas bombas. El trabajo coreográfico de Fabo Varona y los arreglos musicales de Emiliano Suárez Esparza imponen un ritmo constante a los intérpretes, a tope durante los sesenta minutos que tarda la función. Aunque sostener el tono exaltado en la cima busca identificación y finalmente incomodidad, el efecto emocional surge más por hastío y por saturación que por profundidad.
El montaje incorpora una escena de violación de Casandra que se prolonga cerca de cinco minutos, planteada bajo un código cercano a las versiones estadounidenses del abuso sexual, acompañada de comentarios anti-mexicanos. La violencia se muestra sin contexto ni análisis y la escena adquiere un carácter gratuito.
El reparto sostiene un trabajo actoral sólido. La exigencia física es alta: transiciones abruptas, coreografías continuas, energía sostenida, precisión corporal. También se percibe una entrega emotiva fuerte; la plasticidad corporal del elenco y su capacidad técnica permanecen firmes.
Más vale morir se arma, en todos sentidos, en la acumulación de lugares comunes lejanos de la realidad norteña. Hay un público que lo percibe. En la función presentada en Cancún, varias personas abandonaron el teatro, algo que no percibí en las otras funciones de la 45 Muestra Nacional. Más aún, pienso que de presentarse en el norte de la República posiblemente el desconcierto sería mayor. ¿Cómo se decidió que fuera este proyecto la obra representante de la Compañía en la 45 MNT, justo en la clausura, ante un gremio que ha insistido en la descentralización, no como una necesidad, sino como un imperativo ético?
Desde mi punto de vista, el impulso de este tipo de estéticas y discursos, que enuncian zonas del país, sin matiz alguno y a partir de una mirada desde el centro, resultan irresponsables en un contexto internacional, donde el demonio naranja acecha nuestras fronteras con su discurso maniqueo y degradante, que aquí parece reforzarse desde el centro del país.
La relectura de los clásicos suele ser parte de la agenda de las compañías nacionales en Europa, ¿no estamos importando un modo de producción colonialista, en lugar de descolonizar el pensamiento, la poética y la estética? Preguntas, solo eso. Tiempo al tiempo.
Ficha técnica
Basada en Agamenón de Esquilo
Adaptación: Amaranta Osorio y Jorge Volpi
Dirección: Richard Viqueira
Con el elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro:
Agamenón “Don Aga” – Miguel Ángel López
Clitemnestra “La Patrona” – Muriel Ricard
Sicario – José Carlos Rodríguez
Narco/Mensajero – Alberto Santiago
Narco/Mensajero – Mario Vera
Egisto “El Flaco” – Medín Villatoro
Narco/Mensajero – Zabdi Blanco
Ifigenia “La Chata” – Estefanía Estrada
Narco – Itzel Riqué
Cassandra “La Güera” – Ana Cristina Ross
Diseño de escenografía e iluminación: Jorge Kuri Neumann
Diseño de vestuario: Mario Marín del Río
Maquillaje y peinados: Brenda Castro
Música original y diseño sonoro: Emiliano Suárez Esparza
Remixes adicionales: Edwin Viqueira
Coreografía de bailes: Fabo Varona
Movimiento escénico: Fabo Varona y Richard Viqueira
Asistencia de dirección: Fabo Varona
Arreglos musicales e interpretaciones en vivo: Alberto Santiago, Mario Vera y Zabdi Blanco
Asesoría en danza butoh: Medín Villatoro
Acrobacia y cargadas: Itzel Riqué y Medín Villatoro
Producción residente: Ximena Alfonso
Producción ejecutiva: ARTES HARTAS S.A. de C.V.
Operación en gira:
Dirección artística: Aurora Cano
Subdirección de producción: Raúl Munguía
Coordinación de planeación y programación: Mónica Juárez
Dirección técnica: Alejandro Carrasco
Coordinación de gira: Luis Rivera
Difusión: Rocío Ramonetti
Producción residente: Ximena Alfonso
Equipo técnico CNTeatro: Christian Núñez (Escenografía), Juan Carlos Ledezma (Iluminación, Audio y Multimedia), Viridiana Grados (Utilería), Taemi Casillas (Vestuario), Berenice Esquivel (Traspunte)

