
ABRAHAM LINCOLN VA AL TEATRO
Para quienes entienden que la verdad y la ficción no son más que una obra de teatro que le pertenece a quien la cuenta.
ABRAHAM LINCOLN VA AL TEATRO

“¿Cómo actuar una estatua de cera?”
El temido director de teatro Mark Killman contrató a dos actores venidos a menos para interpretar a Laurel y Hardy, mejor recordados como el Gordo y el Flaco. Como esos afamados cómicos de principios del siglo XX, estos compañeros con una relación un tanto peculiar actuarán en una obra de teatro sobre el asesinato del presidente Abraham Lincoln, acto que sucedió mientras se realizaba otra obra de teatro. Igualmente, el tiránico creador escénico se encargará de “dar vida” a una estatua de cera del decimosexto mandatario de los Estados Unidos en dicha obra de teatro en la que recibe un balazo por nada menos que… un actor de teatro. Entre tanto teatro se esconde algo de realidad, pero para encontrarla uno debe dejarse llevar por una ficción donde, al final, Al Pacino tuvo la culpa de todo.
“Hay un principio de grieta en la nariz.”
Entender que la realidad es maleable, que lo que se entiende y acepta como tal es tan sólo una versión de lo sucedido contado por quienes tienen el control de la narrativa, donde un asesino puede convertirse en una superestrella que sale a pie de la escena del crimen y los hechos se pueden manipular para que lo que en verdad sucedió sea mucho más entretenido para los turistas que visitan el lugar en que un presidente fue asesinado a sangre fría, es una de las principales propuestas que el autor canadiense Larry Tremblay establece en “Abraham Lincoln va al Teatro”. Absurda, cómica, compleja y profundamente meta-teatral, esta inteligente e ingeniosa dramaturgia es un ácido y duro reflejo de lo que es hoy en día la muy esquizofrénica sociedad estadounidense, una dominada por un capitalismo extremo, que está siendo gobernada por un hombre claramente desequilibrado y que, al mismo tiempo que clama ser la tierra de la libertad, poco a poco se está deformando en un país donde la represión de ideas contrarias a las del gobierno son abiertamente censuradas, prohibidas o incluso borradas de los libros de historia.
“La verdad está detrás de la idea de la gordura.”
Luego de haber triunfado juntos en una serie de televisión, Leonardo y Christian ahora están en manos de un muy peculiar director quien les pide que realicen toda una serie de bizarros ejercicios actorales en preparación para la puesta en escena que tiene en mente, siempre en personaje del Gordo y el Flaco. Esta situación genera tensiones entre ellos, más de las que ya había por una atracción no completamente aceptada, resultando en tensiones familiares, nuevos proyectos, un amor prohibido confesado y un acto criminal por culpa de uno de los más grandes actores de todos los tiempos. Al mismo tiempo que todo esto sucede, una muerte en la producción obliga a que otro actor tome las riendas del proyecto, armando otra obra de teatro sobre la misma obra de teatro, contratando a otros actores para que actúen de los actores originales. La crítica que realiza Tremblay en “Abraham Lincoln va al Teatro” a los Estados Unidos es pertinente, la visión humorística con la que deshebra el quehacer teatral para denunciar la compleja y, a momentos, violenta relación que existe entre los creadores más que verdadera. Sin embargo, para alcanzar estas lecturas, se debe uno sumergir en el juego de capas de ficción que propone el autor, mismo que demanda un alto nivel de atención y capacidad de retención para seguir la enredada madeja en que se convierte la muy intelectual trama. De ser así, el goce es inminente, el discurso crítico delectable. En caso contrario, la liga sobre la que se basa la premisa de la narrativa se puede llegar a estirar en complejidad hasta el punto de la frustración y el agotamiento.
“Queremos ser los mejores para no morir de banalidad.”
Mark Killman les ordena a sus actores que interpreten una escena donde una afamada actriz tiene un encuentro en su camerino con John Wilkes Booth, actor que en breve se inmortalizaría como el asesino de Abraham Lincoln. En escena, esto se lleva a cabo como una rutina cómica digna de El Gordo y El Flaco. Cuando por primera vez aparece el tan temido director sobre el escenario, no hay el menor movimiento en su cuerpo, pues está siendo una estatua de cera. Este estoico trabajo se contrasta cuando se sube a una mesa y comienza a descomponerse gestualmente para tratar de explicar sus visiones sobre el teatro, la vida y su propia filosofía absurda. Abordar una dramaturgia tan compleja como la que se presenta en “Abraham Lincoln va al Teatro” requiere no sólo de un profundo entendimiento del texto y sus premisas, sino también de la capacidad para jugar con él, llevarlo a ese lugar lúdico que permite hacerlo digerible para quienes habitan la butaca, más no por ello banalizarlo. En este sentido, el director Boris Schoemann demuestra su capacidad de traducción de las palabras a lo teatral, de llevar las premisas hasta lugares tanto ridículos como honestos para provocar verdaderas carcajadas o incitar a la reflexión profunda, todo esto dentro de un escenario enmarcado por telas de terciopelo rojas, un telón que encierra por completo la acción, dejando en claro que todo esto que se ve no es real, más bien es teatro sobre teatro dentro de un teatro. Al combinar lo clown con lo fársico, a momentos siendo cómico y en otros patético, rompiendo la cuarta pared para demandar que el público se ponga de pie, o recreando el estilo de humor físico que caracterizó a toda una época del cine mudo, el montaje que realiza Schoemann consigue ser asequible para aquellos que estén familiarizados tanto con el quehacer teatral como con la historia norteamericana, o para un espectador casual que busca un divertimento con una sólida dosis de inteligencia. Ciertamente hay ciertos elementos que no terminan de ser completamente cohesivos, el pintar de blanco la cara de uno de los actores o el uso del tema de Star Wars como ejemplo, pero estos elementos resultan peccata minuta en una sólida puesta en escena.
“A veces los actores hacemos lo imposible por las razones más tontas.”
A un actor se le pide actuar como otro actor que terminó imposibilitado de continuar con la obra por un roce con la ley. Ya como ese actor, debe interpretar a un ícono a de la comedia quien, a su vez, da vida a un asesino que deberá disparar sobre una estatua de cera en medio de otra obra de teatro que no es la que estaban representando al inicio de toda esta aventura escénica. A su lado, un director de teatro interpretará a dicha estatua hasta que sea reemplazado por un actor distinto a los otros que igualmente se convertirá en el director de la obra. Es importante aclarar que esto es interpretado por el mismo actor que hacía al director original, pero con otro tipo de locura. Actoralmente, el reto que implica “Abraham Lincoln va al Teatro” radica en la capacidad de crear capas sobre capas interpretativas para dar vida con coherencia, humor y veracidad a cada uno de los distintos personajes que se van sumando uno sobre otro como si de una muñeca rusa se tratara. En ese sentido, ver a Emmanuel Lapin y a Nelson Rodríguez siendo Laurel y Hardy, dos actores frustrados con la manera en que se han desarrollado sus carreras y sus afectos, siendo un asesino o una actriz en una obra mediocre, y mucho más resulta admirable por el nivel de entendimiento que ambos demuestran tener de cada uno de los personajes que deben asumir. A esto se suma el trabajo vocal y físico que despliegan para hacer uso del lenguaje clown, para reproducir los movimientos precisos con que actuaban el Gordo y el Flaco, para ser ridículos y reales al mismo tiempo. A lado de ellos, y realizando un trabajo igualmente encomiable, Cristian Magaloni se hace cargo del neurótico director de la obra, y todas las capas y personajes que se suman a él. Con un evidente equilibrio entre el rigor actoral que le permite no parpadear durante un largo tiempo mientras es una estatua de cera de un presidente con Crocs como zapatos, y el entregarse de lleno a la comedia para poder realizar muecas absurdas con la más absoluta seriedad, Magaloni es la idónea tercera arista que completa el triángulo actoral que se requiere para que la obra alcance su mejor potencial.
“El espectáculo no tiene nada que ver con los hechos.”
Todos sabemos perfectamente que los niños héroes murieron durante la guerra contra Estados Unidos defendiendo el Castillo de Chapultepec. Jamás me atrevería a cuestionar que Juan Escutia, en un acto heroico y patriótico, se lanzó al vacío envuelto en la bandera mexicana, convirtiéndose así en un símbolo patrio para la eternidad. Eso me lo enseñaron en la escuela, hubo exámenes al respecto. Pero… ¿en realidad pasó así… como lo cuentan? ¿O todo será un gran teatro armado por un gobierno manipulador que necesitaba de héroes o heroínas como… la Maliche, quizá? Ah, qué lindo es el teatro, más cuando se cuenta lejos de los escenarios.

DATOS GENERALES
(Toda la información contenida a continuación proviene de la producción)
OBRA: Abraham Lincoln va al Teatro
DRAMATURGIA: Larry Tremblay
DIRECCIÓN: Boris Schoemann
ELENCO: Cristian Magaloni, Emmanuel Lapin y Nelson Rodríguez.
CANTANTE EN ESCENA: Ana Silvia Sánchez
DÓNDE: Teatro La Capilla
DIRECCIÓN: Madrid 13, Del Carmen Coyoacán.
CUÁNDO: Lunes y Martes 20:00 horas. Hasta el 24 de Junio 2025.
COSTO: $300. Entrada general. Boletos en taquilla y en Abraham Lincoln va al teatro #0425 – Boletópolis
DURACIÓN: 110 minutos sin intermedio.
DATOS DEL TEATRO: No cuenta con estacionamiento o valet parking.Principio del formulario