MORIR O NO MORIR
Para quienes entienden que vivir es el inevitable camino hacia la morgue.
MORIR O NO MORIR
Por Juan Carlos Araujo (@jcaraujob)
El frío de la plancha metálica no es un problema para el cuerpo que yace sobre ella. No respira, no siente, no hay nada, está muerto. Sin embargo, hace apenas algunas horas, ese cadáver inerte estaba emocionado ante la promesa de una nueva historia, aullaba desesperadamente ante las presiones familiares, buscaba acallar los interminables gritos castrantes que la asfixiaban, tocaba repetidas veces un timbre que no le devolvería el aliento, ahogaba en whisky su soledad, simplemente buscaba llegar a casa o se encontraba cara a cara con una transacción de negocios muy poco favorecedora. En esta morgue los cuerpos se acumulan, pero aún no es demasiado tarde para escapar.
“Esta es la cara de un cadáver.”La facilidad con la que una vida humana puede acabar, la profunda indiferencia que existe entre los cohabitantes de una gran ciudad y los hilos invisibles que unen a todos los seres humanos de este planeta son temas sumamente complejos que el dramaturgo catalán Sergi Belbel explora con gran acierto en “Morir o no Morir”. Siete historias, aparentemente inconexas, cada una de ellas culminando en el momento en que un ser humano exhala su último respiro, trascienden la mera anécdota de dos hermanos en conflicto por una cuestión de abuso de drogas, una madre castrante con su hija durante la cena, una anciana desesperadamente sola fastidiando a una prima a altas horas de la noche o unos policías tratando de atender a un llamado, entre otras, para convertirse en una denuncia contra el fenómeno de deshumanización que se vive en las ciudades, así como una fuerte sacudida sobre la mortandad del hombre.
“¿Cuándo tú te mueras no pararé de hablar de ti?”El concatenar una serie de historias que parecieran no tener nada que ver unas con otras es un recurso narrativo que se ha visto en múltiples ocasiones y en diversos lenguajes artísticos, siendo la película “Magnolia” de Paul Thomas Anderson un claro ejemplo de esto. Por esta razón, el reto de Belbel en “Morir o no Morir” radica en que cada una de las historias presentes en el collage humano sean de igual interés y relevancia para la trama, sin que ninguna tome preponderancia sobre la otra. Es cierto que resulta imposible no conectarse más con unos personajes que con otros, algunos riendo con una enfermera mal encarada, otros fascinados por un asesino a sueldo o encantados con una chamaca emberrinchada con no comer, pero el resultado global de la dramaturgia es equilibrado, sobre todo gracias a un giro narrativo hacia el final de la obra que obliga a reevaluar todo cuanto se había visto hasta ese momento, culminando en un final sencillamente escalofriante.
“Asocio la oscuridad a la muerte, no sé por qué.”Con siete historias que contar, catorce actores en escena y una duración por encima de las dos horas, “Morir o no Morir” posiblemente representa el mayor reto y riesgo que ha tomado el director Antón Araiza en su carrera. Sabiamente, Antón ha logrado conjuntar un equipo sólido para la creación de su visión tanto actoral como técnico, de donde destaca de inmediato la escenografía de Jorge Ballina y la iluminación de Matías Gorlero para convertir el Foro Lucerna en una gélida morgue donde toda una colección de instrumentos quirúrgicos sirven de utilería. Conseguir que cada una de las viñetas dentro de la obra tenga su propio tono, género y ritmo, uniéndose a un todo absoluto que funcione como una unidad, es la misión que Araiza debe cuidar, pulir y perfeccionar para llevar a “Morir o no Morir” hasta su máximo potencial escénico dentro de una propuesta que se admira y aplaude por lograr mantener enganchado a todo el público a lo largo de todas las historias y de regreso dentro de una visión mortuoria donde los muertos nos acompañan en escena en todo momento.
“A mí sólo vienen a verme los fantasmas.”“Morir o no Morir” ofrece una oportunidad irresistible de ver, dentro de la misma obra, a Pedro Mira encañonar a Miguel Romero con una pistola mientras este ruega por su vida, a Concepción Márquez ahogada por fármacos y alcohol haciendo toda una cantidad de improperios al teléfono, a Raúl Villegas discutiendo con Norma Angélica, ambos policías, sobre el tremendo lío en el que se han metido por no tener cuidado mientras manejaban la patrulla o a Paula Watson luchando por salvar a Nicolás Mendoza de la adicción. Un verdadero trabajo de ensamble, completado por Ana Valeria Beverril, Regina Flores Ribot, Fernando Villa Proal, Sophie Gómez, Gabriel Hernán, Amanda Farah y Erwin Veytia, que tiene la enorme responsabilidad de sostener el montaje ya que de cada uno de ellos depende que la obra no decaiga o resulte dispareja entre historia e historia. Esta labor es algo que tendrá que ser constante y cuidadosamente monitoreada por Araiza para que la maestría con que Concepción Márquez entrega su monólogo no llegue a opacar momentos actorales menos afortunados a lo largo de la obra. “Morir o no Morir” ofrece un pequeño caleidoscopio del abanico actoral que existe actualmente en nuestro país y el resultado final es, sin duda, afortunado.
“Si no mato, no cobro.”¿Cuántas personas han muerto el día de hoy? ¿Cuántas en esta ciudad, en mi colonia, quizás en mi propia calle? No lo sé. ¿Qué problemas le aquejan a mi vecino, a la mujer que hace la limpieza en mi casa, al hombre de vigilancia que se encuentra al final de mi calle o al que trabaja en la tienda de la esquina? No lo sé. Es un hecho innegable que la muerte se encuentra cerca, quizás más de lo que quisiéramos, al igual que muchos otros seres humanos con quienes compartimos este mundo. Nunca sabemos cuándo podamos tener un encuentro cercano con alguien que nos cambie la vida, quizás que nos la salve o que nos la arrebate. La vida es única, irrepetible y maravillosa. Disfrútenla, que les puedo asegurar de que muchas personas, más de las que quisiéramos aceptar, murieron durante el lapso que les tomó leer esta crítica.
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