FOTOGRAFÍAS: GABRIEL MONROY CORTESÍA DEL INBAL
Dulces y amargos sueños: la palabra hecha fuego
Dulces y amargos sueños: la palabra hecha fuego
Edwin Sarabia
En Dulces y amargos sueños, Petrona de la Cruz construye un relato que se sitúa entre la memoria individual y la experiencia colectiva de las mujeres indígenas de Chiapas. La puesta parte de una composición sobria: tres sillas de madera sobre las que descansan tres rebozos floridos. Adelante, casi a proscenio, una media luna compuesta de flores y velas delimita el espacio escénico frente al público. El uso de estos elementos configura una urdimbre simbólica que remite al universo del pueblo Zinacanteco: las velas son utilizadas en los rituales de la religiosidad maya tsotsil; los rebozos tejidos en telar de cintura representan el ámbito doméstico, asignado por tradición a las mujeres indígenas; y finalmente, las flores, tanto en los tejidos como en el escenario, representan la vocación productiva de Zinacantán, cuya actividad económica se sustenta en la floricultura.
El relato alterna momentos de inocencia y dulzura con pasajes de profunda dureza. Lo “dulce” proviene del recuerdo de su madre, de su ternura y fortaleza; lo “amargo”, de la figura autoritaria de la abuela, la violencia familiar y el rechazo. Petrona representa a su madre, su abuela, sus tías, su maestro y su padre. La corporalidad de la actriz adquiere una función polifónica, que convoca, a través del gesto y la voz, a generaciones de mujeres marcadas por la desigualdad.
La obra está estructurada como testimonio. Cada episodio de su vida se enlaza con las condiciones sociales de las mujeres indígenas en Chiapas: marginación, desigualdad y violencia. El texto hace evidentes los mecanismos cotidianos de ese sometimiento —la sobreexplotación laboral, la falta de acceso a la educación y la salud, la maternidad impuesta y la violencia sexual— sin recurrir al panfleto. La fuerza de la denuncia reside en la naturalidad y contención con que la protagonista relata lo vivido. La estructura narrativa mantiene un tono contenido, sin buscar conmover desde la exaltación emocional, sino desde la precisa manera de nombrar los hechos. Podemos decir que la obra trasciende los límites de la representación teatral para situarnos en el territorio del testimonio vivo
La importancia de esta presentación es también lingüística. La obra se presenta en tsotsil y español. En entrevista, Petrona menciona que este montaje es una forma de honrar a las abuelas que murieron con sus historias guardadas. Hablar tsotsil en un contexto como la Muestra Nacional de Teatro es, por si mismo, una conquista simbólica.
Dulces y amargos sueños se inscribe en la tradición del teatro testimonial latinoamericano, para dialogar con experiencias que han concebido la escena como herramienta de memoria y resistencia. En este sentido, la obra se enlaza con la propuesta del Teatro del Oprimido de Augusto Boal (1974), quien concibe el fenómeno escénico como un acto político de emancipación, capaz de transformar al espectador en sujeto activo de reflexión y acción, y donde el escenario se convierte en un espacio de liberación y deliberación. Así, las historias individuales adquieren un sentido colectivo. Esa misma premisa vibra en el trabajo de Petrona de la Cruz, quien hace de su propia biografía un dispositivo de territorialización de la memoria, como acto poético y político
Petrona de la Cruz articula una dramaturgia de la herida: el abuso, la desigualdad, la negación del deseo y del cuerpo. La maternidad forzada —producto de una violación— se vuelve metáfora del despojo, pero también punto de partida para la dignidad. La escena no victimiza: dignifica. Contar se vuelve un acto de reparación simbólica y representar, una manera de reclamar justicia; todo ello en el contexto de la Muestra Nacional de Teatro.
Es importante destacar la amplia trayectoria artística de Petrona de la Cruz en el ámbito del teatro mexicano e internacional, que la ha llevado a pisar escenarios en Australia, Canadá, Estados Unidos y diversos países de Latinoamérica. Fue galardonada con la Medalla Rosario Castellanos y actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA). Hace más de tres décadas, Petrona fundó la Asociación Fortaleza de la Mujer Maya (FOMMA), en San Cristóbal de las Casas, una organización que facilita talleres de teatro comunitario y pedagogía a infancias y grupos de mujeres en diversas comunidades indígenas de Chiapas.
En Dulces y amargos sueños el arte se vuelve herramienta de memoria, el cuerpo resignifica su dignidad y las palabras se pronuncian no para repetir o perpetuar la herida, sino para sanarla. En esa conjunción entre teatro, vida y reivindicación, Petrona de la Cruz reafirma que el arte indígena contemporáneo es una voz central en la reconstrucción de los territorios y las subjetividades.
Desde el inicio, la voz de Petrona de la Cruz envuelve con una intimidad que atraviesa a quienes la escuchan. Hay momentos en que la respiración del público se vuelve una sola, contenida ante la crudeza de lo que se cuenta; otros en que un gesto o una palabra despiertan una ternura inesperada. Nadie permanece inmóvil: algunas personas bajan la mirada, otras asienten, otras aprietan las manos. Lo que ocurre en el escenario se traslada al cuerpo de quienes observan, como si cada escena encontrara eco en una memoria colectiva.
Dulces y amargos sueños culmina como un acto de comunión: la escena se funde con la vida y la palabra se convierte en fuego que alumbra la memoria. En ese territorio compartido entre el dolor y la esperanza, Petrona de la Cruz no sólo testimonia, sino que restituye; convierte el recuerdo en semilla y el teatro en un acto donde la herida se transforma en fuerza y la voz individual se vuelve canto comunitario.
Ficha Técnica
Autoría y actuación: Petrona de la Cruz
Dirección: Raúl Pérez Pineda
Diseño de iluminación: Raúl Pérez
Sonorización y producción: Beatriz Serrano

