FOTOGRAFÍAS: RAÚL KIGRA CORTESÍA DEL INBAL
La urdimbre del tiempo, entre la memoria y el olvido
La urdimbre del tiempo, entre la memoria y el olvido
Edwin Sarabia
Añoranza, nostalgia, urdimbre de sentido; gestos simples que quedan doliendo en el corazón como la huella de un refugio perdido. Hay un hilo invisible que nos enlaza a algo que creímos pequeño, a los silencios que no supimos nombrar, pues somos tránsito, péndulo entre lo que desaparece y lo que permanece. La memoria es un pájaro que vuela y se disipa, territorio inasible de cenizas.
Hablar del Alzheimer, afirma Velvet Ramírez —autora y directora de Mi abuela cultivó un jardín, en entrevista con la Muestra Crítica— es hablar del olvido, de los vínculos que nos sostienen. Es preguntarnos quién recuerda cuando alguien olvida. No es solo un asunto médico, sino un fenómeno social, cultural y político que afecta a familias, comunidades y sistemas de salud, que sigue siendo una enfermedad estigmatizada. En México, aproximadamente un millón trescientas mil personas padecen Alzheimer, cifra que representa entre el 60 y 70 por ciento de los diagnósticos de demencia.
Mi abuela cultivó un jardín explora vetas afectivas y vinculantes, a través de la metáfora del jardín sembrado desde la añoranza de una abuela cuidadora. La puesta en escena propone una poética de la imagen, el sonido y el movimiento, donde la intimidad se transforma en conocimiento sensible: un viaje entre la remembranza y el vacío. La intérprete hace de la escena un espacio de evocación. La frase el reloj avanza, pero el tiempo se detiene, se materializa en un fluido de imágenes que detonan capas de sentido rizomáticas que activan la experiencia sensorial.
La dimensión plástica resulta medular. En uno de los pasajes, las proyecciones de agua sobre telas translúcidas generan una atmósfera de flotación y evocan la fragilidad de los recuerdos. La escenografía consiste en un dispositivo de cortinas y redes blancas que se transforman continuamente en muros y lienzos reticulares.
La intérprete se desliza en movimientos orgánicos, animales, en plena correspondencia entre el lenguaje del cuerpo y las emociones. Durante cuarenta y cinco minutos, Velvet mantiene una potencia que se desborda y contiene, eclosiona y expande el movimiento con precisión milimétrica en crescendo hacia entrañables momentos.
La música en vivo de Héctor Aguilar imprime un tono ritual, cada golpe de percusión, sonido de viento y soplo se sienten como latidos en esta experiencia contemplativa. Los lenguajes dialogan de forma armónica en escena: la danza con la proyección, la palabra con el silencio, la música con el movimiento. Desde una escucha poética entre disciplinas se fragua la multiplicidad en un ritmo común.
Momentos de gran fuerza visual y emotiva se logran con proyecciones que se disuelven en los cuerpos en movimiento, objetos manipulados que dialogan en escena, música que oscila entre la ternura y el desconcierto. La jerarquía de lenguajes nunca es fija, sino movible y dinámica: a veces domina la imagen, otras la danza, en ocasiones la palabra o la música. Ese vaivén, tejido orgánicamente, otorga al montaje un carácter polifónico.
Sobre el cierre de la obra, la memoria íntima adquiere rostro mediante el uso de una máscara que convoca a la figura de la abuela, la corporaliza. Por último, se utilizan imágenes proyectadas, lo que permite que la experiencia personal de la creadora trascienda y se transfigure en la escena: su biografía deja de ser privada y se convierte en un mediador poético ante la problemática social del Alzheimer. Así, lo íntimo se vuelve resonancia colectiva, donde el espectador puede reconocerse en esa fragilidad compartida. Nada resulta decorativo en el montaje, todo está pensado para que la vulnerabilidad nos traspase como el filo de una daga, como látigos que nos recuerdan que a veces el reloj avanza, pero el tiempo se detiene y las flores del jardín irremediablemente se marchitarán, en un eterno retorno.
La obra es necesaria porque rescata una temática relevante y la convierte en experiencia estética, entre lo bello y lo insoportable. Ahí, quizá, se encuentra aún el verdadero jardín por cultivar. ¿Qué significa presentar Mi abuela cultivó un jardín en la Muestra Nacional de Teatro, en un momento de nuestro país donde la memoria y el cuidado son también un asunto político?
Ficha técnica
Autoría: Velvet Ramírez
Dirección: Velvet Ramírez, Luis Manuel Aguilar “Mosco” y Beatriz Cruz
Con: Velvet Ramírez y Héctor Aguilar
Dirección general: Velvet Ramírez
Música en vivo: Héctor Aguilar
Composición coreográfica: Beatriz Cruz y Velvet Ramírez
Producción y operación de contenidos de video: Michel Bück
Diseño y construcción del espacio escénico: Luis Manuel Aguilar “Mosco”
Diseño y realización de vestuario: Danitza Castañeda
Producción ejecutiva: Daniela López
Producción técnica: Mauricio Carvajal

