UN ACTO DE COMUNIÓN
Para quienes desean enfrentarse cara a cara con la versión escénica del caníbal de Rotemburgo.
UN ACTO DE COMUNIÓN
“Desde que murió mi madre paso más tiempo conectado en internet.”
Él, a la vista de todos, podría parecer normal. No más que un hombre homosexual, con un trabajo estable en el área de tecnología, que vive solo tras la muerte de su madre y que es aficionado a navegar por internet durante horas y horas sin parar. Sin embargo, debajo de tan aparentemente civilizada fachada se esconde un cierto apetito poco fácil de satisfacer. La cita se ha hecho, la cámara de video está en su lugar, el sartén ansioso por recibir el ingrediente principal. Esta noche hay un manjar para cenar.
“Quisiera encontrar al hombre que me haga volar de amor.”
El 9 de marzo de 2001, en la pequeña ciudad de Rotemburgo, Armin Meiwes se citó en su casa con el ingeniero Bernd Jürgen Armando Brandes con la intención de cometer un acto consensuado de antropofagia, mismo que fue grabado en video. Este hecho, mismo que fue cubierto ampliamente por los periódicos sensacionalistas del mundo tras el arresto de Meiwes en 2002, es la fuente de inspiración sobre la que el dramaturgo argentino Lautaro Vilo construye “Un Acto de Comunión”. Este potente y perturbador monólogo en voz del caníbal narra con lujo de detalle los ingredientes que conformaron su pastel de cumpleaños a los ocho años, el proceso con que se manejo la muerte de su madre o la manera en que consiguió que un hombre permitiera ser devorado por voluntad propia tras publicar un anuncio en la página de internet The Cannibal Café.
“Me voy a comer tu deliciosa cara.”
El camino hacia la inestabilidad mental a partir de hechos aparentemente intrascendentes en la infancia, un fetiche por demás particular que no consigue ser acallado, la discusión con toda seriedad con la que se discute quién debería interpretarlo en la película de su vida. La narrativa que maneja “Un Acto de Comunión” es fluida, pero no acelerada, se toma su tiempo en revelar diferentes puntos del crimen, su metodología o la decisión del por qué el narrador decidió comerse todas las galletitas en el velorio de su madre. Esto consigue que el espectador se compenetre con la bestia, incluso se pudiera sentir identificado o encontrar conmiseración por alguien que claramente está en un lugar más cercano de la locura que de la cordura. Vilo consigue un sólido monólogo, capturando tanto con seriedad como con ciertos chispazos de humor, la psique de un hombre que encuentra excitante la descripción de un hombre que podría ser devorado en un encuentro.
“Hay que considerar sus ansias de morir.”
Una silla al frente del escenario. El resto del lugar se encuentra en absoluta oscuridad. Entre las sombras aparece nuestro anfitrión como si se tratara de una aparición fantasmagórica. Lentamente toma asiento y comienza su confesión. No lleva prisa, a momentos le cuesta trabajo seguir, pero nada lo detiene de su historia. Es en esa silla donde todo sucede, no es necesario de mayor parafernalia para que el público siga las palabras del preso con toda atención. A través de un mínimo de recursos, enfocando la acción a un hombre sentado en una silla detallando varios aspectos de su vida, la dirección de Julio César Luna en “Un Acto de Comunión” lleva las palabras del autor a lugares mucho más oscuros y retorcidos. Esto consigue intensificar el horror que se describe, hipnotizar a los presentes quienes, con disgusto, asco o incluso nausea, no pueden dejar de escuchar la manera en que se cocinan ciertas partes del cuerpo de la víctima o el problema de cocinar un hueso humano.
“Yo estoy psíquicamente sano.”
Con los dedos vendados, los ojos entrecerrados, en un constante reacomodo de su chamarra de mezclilla y cuidando cada palabra que pronuncia, el caníbal narra. Lo que en un principio es pausado, lento en el recordar y confesar detalles de una fiesta de cumpleaños, poco a poco se vuelve una historia más segura de sí misma, aun cuando la voz del interlocutor nunca sube de volumen más allá de lo que se usaría en una plática íntima. Macabro y contenido son las dos palabras más precisas para describir la contundente actuación de Antón Araiza en “Un Acto de Comunión”. Detalles finos como la dificultad para pasar saliva provocando una tensión en el cuello, pequeños gestos y ademanes con las manos, o la absoluta seriedad con la que explica detalles que causan risas entre las butacas, son algunos ejemplos del verdaderamente magistral trabajo que realiza Araiza transformándose en quien los medios bautizaron como el Caníbal de Rotemburgo en toda su perturbadora locura. Con una larga carrera de actuación en su historial, una que ya ha brillado en monólogos anteriores como Bambis Dientes de Leche, Antón Araiza demuestra una nueva maduración y crecimiento como actor que lo hace acreedor de una verdadera ovación al término de una función que deja a los espectadores con la sangre helada.
“Los forenses dicen que comí unos 20 kilos en total.”
En el investigar para escribir esta crítica me puse a leer sobre la vorarefilia, justamente el padecimiento que aqueja al personaje principal de “Un Acto de Comunión”. Me queda más que claro que pocos lares son más complejos que aquellos que habitan las filias que excitan al ser humano. Mientras que unos disfrutan con usar ropa de cuero o con oler un zapato, hay quienes encuentran placer en las botargas o incluso en la antropofagia. Somos muchos en este planeta, nuestra diversidad inmensa, nuestra complejidad más allá de la razón.
DATOS GENERALES
(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)
OBRA: “Un Acto de Comunión”
DRAMATURGIA: Lautaro Vilo
DIRECCIÓN: Julio César Luna
ACTÚAN: Antón Araiza
DÓNDE: Foro Bellescene
DIRECCIÓN: Zempoala 90, Colonia Narvarte.
CUÁNDO: Domingo 18:00 horas. Hasta el 3 de noviembre.
COSTO: $250 entrada general. Boletos en taquilla.
DURACIÓN: 60 minutos sin intermedio
DATOS DEL TEATRO: No cuenta con estacionamiento o valet parking.