Mira la luna y ¿Cómo seguir creando después del maestro?

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Mira la luna y ¿Cómo seguir creando después del maestro?

Rosa Márquez Galicia

La obra Mira la luna. Un diálogo sobre la máscara, de la compañía Teatro de la Idea Clara, dirigida, escrita y actuada por Adriana Duch, es una reflexión viva sobre el quehacer de la actriz y el sentido profundo de la máscara en el teatro.

Desde su inicio, el escenario se conforma con un baúl, un biombo y un espejo, en una clara disposición del espacio. Duch da vida a cuatro personajes, entre ellos Juan Volado (figura colorida y entrañable en busca del tesoro de Moctezuma II), a quien Duch habita con una vis cómica que emerge y crece con la entrega total al gesto, la respiración y el intercambio con el público.

La propuesta se sostiene sobre quiebres que dejan ver a la actriz en el tránsito por la máscara y plantean una serie de preguntas: ¿Qué es el teatro de máscara? ¿A quién sirve? ¿Cómo se construye? Duch dialoga con su maestro, con sus personajes y consigo misma. En escena el cuerpo se fragmenta entre la intérprete y sus criaturas, entre quien pregunta y quien responde, entre quien enseña y quien se deja habitar por el personaje. Este desdoblamiento produce una investigación donde la frontera entre ensayo, reflexión y representación se vuelve porosa. El diálogo con el maestro transcurre en tono de homenaje a Jean-Marie Binoche, con quien Duch trabajó durante décadas.

Los fragmentos de sus obras anteriores (Juan Volado, La venganza de las margaritas y El ruido del agua dice lo que pienso) se integran aquí como piezas de una arqueología personal escénica que articula y transita el tiempo, la técnica y la persistencia.

Mira la luna invita a meditar sobre la duración frente a la velocidad de los procesos creativos contemporáneos. En entrevista, Duch compartió que apuesta a una profundización y paciencia en su trabajo. Hacer vivir un personaje durante más de veinte años implica un conocimiento íntimo del oficio, de la máscara y de las transformaciones que el tiempo imprime en ambos.

El manejo del público es preciso y orgánico, Adriana Duch abre brechas de comunicación directa sin perder la concentración ni la densidad poética del acto. Las preguntas sobre el maestro, el aprendizaje y la voluntad del personaje adquieren una dimensión en la que interpelan al propio teatro.

A propósito de la relación entre estudiante y maestro…

Durante décadas, el campo teatral cargó con una noción casi sagrada del maestro una figura elevada, depositaria de un saber que debía ser transferido de una persona a otra como de verdades inamovibles. Sin embargo, en la contemporaneidad, esa figura se ha ido resquebrajando o al menos se ha intentado pensar la pedagogía desde otras posturas. Adriana Duch construye una relación de complicidad con la figura del maestro. Aunque reconoce que su propia formación estuvo marcada por un trato vertical y autoritario, la obra lo coloca frente a su herencia pedagógica para interpelarla. El maestro dialoga con la actriz, con los personajes que han creado juntos —como Juan— y en ese intercambio, se revela su conciencia de ser un personaje más dentro del entramado escénico. La historia, como su búsqueda en la máscara, refleja capas para mirar, niveles de lectura que se superponen como una invitación a desentrañar los pliegues del personaje y de la propia práctica actoral y pedagógica. La escena en la que afirma frente al espejo: el teatro de máscara del que te he hablado no existe, hay que hacerlo todo de nuevo”, abre la posibilidad de romper la idea de una técnica única y definitiva, resignificar la máscara, reinventar los caminos del aprendizaje.

La obra obliga a reflexionar sobre la figura del maestro, no como genio distante, no como gurú del oficio, sino más bien como acompañante, interlocutor y con quien existe reciprocidad en el aprendizaje, proceso donde hay preguntas con respuestas que se aprenden con los años o a veces no se resuelven.

Si bien sabemos que los procesos creativos extendidos, cuidadosos y pausados  son valiosos, otorgan capas y dimensiones complejas, no siempre son posibles para todas las personas. Requieren tiempo, estabilidad y recursos, condiciones inaccesibles para muchas creadoras y creadores debido al aparato sistémico que nos conforma y puede convertirse en un ideal difícil de alcanzar. Sin embargo, admiro que podamos ser espectadores de un proceso donde su potencia no queda en lo artístico, más bien reside en espectar un proceso donde se ha dado la vida en ello. Nos permite mirar, desde la escena, lo que significa sostener un trabajo durante años, con disciplina, amor y una profunda voluntad a seguir descubriendo.

La trayectoria y trabajo de Duch demuestran la continuidad de una enseñanza, su práctica es una disciplina de la respiración y de la escucha; un camino de conocimiento interior que exige paciencia y sensibilidad para dejarse habitar por el personaje. Esa pasión sostenida durante décadas preserva viva una tradición y la transforma en oficio y poética. Su trabajo introduce a nuevas generaciones de intérpretes interesados en comprender la máscara como método de indagación sobre la condición humana. La pasión de Adriana Duch, su compromiso con la formación, la investigación y la creación, han permitido que la técnica del teatro de máscara encuentre un territorio fértil en México.

Mira la luna se presenta como una obra de madurez artística que trasciende la exhibición técnica del teatro de máscara, para explorar sus fundamentos éticos y filosóficos. Con una estructura que privilegia la reflexión sobre la anécdota y un dominio escénico sostenido en la economía de recursos, Adriana Duch ofrece una experiencia que se mueve entre la memoria, la docencia y la escena, e invita a mirar aquello que brilla del oficio actoral, a pensar la máscara como vía de autoconocimiento y revelación.

Ficha técnica

A partir de las ideas de Jean-Marie Binoche sobre el Teatro de Máscara.

Máscaras: Jean-Marie Binoche

Asistencia de dirección y técnica: Ricardo García Aparicio

Diseño de escenografía e iluminación: Tomás Owen

Realización de escenografía: Guadalupe Hernández Luna

Asistente de diseño de escenografía e iluminación: Daniel Kunold Duch

Fotografía, video y diseño: Sebastian Kunold

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