
APRENDER A NADAR
Para quienes desean enfrentar las oscuras aguas de la depresión desde un poético y devastador unipersonal.
APRENDER A NADAR
“Hoy el océano se ha vuelto un centímetro más profundo.”
Un paso. Eso es todo lo que tiene que hacer para estar bien. Sin embargo, las aguas que rodean a esta isla la ahogan, la paralizan, le impiden comer, ir a trabajar, enfrentar a esa vida sin sentido en la que pareciera estar atrapada y que aparentemente todos aceptan como normal. Ha tratado de nadar y escapar en muchas ocasiones, pero una mano la detiene de avanzar, de escapar de las voces que la atormentan. ¿A quién le pertenece esa mano? A un coach o quizás a una madre, tal vez a un amor perdido, aunque lo más probable es que sea de un monstruo, un demonio que como sociedad hemos nombrado depresión.
“La prisión azul me rodea.”
Uno de los más grandes malestares en la actualidad a nivel mundial, acentuado tras la pandemia del COVID-19 y que ha afectado de manera más profunda a las adolescencias y jóvenes adultos es la depresión. Este mal silente y cuyo centro de aflicción radica en la psique es el tema central que aborda “Aprender a Nadar” del escritor y director Aarón Zamora. En voz de una joven profesionista sumida en esta enfermedad, este unipersonal hace una metáfora entre la vida de la protagonista y toda una serie de imágenes acuáticas para desarrollar un lenguaje que transita entre lo poético y la crudeza de vivir en un estado anímico que hunde a quien lo sufre hasta la más profunda nada.
“La nada lo llena completamente todo.”
La primera palabra que dice la protagonista en la obra es “nada”. Si se está refiriendo al acto de moverse en el agua o a lo que siente su alma en ese momento está abierto a discusión. Más adelante, se pregunta cuándo fue la última vez que salió el sol. A momentos habla a toda velocidad, soltando toda una verborrea que le inunda la mente como si estuviera sosteniendo un diálogo interno con otra entidad. En otros, ella se expresa con lentitud, como si el peso de las palabras fuera demasiado. Lo que comparte son imágenes, alusiones al agua que está subiendo de nivel, de cómo está a punto de inundarla, habla de nadar y de sus deseos de volver al vientre materno, el único espacio verdaderamente seguro para ella. Cuando se levanta el velo onírico que ha creado, lo que se revela es a una mujer que dejó de ir a trabajar, que ya no come y apenas se puede levantar para ir al baño, que va encontrando grietas en su recamara, reflejo de lo que está pasando en su cabeza.
“Yo sonrío para no arruinar tu sonrisa.”
Desde la dramaturgia, “Aprender a Nadar” entremezcla un realismo descarnado en torno a la depresión con toda una serie de imágenes que buscan recrear el estado mental de la protagonista, pero que al mismo tiempo parecieran dar pistas a los orígenes de la depresión que le aqueja sin ser totalmente claras al respecto. Hablar de islas aisladas pareciera una alusión al aislamiento sucedido durante la pandemia, en otros se menciona una figura materna, amorosa y violenta, misma imagen que se podría también entender como una relación fallida o incluso como un mecanismo para dar forma a la depresión como si de una criatura viva se tratara. Las interpretaciones están abiertas al espectador, al mismo tiempo que cuando se trata de mostrar a la mujer encerrada en su cuarto, sumida en un trance que le impide dejar de ver el celular para escapar de su realidad, la claridad es absoluta sobre el dolor que está viviendo y del que no puede escapar.
“Hoy tampoco me bañé.”
Al centro del escenario hay una pequeña tarima circular de madera. Esta pintada de blanco y sobre ella hay una silla del mismo material. No hay espacio para nada más. La narradora, vestida con traje de baño de una pieza y gorra de natación, acciona desde este muy limitado espacio. A los lados, dos torretas de leds transitan entre tres colores: azul, verde y blanco. Este último color se utiliza cuando la mujer se asienta en el mundo terrenal, habla directamente al público viéndoles a los ojos, creando un vínculo que deja más que en claro que lo que ella está viviendo no es personal, es el reflejo de lo que sufren miles y miles allá afuera, más allá de las paredes del teatro.
“No me pareció tan grave… ausentarme de todo.”
La escenificación de “Aprender a Nadar” apuesta por la creación de un espacio íntimo, reducido, en el que habita la interlocutora, o mejor dicho en el que se encuentra encallada y sin salida. Esta limitante de acción es un reflejo al sentir del personaje, que se encuentra encerrada en su propia mente. A nivel tonal, la dirección de Aarón Zamora establece una puesta en escena de gran seriedad, dramática sin ser melodramática, decisión congruente con la gravedad del tema a tratar. No obstante, el montaje cuenta con ligeros momentos de humor que aligeran la carga anímica propia del texto. Asimismo, consigue un ritmo que transita entre lo vertiginoso y lo pausado, entre lo confrontacional y lo confesional. En este punto, se revela claramente que las partes de la obra que tratan con lo que en verdad le está sucediendo al personaje cobran mayor peso dramático que las secciones más poéticas, mismas que en ciertos momentos parecieran regodearse en su propio lenguaje.
“¿No les sorprende lo mucho que aguanta un cuerpo?”
Hacia el final de la puesta en escena, la actriz Ana Banderas repite cinco veces la misma rutina diaria que tiene que sobrellevar en esta jaula llamada la vida normal. Cada vez que lo hace, ella habita emociones distintas, desde la tristeza profunda hasta un estado maníaco. Lo que está sucediendo en escena es un colapso nervioso en vivo, donde primero se libera una lágrima, luego una sonrisa forzada se convierte en una rabia contenida, hasta el momento en que tuvo la osadía de cambiar un solo aspecto de dicha rutina, el sentarse en la ventana y no en el pasillo del transporte, hecho que la empuja hacia un desmoronamiento total.
“Qué pesados son los pensamientos.”
El cansancio de la vida diaria o el hablar con ella misma mientras se desdobla en distintas personalidades, la inmensa sonrisa que le produce la victoria de haber preparado arroz con verduras, o el hastío de tener que ir a trabajar. Cada una de las emociones que Ana Banderas asume en “Aprender a Nadar” provienen de un lugar de fractura, de una verdad emocional que roba el aliento por su nivel de honestidad. El reto que el texto presenta es alto, de eso no hay duda, pero la manera en que Banderas lo enfrenta y lo doma, lo hace propio, claramente producto de un trabajo en conjunto con la dirección da como resultado un verdadero tour de force digno de una ovación de pie. Sin duda, y sin temor a equivocarme, Ana Banderas ofrece una actuación que no se olvida, que se lleva en el alma como un agua que sana y nos recuerda que actuar es un arte cuando se desempeña desde la entraña.
“Si tú estuvieras del otro lado, ¿darías un paso hacia mí?”
Dormía 20 horas al día, me alimentaban vía intravenosa y como dejé de tener fuerzas para caminar, me pusieron un pañal. Cuando alguien me preguntaba qué me pasaba o cómo me sentía, lo único que decía es que me sentía en el éter. Así viví por seis meses luego de la muerte de mi papá y caer en una depresión clínica. Desde entonces, vivo muy pendiente de mis emociones, de no aislarme en una isla, de no permitir que las aguas me suban por encima del cuello y me ahoguen en una melancolía en la que es imposible de escapar. Hace muchos años mi mente se colapsó, y me ha costado trabajo, pero al igual que ella, sigo nadando, o aprendiendo a nadar.
DATOS GENERALES
(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)
OBRA: Aprender a Nadar
DRAMATURGIA Y DIRECCIÓN: Aarón Zamora
ELENCO: Ana Banderas
DÓNDE: Centro Cultural El Hormiguero
DIRECCIÓN: Gabriel Mancera 1539, Del Valle.
CUÁNDO: Viernes 20:00 horas. Hasta el 26 de septiembre 2025.
COSTO: $300. Boletos en taquilla y en Aprender a nadar – Boletópolis
DURACIÓN: 75 minutos sin intermedio.
DATOS DEL TEATRO: No cuenta con valet parking o estacionamiento.