La orquesta mediocre merece una crítica invisible

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La orquesta mediocre merece una crítica invisible

Fernando Martín Velazco

Balduvino MalaSuerte es un joven guitarrista con talento y grandes aspiraciones, pero con un defecto insólito: es incapaz de tocar su instrumento ante otras personas. Absorto por el miedo al fracaso y condicionado por toda su vida haber sufrido los efectos de la mala fortuna, Balduvino ha visto degradada su condición de aspirante a músico de orquesta a la de paria —habitante de los basureros y olvidado pretendiente a formar parte del sistema artístico del imaginativo mundo que habita.

Con el contexto anterior inicia La orquesta mediocre, obra cómica de registro infantil, presentada por la La Maleta Teatro (Veracruz) en esta 45 MNT. La puesta en escena retrata las desventuras de este desdichado personaje en su afán de reconocimiento, lo que en su caso, significa ser escuchado en la ejecución de su instrumento por su tutor musical, don Bartolomé de las Grandes Pompas —interpretado con gran carisma por Erandi Saridanai Hernández. Lograr este propósito, fantasea Balduvino —que interpreta Deivin Viveros—, le permitirá convertirse en músico de la “Orquesta Nacional de los que sólo los que alguna vez fueron alguien formaron parte”. En busca de su cometido contará con la ayuda de su amiga bailarina e interés romántico, Giblerta Cabriola (Selena Arizmendi Radilla), la mujer sin atributos Filomena Mucilaginosa (Centli Abigail García) y del virtuoso, pero excesivamente presumido, Cornelio Fausto (Víctor Robles Aguilar).

La obra utiliza el humor absurdo, ambientado en una estética de las Dixieland Big Bands y el Gipsy Jazz, marcada por un registro inspirado en los dibujos animados de los años 2000. De esta forma, nos presenta personajes notoriamente emocionales e inseguros, cuyos defectos —acentuados hasta el absurdo como parte del juego cómico— les generan problemas en sus dinámicas de comunicación y los vuelven, paradójicamente, entrañables.

El trabajo actoral en tono humorístico de esta compañía de jóvenes talentos —si bien con ocho años de trayectoria—, denota elaborado esmero en la construcción de ritmo y el uso de los elementos en escena. De especial relevancia resulta el uso de dinámicas corporales en la interacción entre los personajes, las que refuerzan el tono cómico de la dramaturgia, se sobreponen a descuidos iniciales en la dicción y la proyección de la voz, así como a problemas de acústica en varias obras de esta Muestra. Este minucioso trabajo del cuerpo logra que el público, sin importar su edad, se mantenga atento a la progresión de la historia.

Dirigida por Óscar Reyes Uscanga, La orquesta mediocre hace uso de una escenografía (de Joel González Vázquez) sencilla, si bien multifuncional: una carreta en el centro del escenario que gira para convertirse en casa, sala de conciertos, basurero y caja mágica desde donde salen instrumentos, personajes y recuerdos. Su ritmo es frenético: la música (composición original de Martín Atreyu López) sólo se interrumpe por alivios cómicos, lo que la vuelve amena y disfrutable. Su iluminación (diseño de David Adrián Acosta) es efectiva y pulcra, por lo que ayuda a llevar el hilo de estos cambios continuos de situación, tono y ambiente, lo que brinda una sensación de ligereza que lleva a sentir la experiencia más breve de lo que es (90 minutos).

Sin embargo, ni su levedad ni su designación infantil, deben llevarnos a una idea errada de sus alcances y su profundidad. La orquesta mediocre retrata, mediante una fina hilación de acontecimientos en escena, una herida dolorosa e incapacitante: la imposibilidad del artista —que algún día fue y en cierta medida sigue siendo un niño herido— de ser mirado y escuchado por el otro.

Esta condición no es meramente contextual. Balduvino MalaSuerte no es una víctima trágica, sino un agente activo de su desgracia. Al perseguir sin tregua la aprobación de su tutor, Don Bartolomé —quien lo trata con desprecio y borra cualquier intento de cercanía de su parte—, Balduvino lo enaltece como aquella figura paterna en la que se concentran todos sus esfuerzos en su afán de aprobación. Pero es justo esa necesidad desesperada de ser escuchado y reconocido, la que enaltece su angustia y le imposibilita cualquier intento de comunicación que le exponga al juicio del Otro.

Según Lacan, en la infancia, el Otro suele estar encarnado por los padres, quienes otorgan significación y reconocimiento. Cuando el niño no recibe la validación necesaria, su deseo quedará suspendido en una búsqueda interminable de un Otro que le apruebe y le muestre afecto. Pero al mismo tiempo, la mirada del Otro será vivida como amenaza, pues remitirá a la escena original en la que ‘mostrarse’ implicó un fracaso. La inhibición, que protege del riesgo de la pérdida del amor, o del juicio destructivo, a su vez mantiene al adulto-niño fijo en una demanda imposible: ser amado sin mostrarse, ser visto siendo invisible.

La orquesta mediocre invita, a través de una reflexión tejida en un tono hilarante, a que padres e hijos compartan un proceso emocional tan delicado de forma divertida. La reflexión alcanza una estatura social, al retratar la forma en que la ansiedad aqueja a los artistas contemporáneos mediante mecanismos que impulsan la autoexplotación. También están la burocratización de las actividades artísticas en promesas de recompensa constantes e incumplidas de parte del sistema y la exigencia continua de justificar su actividad con un sentido trascendente, mediado por la búsqueda de la supuesta excelencia, la cual va acompañada de mecanismos brutales de deshumanización.

La obra, en el tono fársico que le caracteriza, ensaya una solución lacaniana: víctimas de sus propios fracasos, poco a poco los personajes comienzan a volverse invisibles. Al reconocerse como una comunidad que comparte la imposibilidad de ser plenamente vista, se abre entre ellos la posibilidad de estar juntos en otro registro: no como rivales en busca de reconocimiento, no como depositarios de la responsabilidad de componer heridas pasadas, sino como presencias que comparten la misma falta: sujetos que sostienen lazos sociales sin exigencia de reconocimiento. Una reflexión estimulante sobre la convivencia del artista y los Otros, y sobre el tipo de comunidad (no necesariamente teatral) que se hace posible en el contexto de una Muestra Nacional de Teatro.

Acaso lo que La orquesta mediocre nos propone sea rescatar el valor del arte por el sentido comunitario que habilita, más que por el estatus social que brinda su práctica virtuosa. ¿Podría el arte volvernos a todos invisibles?

Ficha Técnica

Autoría y dirección: Oscar Reyes Uscanga

Con: Deivin Uriel Viveros Carrasco, Selena Victoria Arizmendi Radilla, Victor Manuel Robles Aguilar, Centli Abigail García Méndez y Erandi Saridanai Hernández Martínez

Diseño visual de la obra: Oscar Reyes Uscanga

Composición musical: Martín Atreyu López Romo

Musicalización: Adrián Gaspar (UnUr)

Diseño de cartel y apoyo en diseño visual: Laura Badillo Jiménez

Iluminación: David Adrián Acosta Granados

Construcción de escenografía: Joel González Vázquez

Confección de vestuarios: Yanet y Selene Condado Viveros

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